La preservación de la biodiversidad es uno de los mandamientos fundamentales de la religión ecologista aunque muchas veces no tengamos muy claro en que consiste. La biodiversidad podríamos definirla como la variedad de seres vivos de diferentes especies y de la misma que forman parte de un sistema ecológico. Por extensión, la biodiversidad se refiere a la todos los seres vivos de la Tierra. Pero, ¿son muchos?
Es difícil saber a ciencia cierta cuantas especies diferentes hay en nuestro planeta. Conocidas se estiman en más de un millón y medio y no estamos hablando sólo de animales, también de vegetales y hongos, aunque podríamos extendernos a protozoos, bacterias y, porqué no, hasta virus para aumentar la lista. Sin embargo, oímos con frecuencia que en estos tiempos oscuros estamos asistiendo a la mayor extinción masiva de la historia de este pedrusco que llamamos hogar y cada año desaparecen algo así como 40.000 especies (The Sinking Ark, Norman Myers). Semejante matanza nos dejaría sin compañeros de planeta en unos 40 años así que, ¿dónde esta el truco? En que la mayoría de las especies no las conocemos.
Resulta complicado entenderlo. Estiman los expertos que en el planeta hay un número de especies comprendido entre los 2 y los 80 millones pero que sólo conocemos algo más de un millón y medio lo que permite mantener este nivel teórico de extinción. Esto nos lleva a la paradoja del árbol en el bosque: si no hay nadie ahí para oírlo cuando cae, ¿hace ruido? Debemos creer que se han extinguido especies que nunca han sido encontradas, es decir, ¿debemos creernos un dato estadístico como un hecho contrastable?
Este número de especies totales, evidentemente, no sale de la nada. Los biólogos han determinado sistemas para medir su número en un lugar dado. Por ejemplo, se puede rociar una zona boscosa con un fuerte insecticida y contar todas las especies que se caen de la copa de los árboles; también se puede hacer lo mismo en un tramo de río con una corriente eléctrica y con métodos parecidos o incluso menos cruentos según la zona de estudio. Estos estudios nos llevan a extrapolaciones que se mueven en el ámbito de la estadística, e incluso en el de la estadística seria, y que nos conducen a la extensa orquilla que he comentado antes pero que sin querer o queriendo cumple un objetivo. Si suponemos 15 millones de especies, el supuesto ritmo de desaparición nos llevaría a despoblar el planeta en unos 375 años. Ni usted ni yo estaremos ahí para atestiguarlo, pero el catastrofismo que va de la mano del ecologismo gana adeptos entre los asustados y concienciados ciudadanos. Cierto es que estos cálculos se han realizado grosso modo, pero no podemos olvidar que el ecologismo es percibido por muchos de manera my gruesa.
Evidentemente, es más fácil ver un elefante que una polilla de ahí que sean estas especies de pequeño tamaño los que con más frecuencia engrosan el número de nuevas especies. De todas formas, 80 millones o 10 o sólo 5, son sólo aproximaciones. Lo que es un hecho es que desde el año 1600 hasta nuestros días se han contabilizado 1.033 extinciones (Baille y Groombridge, 1997; Walter y Gillet, 1998; May y otros, 1995; Reid, 1992), aunque es cierto que podrían ser unos cuantos más y que aún no se ha declarado su desaparición ya que se deben cumplir unos requisitos de no avistamiento. 1.033 en 400 años no son los 16 millones que deberíamos haber perdido según Myers.
También es un hecho real que desde hace unos 200 años el número de especies desaparecidas es mucho más elevado. Cierto es que hay un mayor interés por el mundo natural y la investigación de la extinción ayuda a su datación, pero sería una irresponsabilidad por mi parte desechar a priori la mayor presión del ser humano sobre sus ecosistemas. Una cosa es que no comulgue con la religión ecologista y otra es que niegue la realidad. El cómo se aborda este conflicto es otro asunto que dará para otro comentario.
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