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Elecciones a la vista

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Vamos a disfrutar mucho con el escenario político que tendremos a la vista. Tal parece que el PSOE se llevará un bien ganado revolcón electoral y que el PP obtendrá un inmerecido encumbramiento en ámbitos de poder que jamás había catado. La estrategia de la fruta, no tanto madura como ya podrida, parece que le da resultado a Rajoy y sin mojarse lo más mínimo. Lo que importa, no obstante, es cómo gestionará el PP tanto poder regional y local como parece que va a alcanzar.

El poder en las regiones lo detentan unas baronías políticas de cada partido cuyo objetivo es maximizar su poder, sus competencias y el volumen de presupuesto a gestionar. Y eso es válido tanto para lo que ya existe como para lo que ha de llegar. Porque no podemos obviar que, allí donde el Partido Popular aún no gobierna, ya mantiene una penetración en los intereses de esas regiones, unos núcleos empresariales y funcionariales afectos que buscan llevar al grado óptimo su influencia. Y eso se reduce a sustituir la estructura existente por otra cuya diferencia con aquella es más de grado que de calidad.

Y eso cuando no se da el caso de que los intereses de unos políticos, los socialistas y otros, los peperos, son los mismos, como es el caso de Asturias, donde la todopoderosa Cajastur maneja un "convoluto" formado por el ayuntamiento de la capital, del PP, y el gobierno regional, del PSOE. El reparto de influencias está, de este modo, dado y cada uno juega a perder en campo contrario y no recibir oposición alguna cuando juega en el propio.

Empecemos por considerar la que llamamos "cultura de la subvención". Sin duda, la izquierda es nominalmente más afecta a dicha práctica. La lleva a cabo tan descaradamente que la compra de votos es, sencillamente, algo asumido por todos, protestado por algunos y deseado por la mayoría. Respecto del presupuesto público, el comportamiento de los ciudadanos es analizable con una mera teoría de juegos. Cada jugador está dispuesto a obtener del erario público tanto como le sea posible, evitando que otros grupos tengan prioridad y rechazando la carga impositiva sobre sí mismo tanto como pueda.

Como ya sabemos, la capacidad de presión de cada grupo es directamente proporcional al volumen del interés que tiene e inversamente proporcional al tamaño del grupo, pero no de una manera matemática, lógicamente. Lo que quiere decir esta fórmula es que los grupos de presión de cada autonomía no van a cambiar en su estructura porque ganen unos u otros sino que, en muchos casos, serán los mismos y, en otros, serán los nuevos amigos quienes se hagan cargo de la nueva situación.

A pesar de eso, sí es cierto que los socialistas saben trabajar este aspecto mejor que el PP y, salvo los casos de Galicia y Valencia, todo parece indicar que la victoria del PP en otras regiones (Andalucía, Extremadura o Castilla-La Mancha) podría mantenerse solamente en futuras convocatorias electorales si es capaz de desmontar el entramado bien trabado que el PSOE ha montado. Y, dentro de ese entramado, no es lo menos importante, el aparato ideológico. Dada la timidez y el bajo perfil del PP en este aspecto, poco se puede esperar. Y, al fin y al cabo, para practicar un neosocialismo con otras siglas, no nos hacen falta alforjas.

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