La observación de Reid, además, cuadra a la perfección con la impresión que tienen los millones de personas que asisten atónitos a un festival de intervenciones asimétricas en el que empresas como Bear Stearns son rescatadas y otras como Lehman Brothers no.
Una justificación posible al aparente doble rasero y desconcierto ante las quiebras de instituciones financieras es que las autoridades tratan de salvar a aquellas empresas con problemas de liquidez pero dejan caer a las que no son solventes. La idea no es descabellada. De hecho, antes de que la banca central se convirtiera en el monopolio que es hoy, eso es lo que hacían los banqueros privados.Sin embargo, tratar de sustituir a los banqueros que se jugaban su propio dinero por funcionarios públicos a la hora de separar la paja del trigo es una temeridad.
Ahora son Morgan Stanley, Goldman Sachs, Washington Mutual, MBIA y un largo etcétera las empresas financieras que tras endeudarse a corto para invertir a largo plazo guardan cola para suspender pagos. Lo interesante es que las primeras intervenciones se hicieron porque de lo contrario, nos decían, ocurriría lo que ha terminado ocurriendo. ¿Qué se ha conseguido entonces aparte de rebajar con porquería los activos más líquidos de la Reserva Federal y hacer pagar al ciudadano de a pie lo que tendrían que pagar a otros?
Más interesante aún es que nos deshicimos del «rígido y arcaico» patrón oro cuyo verdadero pecado era que ataba las manos de políticos y banqueros dispuestos a invertir y gastarse recursos que no tenían porque, supuestamente, no pudo evitar quiebras bancarias en el pasado. Teníamos que acceder a la utopía financiera y de acuerdo con keynesianos y monetaristas eso se conseguiría monopolizando aún más el sistema monetario y desatando a estos personajes para que pudieran invertir a largo plazo mientras se endeudaban a corto. Pues bien, el engendro de ingeniería monetaria que incita el apalancamiento de toda la estructura económica no sólo no nos trajo el paraíso a la tierra sino que lo sustituyó por una resplandeciente burbuja que ha estallado en sus manos cuando menos lo esperaban.
Después de llevar meses tratando de solucionar un problema de solvencia entregando los activos más líquidos de los bancos centrales a cambio de auténtica basura sin aparentes efectos positivos, la Fed y el Tesoro idean ahora crear un trust público que compre los activos de mala calidad de la banca, trasladando así las sospechas y la presión a la deuda pública y al dólar. El riesgo moral se disparará y muchos se quedarán sin recibir la sana lección del mercado en forma de pérdidas. Mientras Bernanke y Paulson idean desesperadamente cómo salir del lío en el que ellos mismos nos han metido -con sus intervenciones sobre los tipos de interés y sobre las quiebras empresariales- socializando las pérdidas, nosotros deberíamos reflexionar sobre cómo sustituir el diseño institucional intervencionista que nos ha llevado al borde del precipicio.
Habrá que recordar que no todas las escuelas económicas han fracasado en la predicción de la crisis. Como ya advirtiera el Banco Internacional de Pagos hace dos años, la escuela austriaca, los seguidores de Menger, Mises y Hayek, pronosticaron durante los años dulces de la pasada expansión que este sistema de dinero fiduciario con una estructura de préstamos asentada en la banca con coeficiente de reserva fraccionaria estaba distorsionando toda la estructura productiva y financiera y provocaría una gran crisis.
Según estos teóricos las inversiones hay que financiarlas con ahorro real a largo plazo y no hay panaceas que puedan eludir esa máxima. No se puede crear capital por edicto gubernamental con dinero de nueva creación sin respaldo real ofrecido a tipos de interés negativos en términos reales, ni tampoco haciendo que los picos de tesorería para atender pagos en esta o la próxima temporada sirvan como sustitutos del ahorro para las inversiones de la economía. Bien harían los fracasados expertos en revisar las políticas de inspiración keynesiana que, durante décadas, han destruido el ahorro cuando ahora vagan buscando ahorro verdadero que recapitalice a todos esos cadáveres o intentan convertir en accionistas y prestamistas forzosos a contribuyentes, sus hijos y hasta sus nietos.
Por eso no es de extrañar que los economistas austriacos nos propongan lo mismo que parece estar intentando hacer el mercado: volver a un patrón oro y evitar la práctica de endeudarse a corto plazo para invertir a largo. Así, nuestra buena salud económica no dependería de la ingeniería del rescate ni de las brillantes ideas que puedan ocurrírsele a los autoproclamados dirigentes del sistema monetario.