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Socialistas contra el striptease

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Una muestra más de paternalismo por parte de un Estado que se arroga el derecho a educar a la sociedad en el "buen gusto" y cree que los ciudadanos no somos lo bastante maduros para decidir si pararnos delante del escaparate o boicotear la campaña comprando Coca-Cola.

El striptease en Preciados consiste en dos jóvenes quitándose prendas hasta quedarse en ropa interior. No es precisamente pornografía y no se hace en la calle, sino en propiedad privada. A quien no le guste no tiene más que mirar hacia otro lado, nadie le obliga a detenerse delante del escaparate para ver la función.

Puede argüirse que el striptease produce una externalidad negativa sobre los transeúntes que circulan por la calle pública y se sienten ofendidos o incomodados, porque corrompe los valores tradicionales o no es de su gusto. Pero si la mera molestia u ofensa moral fuera motivo suficiente para prohibir una acción, entonces todas las acciones sería susceptibles de ser prohibidas. A un nivel similar al del striptease en el escaparate estaría el top less o el bikini en la playa, una pareja besándose apasionadamente en el parque, las portadas de la revistas porno en el quiosco, la chica que se pasea en minifalda y transparencias, o la vecina que se desnuda en su habitación sin correr las cortinas. Pero sería arbitrario limitar las potenciales externalidades negativas a este puñado de ejemplos. El mero conocimiento de que una acción que desapruebas está teniendo lugar puede ser causa de malestar o disgusto, luego todo queda al alcance de los prohibicionistas.

Los que defendemos la libertad individual entendemos que la gente tiene derecho a hacer con su cuerpo y su propiedad lo que quiera mientras respete el mismo derecho en los demás. Da igual que nos disguste o no estemos de acuerdo con su curso de acción. Los colectivistas, por el contrario, sienten el impulso de imponer al resto su particular concepción de la vida buena.

Es cierto que hay externalidades negativas que pueden considerarse agresiones o interferencias sobre la propiedad ajena, como la polución o el ruido extremos. Los límites no siempre pueden establecerse de forma nítida a priori, pues estamos hablando de continuums (de la barbacoa del vecino a la chimenea industrial, o de los críos jugando en el jardín a la macrofiesta techno a las 3 de la mañana) y su componente práctico hace que sea inadecuado tratar esta cuestión en abstracto, desde la teoría.

Pero esas externalidades negativas son severas y claramente interfieren en el uso que la persona hace de su propiedad, como podría hacerlo cualquier otra agresión convencional en la que se utiliza la violencia de forma explícita. La interferencia en el uso de la propiedad es lo que justifica la prohibición en el marco del liberalismo, que prescribe normas para que la gente pueda perseguir sus fines sin obstruirse mutuamente.

En el caso del striptease, estamos hablando de una externalidad negativa visual, cuyo efecto es subjetivo y en todo caso leve y evitable. Quedarse en ropa interior en un escaparate no restringe la libertad de actuación de terceros, quienes pueden seguir persiguiendo sus fines usando los medios en su poder igual que antes.

Santín dice que el striptease es "vejatorio" y "denigrante", pero se trata de un intercambio voluntario por el que unos modelos atractivos se prestan a quedarse en ropa interior a cambio de una remuneración.Todas las partes salen beneficiadas, o no habría acuerdo. Además, a los modelos seguramente les gusta lucir su cuerpo y a los espectadores verlo. Quizás Santín se considera moralmente superior por no llevar poca ropa en el trabajo, pero su labor como portavoz en una concejalía que no debería existir está mucho más cerca de atentar contra la vulnerabilidad de las personas que un inofensivo striptease.

Luego está la objeción de los niños, un recurso que muchos prohibicionistas utilizan para privar de libertad a los adultos. ¿Acaso no perturba un striptease a los menores inocentes que pasean por Preciados? Pues lo dudo, y en todo caso menos que los videojuegos de guerra que tienen en casa, las películas violentas que ven por la tele o las webs de todo tipo que visitan en internet. Quien crea que esto es un reflejo de la degeneración social de Occidente y escapa al control de los padres siempre puede emigrar a Arabia Saudita, paradigma del progreso y la civilización, donde estas obscenidades no están toleradas.

En cualquier caso, es inevitable que haya desencuentros y controversias si en parte el objeto de la discusión es un espacio que es "propiedad de todos". Privaticemos la calle Preciados, repartiendo acciones entre los comerciantes y vecinos, y se acabó la polémica. Los nuevos propietarios pagarían por su mantenimiento y establecerían las normas de la calle de acuerdo con sus preferencias y las de los transeúntes, si lo que quieren es atraerlos a sus comercios en lugar de alienarlos. Santín ya no tendría ni voz ni voto.

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