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Enemigos del jazz

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El jazz es uno de los acontecimientos musicales más importantes del pasado siglo XX. Su feliz nacimiento se produjo a finales del XIX a lo largo del delta del río Mississippi (con especial relevancia en la ciudad de Nueva Orleans). Maduró en las décadas siguientes y se extendió primero por Estados Unidos y, más tarde, por el resto del mundo occidental. También tuvo sus enemigos políticos bien precisos: el nazismo y el comunismo.

La espontaneidad, la alegría de vivir y la radical expresión individual del arte (o de cualquier otra actividad humana) casan muy mal con los totalitarismos. Por un lado, los nazis la calificaron de música degenerada y, por otro, los comunistas (más imaginativos) de música decadente, burguesa e imperialista. Cómo se acaban pareciendo los regímenes liberticidas.

Tras la traumática experiencia del crack del 29 y los trece años de distorsión que supuso la estúpida Ley seca (derogada en 1933), la gente empezó a regresar a los pequeños cafés, cabarets y salas de baile, donde los músicos de jazz podían ya ganarse mejor la vida. Para mediados de los años 30 el jazz se popularizó en su variante swing al convertirse en la música de baile preferida por la juventud del momento por su ritmo e insinuante balanceo. Surgieron entonces las big bands. Nunca antes, ni después, el jazz tuvo tanta aceptación. La radio, el fonógrafo y los primeros discos propagaron el jazz por doquier. Fueron famosas las bandas dirigidas por Duke Ellington, Count Basie (negros ambos) y Benny Goodman (apodado el "rey del swing" y judío): ¡hasta ahí podían llegar las tragaderas nazis! Sus jerarcas culturales hicieron ridículos intentos por controlar el jazz.

Allá por 1941 el enemigo se encontraba también en casa: una restricción horaria y la cabaret tax (nueva tasa federal del 30%) impuestas a todos y cada uno de los locales que empleaban cantantes y orquestas de baile causó el cierre de grandes salones y la disolución de muchas bandas de jazz en los Estados Unidos. Para eludir dicha tasa los propietarios de clubs y cabarets empezaron a contratar con preferencia a pequeñas formaciones instrumentales. Esto supuso el final de la era del swing, abriéndose paso la etapa del bob jazzístico (a pesar de las agresiones fiscales, el ingenio humano no se detiene).

Tras la guerra, el jazz dio definitivamente la espalda al gran público y se hizo más hosco, complejo y polirrítmico; era el be-bop. Despuntaron en esto cinco cumbres de verdadero culto: Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Thelonious Monk, Bud Powell y Kenny Clarke.

En las dictaduras comunistas, a su vez, los amantes del jazz que tuvieron que padecerlas vieron cómo se decretaba la prohibición de su música preferida (como tantas otras cosas). Esta música, según los guardianes del Partido, era el símbolo de la subversión y de la decadencia capitalista y, por tanto, muy inconveniente para la sana cultura del Pueblo. Stalin incluso identificó el sonido del saxofón con la mayor aberración en música y, cual diligente padre moralista, confiscó todos los que pudo. No obstante, hubo permanentes sesiones clandestinas en el bloque del Este entre sus incondicionales. Los más aficionados al jazz resultaron ser los checos y los polacos (incluso hoy día, una de las dos revistas jazzísticas más importantes del mundo se edita, no en Estados Unidos, sino en Varsovia, Jazz Forum; la otra es japonesa, cosas de la globalización…).

La aparición en 1948 del disco de vinilo LP de 78 r.p.m., nueva invención (otra más) del perverso capitalismo consumista, supuso un hito para difundir masivamente la música. A partir de entonces, permitió a los jazzófilos escuchar las actuaciones completas de jazz en cualquier momento desde casa (y no sólo los fragmentos ocasionales emitidos por radio).

Asimismo, en los años 50 el jazz tuvo que competir con otro de los acontecimientos más relevantes de la música moderna: el Rock’n’roll (censurado también desde sus inicios en los diversos paraísos comunistas). Espoleados por este ambiente musical, aparecieron en las décadas siguientes nuevos estilos protagonizados por otra pléyade verdaderamente genial de músicos de jazz: John Coltrane, Charles Mingus, Max Roach, Miles Davis, Bill Evans, Dexter Gordon, Sonny Rollins, Art Blakey, Sara Vaughan, Chet Baker, etc.

Todavía hoy el jazz sigue vivo y en permanente evolución. Se transmuta y se funde con otros estilos, dando nuevas formas musicales. En concreto, el jazz latino es una de sus variantes más fascinantes. Confieso una especial predilección por Paquito D’Rivera, genial saxofonista cubano que, por descontado, sufrió las injerencias de los planificadores oficiales de vidas ajenas y que, finalmente, optó por huir de la vigilada isla caribeña.

Los disidentes, locos por el jazz, hicieron y harán siempre caso omiso de las directrices de sus particulares enemigos políticos. Si la música ha de ajustarse a sus imposiciones culturales, dejará de ser jazz, y si ésta es una música decadente pues, qué quieren que les diga, ¡qué magnífica decadencia!

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