Los arbitristas eran unos genios. Desembarazados de cualquier arnés teórico, su feraz imaginación, sin más compromiso que el poder, les llevaba a arbitrar los planes más fantásticos, a medio camino entre la economía y la literatura fantástica. Ninguna lógica, con sus bellas pero estrechas vías, podía contener esas mentes desbordantes. Es el caso de nuestra Salgado, que acaba de darle una patada a la lógica tanto económica como formal de aquellas que hacen rugir los estadios de fútbol. Le ha propinado un zurriagazo que le hubiese bastado para hacer el home run más espectacular de los logrados en el estadio de los Yankies.
Salgado ha hablado desde Vogue, revista de referencia de la cuota ministerial, para pedir a los españoles "que tengan confianza en el futuro y que, por lo tanto consuman". Bendito baile de conceptos, sagaz retruécano de ideas, audaz desprecio de las realidades más inmediatas. Pues el consumo es, precisamente, la satisfacción inmediata de las necesidades. Y el futuro, en el consumo, tiene siempre las patas muy cortas. Mientras que el ahorro, a poco que merezca ese nombre, siempre se encamina al futuro.
Nosotros, o consumimos o ahorramos. Y lo que dediquemos a la satisfacción del momento presente, como nos dice Salgado, se lo restamos de dedicárselo al ahorro, y por tanto a la inversión para el futuro. Es más, cuando no hay futuro, todo es consumo y las dos caras de la postergación económica, que son el ahorro y la inversión, se desvanecen por completo. Beccaría, nos dice Hicks, explicó que cuando la peste negra asolaba las poblaciones italianas, los vecinos, que podían tocar su muerte ya con las manos, destinaban todo lo que poseían a consumirlo en el presente, haciendo desaparecer cualquier capital.
A más a más, como dicen los de ERC, lo que necesita una economía en plena recesión es recomponer el capital y, por tanto, aumentar el ahorro. Sacrificar el presente para asentar el futuro. Pero claro, esa no es lógica de arbitristas.