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Imposible salir de Matrix

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A muchos de los que tienen dudas sobre la eficacia de las llamadas vacunas Covid les ha sorprendido la forma en la que la mayoría de sus conocidos ha acogido la intervención del profesor Laporte en el Congreso, básicamente por el desprecio que han manifestado -hacia él y su intervención-, aun cuando muchos de ellos ni siquiera se han dignado escucharla por entero (“otro loco antivacunas”, “menuda colección de bulos”, “no dice más que barbaridades”). Y todo ello a pesar de que, al menos sobre el papel, la formación del ponente es infinitamente superior, en el tema objeto de la intervención, a la de la mayoría de los médicos de este país (centrados en otras especialidades), y, no digamos, a la de los periodistas y resto de gentes del común. En contra de lo que unos y otros creen, ni los de enfrente son simples locos -vacunólatras o antivacunas, me da igual­­-, ni por muy “listos que sean para otras cosas” va a ser tan fácil convencerles con una exposición de media hora. Y ello porque, como hemos comentado en otras ocasiones, el cerebro tiene una forma muy particular de funcionar, siendo muchos los condicionantes que intervienen o determinan las conclusiones aparentemente racionales de nuestro diario discurrir.

En efecto, el funcionamiento de la mente no es tan lineal y “sencillo” como, hasta décadas recientes, la generalidad de los filósofos y pensadores habían creído. Tal y como explica, entre otros, Daniel Kahneman, la vida mental se puede explicar a través de una metáfora de dos agentes, apodados Sistema 1 y Sistema 2, que producen respectivamente pensamiento rápido-intuitivo y pensamiento lento-deliberado. Así, el intuitivo Sistema 1 es más influyente de lo que nuestra experiencia nos dice, y es el secreto autor de muchas elecciones y juicios que hacemos. Naturalmente, el sistema 2 tiene la oportunidad de rechazar esta respuesta intuitiva, o de modificarla incorporando otra información, pero tiene una pega, y es que es un sistema -el 2- muy perezoso, que renuncia a invertir más esfuerzo del estrictamente necesario y que prefiere seguir la senda del mínimo esfuerzo y tiende a aprobar respuestas heurísticas sin pararse a considerar si son o no en verdad apropiadas. En consecuencia, los pensamientos y las acciones que el Sistema 2 cree que ha elegido son a menudo guiados por la figura central de la historia, que es el Sistema 1. Así, aunque no seamos conscientes de ello, la mente es una complicadísima serie de procesos paralelos, siendo la mente una suerte de ecosistema, una “red asociativa fabulosamente compleja de activaciones, patrones, reacciones y sensaciones que se comunican con, y responden a, distintas partes del cerebro, a la vez que compiten por un poco de control sobre el organismo”, tal y como señala Brooks. De hecho, es cierto que hay tareas vitales que sólo el sistema 2 puede realizar, y que requieren esfuerzo y actos de autocontrol en los que las intuiciones y los impulsos del Sistema 1 sean dominados, pero también es verdad que cuando adquirimos habilidad para esas tareas inicialmente tan costosas -generalmente a través de la repetición- la demanda de energía disminuye.

Por eso es tan difícil convencer a la gente, estén en uno u otro bando: la realidad la percibimos a través de un conjunto más o menos estructurado de conceptos, es decir, de simplificaciones esquemáticas de la realidad que aceptamos como verdaderas y que ayudan en el proceso de pensar, simplificando la realidad y facilitando la toma de decisiones por ambos sistemas -sobre todo por el 1- con el menor consumo posible de energía. Y junto con esos conceptos, tenemos atrincherados en nuestra mente infinidad de prejuicios (en el sentido estricto de “juicios previos”) la mayor parte de las veces inconscientes, sobre la realidad a la que nos enfrentamos a diario. ¿Qué ocurre cuando a nuestro cerebro llega información radicalmente contradictoria con el esquema mental que tenemos? Que el cerebro tiende, naturalmente, a rechazarla, buscando la explicación más sencilla: lo que nos cuentan es mentira, el de enfrente es un loco, o lo que dice es una soberana estupidez. Y es que, si ya de por sí pensar utilizando el Sistema 2 es muy costoso y nada placentero (las tareas que requieren esfuerzo no suelen serlo), si esa utilización exige, además, demoler, en todo o en parte, la estructura mental ya instalada (y construir otra que la sustituya), el esfuerzo requerido es todavía mayor, además del vértigo que implica no sólo renunciar a las herramientas con las que, hasta la fecha, nos hemos enfrentado a la realidad sino también aceptar -ay, el orgullo- que hasta entonces habíamos estado equivocados o, peor, que nos habían engañado.

Tendemos a trabajar con sistemas mentales cerrados, que dan por hecho una realidad lineal e inalterable; en muchas ocasiones, y mientras las circunstancias no cambian de manera radical, es la forma más eficiente de operar. Pero la realidad a la que nos enfrentamos es infinitamente más compleja, abierta, dinámica y con miles de millones de variables que, además, se retroalimentan, condicionándose unas a otras. Por eso es tan difícil aprehenderla, y se requiere muchísimo tiempo (hoy queremos todo para ayer), colaboración a través del debate abierto y un brutal derroche de energía para tener el mayor tiempo posible activado el sistema 2 (energía de la que no disponemos: la poca que tenemos la dedicamos a otros menesteres)… Eso, y una apertura de miras y capacidad de admiración -humildad, al fin y al cabo- que también hemos perdido desde que nos empezamos a creer dioses.

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