Crees ganar tu sustento libremente. Crees que cada esfuerzo que has hecho en tu vida, ha merecido la pena. Crees que mientras que te ocupes de tus propios asuntos, lo que suceda alrededor de ti, carece de importancia. Piensas que eres feliz y que no hay obstáculos en el camino.
Pero un buen día cuando vuelves de vacaciones, te encuentras con que tu casa ha sido literalmente asolada. La puerta; destrozada. Tu televisión de 32 pulgadas ha desaparecido. Y así sucesivamente con todas y cada una de las cosas que habías ido acumulando. Nunca habías robado a nadie pero ahora te roban a ti. Nunca habías vulnerado la ley pero otros la incumplieron y se salieron con la suya.
Supongo que eso debería pensar el abogado barcelonés de 57 años a quien unos ladrones, tras secuestrarle y robarle, pegaron dos tiros. Hoy puede contarlo porque unos vecinos avisaron a la guardia civil y a los servicios sanitarios.
Es curioso que alguien que ha estado pensando en que lo que sucede en la vida se debe a la causalidad, resulte que ahora se vea compelido a creer en la casualidad. Entonces, comienza a considerar que el hecho de que viva, no ha sido gracias al Estado a quien, por cierto, a cuenta de la Campaña de la Renta debe pagar una buena suma.
En el preciso instante en que se replantea lo que está recibiendo del Gobierno empieza a comprender que ya no es dueño de nada de lo que tiene. Todo lo que ha hecho desde que tiene uso de razón es trabajar y ahora teme por su vida, por sus propiedades y cree que algunos de sus congéneres le pueden agredir o matar en cualquier momento.
Ha dejado de ser un individuo soberano para depender totalmente de la voluntad de otros. Unos, para quitarle el dinero legalmente, so pena de embargarle sus cuentas y propiedades y encarcelarlo de por vida. Otros, para arrebatarle cuanto tiene, sin ninguna explicación.
Como subrayaba el economista Anthony de Jasay, "el Estado (…) tiene todas las armas. Aquellos que lo armaron, desarmándose ellos, están a su merced. La soberanía estatal significa que no hay recurso contra su decisión".
No cabe llamarse a engaño. Las personas carecen de derechos porque si estos dependen para su protección de un organismo que no les defiende sino que claramente delinque por omisión, cuando no expolia al ciudadano sus bienes, detrayéndole mes a mes, como un vampiro chupa la sangre de sus víctimas, parte de su nómina; entonces, estamos ante un orden claramente injusto.
Cuando en una de sus canciones, Sabina, decía, "si lo que quieres es vivir cien años vacúnate contra el azar", casi había resumido la respuesta con que le responderá el Gobierno cuando pregunte por qué no ha hecho nada para protegerle. La culpa, como se imaginará, habrá sido suya. No tomó las precauciones debidas. Y si las hubiera tomado, no habiendo nacido, entonces hubiera evitado el delito.
Esa es la maldita verdad con la que millones de personas se tienen que enfrentar a diario. ¿Qué les podemos decir para tranquilizarlos? ¿Acaso que el Estado les protege? No, rotundamente, no.
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