El tipo de interés de un préstamo tiene tres componentes: preferencia temporal (la prima del presente respecto del futuro), estimación de riesgo de impago (prima de riesgo) y expectativas de inflación.
La preferencia temporal es relativamente estable. La inflación es un fenómeno monetario generalizado (en el sentido de que afecta a todos los que tienen dinero, derechos de cobro u obligaciones de pago); podría ser prácticamente nula si el dinero fuera una auténtica institución de mercado libre; existiendo múltiples divisas, la inflación puede ser diferente para cada una.
El riesgo depende de cada préstamo y deudor concreto (privado o público, y con sus correspondientes garantías y avales), aunque puede verse afectado por percepciones generalizadas de la salud de la economía en su conjunto que pueden cambiar rápidamente y de forma conjunta (psicología de masas, contagios de desconfianza).
Los contratos de préstamo o crédito pueden incluir restricciones que los acreedores imponen a los deudores para reducir o mitigar los riesgos: presentación de cuentas, límites a más endeudamiento, especificación de las actividades a las cuales se dedican los fondos. También se utilizan garantías reales (hipoteca sobre bien inmobiliario) o personales (posibilidad de expropiar bienes o embargar ingresos futuros) y avalistas (personas que se hacen cargo de la deuda en caso de impago).
El tipo de interés de un préstamo depende de la duración del mismo. En condiciones normales mayor plazo implica mayor tipo de interés: la curva de tipos (representación gráfica del interés en función del plazo) tiene pendiente positiva; el tipo de interés a corto plazo es menor que el tipo de interés a largo plazo. La inversión de la curva de tipos (que el tipo a corto sea mayor que el tipo a largo) suele indicar alguna anomalía o crisis económica.
La deuda es más líquida (de valor más estable y seguro) cuanto más corto sea su plazo: más extensión hacia el futuro implica más riesgo e incertidumbre (el deudor tiene más tiempo y probabilidades de tener problemas, quebrar e impagar la deuda en parte o en su totalidad).
La forma de la curva de tipos se debe a la interacción entre la oferta y la demanda de crédito para cada plazo (teniendo en cuenta también la especulación, las expectativas de evolución futura de los tipos de interés). Los deudores prefieren deber a largo plazo (en el caso del crédito para la producción, para tener más tiempo para llevar a cabo proyectos más complejos y productivos, por lo cual podrán asumir una financiación más cara) y no tener restricciones sobre qué hacer con los fondos prestados (poder asumir riesgos); los acreedores prefieren tener derechos de cobro a corto plazo (poder recuperar rápidamente su dinero si lo necesitan) y con pocos riesgos (poder exigir prudencia a sus deudores).
A la fecha de vencimiento de un préstamo el acreedor debe disponer de fondos para amortizarlo por completo, negociar una extensión del mismo con el deudor (renovar o reestructurar el crédito) o declararse en quiebra y liquidar los activos. Los fondos necesarios pueden proceder de los ingresos generados por la actividad productiva (si el proyecto ya ha alcanzado la fase de comercialización y venta), de la venta de algún bien o activo o de la obtención de un nuevo crédito con un acreedor diferente.
Un proyecto productivo que no va a generar ingresos por un tiempo puede financiarse mediante múltiples créditos sucesivos a corto plazo, o mediante un solo crédito a largo plazo. Al financiarse a largo plazo el acreedor paga más por el préstamo pero tiene una situación financiera más sólida y solvente, no necesita preocuparse constantemente por obtener ingresos o renovar créditos, no depende de otros. La financiación a corto plazo es más barata pero más arriesgada: el deudor tiene una posición financiera delicada, depende frecuentemente de encontrar nueva financiación, y esta podría desaparecer o incrementar fuertemente su precio, lo que podría arruinarlo.
Más descalce de plazos entre activos a largo y pasivos a corto, sea para una empresa o para la economía en su conjunto, implica más riesgo, más descoordinación entre los proyectos productivos y sus financiadores (los ahorradores que además son consumidores), más sensibilidad a cambios y problemas, menos resistencia, mayor probabilidad de fracasos y pérdidas. Estos riesgos no pueden desaparecer, pero pueden distribuirse u ocultarse.
Si las empresas se financiaran directamente de los ahorradores no podrían llevar muy lejos estos desajustes: la refinanciación sería cada vez más difícil y las quiebras incentivarían la prudencia de los inversores.
Un banco (o el sistema bancario en su conjunto) puede agravar el problema porque puede intentar realizar arbitraje sobre la curva de tipos y descalzar plazos mezclando sus funciones de gestión de pagos (dinero y deuda a muy corto plazo) e intermediación financiera (deuda a más largo plazo y acciones). El banco distorsiona y envilece sus complementos o sustitutos monetarios para expandir el crédito. Oculta y redistribuye riesgos, agregando los de muchos agentes y concentrándolos en sí mismo; pero es entonces el propio banco el proclive a quebrar cuando haya problemas, y además como intermediario de pagos y finanzas pondrá en peligro a todas sus múltiples contrapartes (riesgo sistémico).
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