Hay una tradición del pensamiento político que es la que genuinamente se puede llamar republicana. Nace con la recuperación del clasicismo durante el Renacimiento. No parte, por tanto, desde cero. Sus referentes más claros son Aristóteles, Polibio y Cicerón.
Aristóteles no tenía una idea de la división del trabajo como nosotros la conocemos, pero reconocía que las acciones individuales se complementan con otras, y que tiene que ser así para que podamos cumplir la mayoría de nuestros fines. Por otro lado, también reconocía que la mayoría de nuestras acciones tiende al bien. De ese modo, el mantenimiento de la sociedad (él hablaba, lógicamente, de la polis), era un bien. De esta idea, el republicanismo clásico heredó otras dos. Por un lado es más importante el mantenimiento de la sociedad que los intereses del individuo. Por otro, es deber del ciudadano defender la sociedad en la que vive.
Polibio explicaba la historia como una sucesión cíclica de corrupciones de tres sistemas políticos. La monarquía en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en demagogia. Los pensadores republicanos mantuvieron el concepto de corrupción de las instituciones, y se esforzaron por detenerla. Maquiavelo, de quien se dice que es uno de los primeros autores de este republicanismo clásico, describió en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio la ventaja de que hubiera contrapesos en la estructura del poder.
En Inglaterra, donde también se desarrolló el pensamiento republicano, se llegó a la misma idea. Poco antes del estallido de la Guerra Civil, en concreto el 21 de junio de 1642, la Corona rechazaba 19 proposiciones de reforma exigidas por el Parlamento. El texto explicaba que Inglaterra había alcanzado la forma más perfecta de gobierno, porque había combinado la democracia con la Cámara de los Comunes, la aristocracia con la Cámara de los Lores, y la monarquía, con la propia Corona. El texto se llamó más tarde La Constitución del Rey.
Aunque en términos idealizados, describía una república en la que cada poder contaba con fuentes propias e independientes, y operaba en combinación con los demás. James Harrington, uno de los máximos exponentes del republicanismo clásico, le daba una interpretación histórica a este proceso. Antes, Inglaterra había vivido un gobierno gótico, en el que el Rey y los nobles luchaban permanentemente para obtener o mantener el poder. Pero a partir de Enrique VIII los reyes ingleses intentan pactar con el común (básicamente con las ciudades) para compartir el poder y refrenar el poder que tienen los nobles.
En esta concepción, el poder está enraizado con una base social, y es muy importante la salud de esa sociedad. Tanto Harrington como Maquiavelo, en quien se basa, como Aristóteles, fuente de estos dos, reconocen la importancia de que los ciudadanos sean independientes. Un siervo, que depende de otra persona, no puede ejercer la virtud con libertad. De ahí viene, por ejemplo, la idea de una democracia censitaria: el voto no se podía conceder a quien dependiese de un tercero, sino a quien tuviese la propiedad suficiente como para mantenerse por sí mismo. Pero hay más. El concepto aristotélico del ciudadano como un hombre independiente se expresa en la institución de una milicia ciudadana. Esa milicia está compuesta por ciudadanos libres, independientes, pero unidos por la pertenencia a una sociedad de la que dependen. Y dado que sólo los ciudadanos tienen el pleno compromiso con la república, eso hace que la milicia sea superior que cualquier otro tipo de fuerza militar.
Leonardo Bruni, autor de comienzos del siglo XV, describió el gran cambio político que sufrió su querida Florencia. Su república se corrompió porque decayó la posesión de armas en manos de los ciudadanos. El Estado contrató a un grupo de mercenarios, lo que llamaríamos un Ejército profesionalizado y en Inglaterra se llamó standing army. Ese cambio hizo que los ciudadanos fueran menos independientes, y el Estado más poderoso. Y se acabó, así, con el ideal griego de la isonomía, o igual derecho para todos. A partir de ahí el control de la política había pasado de ser del conjunto de la sociedad a ser asunto de unos pocos privilegiados. Como dice el autor J.G.A Pocock, Bruni «piensa en las armas como la última ratio con la que los ciudadanos exponen su vida en defensa del Estado» (…) «Es la posesión de armas lo que hace a un hombre todo un ciudadano».
Nicolás Maquiavelo explica en profundidad cómo un pueblo armado tiene virtú, mientras que otro que no lo está queda al albur de la fortuna. Un pueblo con armas puede repeler fácilmente al enemigo exterior. Pero también a los interiores: Explica que los príncipes degeneran en tiranos, y que los ciudadanos armados pueden resistir ante el atropello de sus derechos. Donato Gianotti, partiendo de Aristóteles, explicó que «es natural a los hombres defenderse a sí mismos y es natural a ellos buscar el bien común en la ciudadanía. Restituirle en su poder de hacer lo primero contribuye a restituir su poder de hacer esto último (…) Esta es la razón por la que el servicio a la milicia es una forma de transformar a las personas en ciudadanos».
Ya hemos explicado que Harrington relacionaba la república con la prevalencia de la milicia ciudadana (una institución que estaba ya presente en Inglaterra), en contraste con las sociedades feudales, en las que el Rey tenía que depender de los ejércitos de la nobleza. Estas ideas fueron recogidas por autores que, como John Locke o Argernon Sidney, fueron muy influyentes en los Padres Fundadores de los Estados Unidos. Aunque la tradición inglesa del ciudadano armado es muy antigua, y se remonta como poco a las leyes de Cnut (1020-1023) y continúa reflejándose en autores como William Blackstone, cuyos comentarios eran «la biblia» del pensamiento legal en las colonias.
Los Padres Fundadores fueron muy explícitos al respecto. Patrick Henry, durante los debates en la Convención de Virginia, en 1788, dijo: «El gran objetivo es que todo ciudadano esté armado. Que todo el que pueda, posea un arma». Thomas Jefferson, un año antes, había escrito: «¿Y qué país puede preservar sus libertades si no se le advierte a sus dirigentes de cuando en cuando que el pueblo mantiene el espíritu de resistencia?». En la Constitución de Virgina redactada por él, escribió: «A ningún ciudadano se le privará del derecho de utilizar armas con sus propias manos».
Con estas ideas, la tradición republicana, la tradición de la milicia inglesa, el contexto de un pueblo que se revuelve contra la metrópoli, se redactó la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que recoge el derecho de los ciudadanos a llevar armas: «Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un Estado libre, no se infringirá el derecho de la gente de poseer y llevar armas».
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