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Ahorro de los costes de protección: dos ejemplos reales

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En el comentario del pasado mes, me refería indirectamente a lo maravilloso que podría ser nuestro mundo si los negocios no precisaran de protección. Esto es, si realmente fuera posible que el protagonista de aquella historia, Eduardo el frutero, expusiera la fruta en la calle y la gente dejara el dinero y se llevara el género, con la tranquilidad de que nadie vaya a arrebatar uno u otro, o que si se hace, no ocurrirá en una cantidad tal que ponga en riesgo el modelo de negocio.

Es evidente que la protección, como toda actividad económica, conlleva un consumo de recursos que es necesario recuperar para que el negocio sea sostenible. La mayor parte de los empresarios lo tratan de hacer en el precio a sus clientes, mientras que otros, más astutos, quieren que seamos todos los ciudadanos los que lo paguemos, de una u otra forma, como ocurría en la historia de Eduardo.

De aquí es fácil deducir que si no fuera necesaria la protección, los precios de los bienes bajarían, en algún caso de forma considerable. Lo que ocurre es que, contrariamente a otras etapas del proceso productivo que resultan difícilmente evitables, los costes de protección sí parecen poder evitarse en caso de que todos actuáramos honradamente. Esto es, en el caso de que no hicieran falta recursos para proteger la propiedad privada, porque todos tuviéramos claro que es hay que respetarla[1].

A continuación me propongo describir dos ejemplos de modelo de negocio con que me he topado recientemente, en los que se eliminan dichos costes de protección, con evidentes ventajas para todas las partes involucradas.

El primer ejemplo lo observé en una aldea gala (aunque no la Asterix y Obelix). En una de las calles del pueblo hay una mesita y sobre ella frascos de confitura, quiero creer que de elaboración artesanal. Junto a los frascos, un cartel anuncia el precio (3 euros), y que tal ha de ser depositado a través de la ranura del buzón de la puerta. Nadie vigila, cualquiera puede llevarse el tarro de su elección sin pagar el precio, y sin riesgo de persecución policíaca. Y, sin embargo, ahí están los frascos, entiendo que no por primera vez.

El modelo parece funcionar por el bajo valor relativo de la mercancía expuesta. En el peor caso, el comerciante puede perder 10 o 12 frascos, no más. Si esta situación se reprodujera, obviamente dejaría de tratar de vender su mermelada por esta vía. Por otro lado, es un pueblecito pequeño en que solo cabe esperar la visita de turistas, que normalmente no son gente de mal vivir. Si a ello añadimos que normalmente el visitante será francés, que quizá apunte menos ademanes picarescos que los que provenimos de otras latitudes, parece que el riesgo de robo disminuye.

Y aunque no parece el ahorro de costes de protección visible en el precio (3 euros me parece caro para una confitura, por muy artesana que sea), lo cierto es que son otras ventajas las que se ofrecen al posible comprador. Una de ellas es la ausencia de horarios: este sistema permite la apertura 24x7x365 sin aumento de coste. Y otra la indudable comodidad de la transacción. En suma, se producen una serie de circunstancias que muestran la viabilidad del negocio sin necesidad de proteger la mercancía, basándose en la honradez del viandante.

El otro ejemplo que traigo es más jugoso, aunque, en lugar de referirse a frutas, lo haga al alquiler de coches. Se trata de una agencia presente en las islas Canarias, y que ofrece unos precios sorprendentemente baratos en comparación con el resto de sus competidoras. ¿Cómo puede ser? La transacción con la agencia no puede ser más sencilla: te dan las llaves, te dicen dónde está aparcado, y que lo aparques al devolverlo por la misma zona, dejando el coche abierto y con las llaves bajo el felpudo del conductor. No hay control de devolución; eso sí, insisten encarecidamente en que dejes el depósito con el nivel de gasolina al que lo encontraste.

En la confianza de que el arrendatario va a devolver el coche en las mismas condiciones que lo encontró, la agencia se ahorra el coste del personal necesario para controlar la devolución. El vehículo quedará en la zona de la nueva entrega, de forma que únicamente es necesario que acuda allí un empleado cuando haya que atender al siguiente alquiler. Todo ello al final se traduce en precios más baratos para el cliente, basados en la mutua confianza.

Es obvio que las condiciones en una isla (y más si es Canaria) facilitan enormemente la creación de confianza en el alquiler de un coche, por la sencilla razón de que normalmente será difícil sacarlo de allí una vez denunciada su posible sustracción. Y su localización dentro de un territorio tan limitado, tampoco habría de ser problemática. Por ello, se puede dejar el coche abierto y con las llaves dentro, algo impensable en otro sitio.

En cuanto al estado del coche, tampoco resulta problemático, pues el precio del alquiler incorpora un seguro a todo riesgo. El único punto por el que puede fallar el negocio es el de la gasolina, algo en que, como dije, insisten. Al final, este es el aspecto que realmente queda al arbitrio del conductor y en el que se ha de manifestar la mutua confianza que permite un precio tan barato.

En resumen: la reducción o eliminación de los costes de protección sería una bendición para la sociedad, pues se traduciría en precios menores para los productos que consumimos. Dicha eliminación no es imposible: determinadas circunstancias la facilitan, aunque siempre se va a requerir un cierto grado de mutua confianza para que el negocio sea viable.

Extrapolando, una lección que podemos extraer de las anteriores descripciones es que el respeto a la propiedad privada es en general beneficioso. Aunque individualmente nos convenga en un momento dado no respetarlo (llevarnos el frasco de confitura sin pagar, o devolver el coche sin gasolina), ello repercutiría en la desaparición de modelos de negocio muy satisfactorios para el individuo. Pensemos que si otros hicieran eso mismo que tan beneficioso nos puede resultar en un momento puntual, no podríamos haber comprado la confitura artesana francesa ni haber alquilado en Canarias a precio tan ventajoso.


[1] Ello no implica que no haya conflictos interpretativos, aunque fueran de buena fe, por lo que la justicia seguiría siendo necesaria incluso en tal escenario. No olvidemos que nos movemos en un mundo ambiguo sometido a interpretación subjetiva en que en muchas ocasiones los derechos de propiedad son interpretables.

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