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Austeridad, es decir, crecimiento

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Tenemos que elegir, nos dicen. O crecimiento, o austeridad. La austeridad es necesaria, porque el gasto corre a una velocidad que los pobres ingresos del Estado, ¡pobres, ellos!, no pueden alcanzar. La deuda crece y los inversores, ¡ricos, ellos!, caen en la desconfianza. Pero a base de detraer demanda, en una ciega y suicida carrera por convencer al mercado, a Merkel y al Fondo Monetario Internacional, socavamos nuestro propio hoyo de decrecimiento y nos alejamos de nuestro objetivo. ¿Cómo ser austeros y no serlo a un tiempo? ¿Nos enconamos con la pala de los recortes en la tierra hasta cavar nuestra propia tumba? ¿Salimos, a tumba abierta, a base de gastar el dinero que no tenemos?

Este es el dilema que se nos pone ante nosotros. Es incontrovertible que la primera respuesta a la crisis, allá por el 2008, fue el recurso al gasto público. Eran los días en que un grupo de políticos iba a «reinventar el capitalismo». El FMI, bajo la dirección de un socialista francés a punto de ir al calabozo, animó a todos los Estados a gastar dinero. Luego fue el capitalismo el que les reinventó a ellos, y les puso los límites de esa carrera de gasto. Entonces, bajo la batuta de Alemania, con Francia como comparsa, entramos por el aro de los ajustes y los recortes. El resultado es que, así como en 2009 habíamos comenzado a recuperar cierto crecimiento, en 2011 entramos de nuevo en la recesión.

Lo explica con claridad un artículo de Marcus Miller y Robert Skidelsky, publicado en el Financial Times: «Los efectos económicos de esta política se hacen más claros cada día: A diferencia de los Estados Unidos, a diferencia de los BRICs (Brasil, Rusia, India y China), Europa ha dejado esencialmente de crecer. Y hay poca esperanza de que vuelva a crecer en un futuro cercano. Ni, evidentemente, sus problemas se han arreglado. Dado que el colateral de la deuda soberana es la capacidad de pago de sus ciudadanos, la recesión y el desempleo minan su capacidad de servir la deuda». ¿Y Grecia? Es un caso extremo de lo que explican.

Por tanto: «Europa tiene alguno de los mejores (y mejor pagados) expertos financieros del mundo. Dejemos que sus talentos ayuden a que los gobiernos se zafen de sus grilletes de papel e ingenien vías para reducir la deuda sin austeridad». Y aquí viene lo bueno: «Si tiene que ser por medio del gasto, financiado fuera de balance por medio de pasivos garantizados o por mayores impuestos, sea. Si tiene que ser por medio de restructuraciones sustanciales de las deudas soberanas por una permuta financiera con deuda indexada o bonos de crecimiento, o con períodos de gracia hasta que vuelva el crecimiento, sea. Si tiene que ser desplazando parte del peso de la deuda en las generaciones más viejas, que poseen esa deuda, también se puede afrontar esta cuestión política». Lo que sea, vaya.

Pero antes de decantarnos por nuevas y fabulosas medidas de gasto, ingeniadas por la ingeniería financiera que antes criticábamos, debemos examinar si, efectivamente, la vía de la austeridad ha fracasado.

Veronique de Rugy, en un artículo reciente publicado en el Mercatus Center, ha hecho un sencillo ejercicio: poner en un gráfico la evolución del gasto público de Francia, Italia, España, Grecia e Irlanda. Todos crecen desde 2002. Pero es que todos crecen desde 2008, menos Grecia e Irlanda, que apenas bajan. ¿De qué ajuste hablamos? Por un lado, del recorte del gasto discrecional, que apenas compensa el aumento de gasto comprometido. Curiosamente, el primero tiene más relación con el crecimiento que el segundo, pues éste son sobre todo transferencias, que van directamente al consumo. Y por otro, del aumento de los impuestos.

Hay otra vía. Es la de la verdadera austeridad, que se centra en el recorte en el gasto, aunque también, pero en menor medida, en la subida de los impuestos. Como dice Veronique de Rugy en un artículo para el Washington Examiner, y recoge un informe del FMI, es el caso de Letonia, Lituania y Estonia. Por lo que se refiere a Letonia, el país llegó a alcanzar un déficit del 23 por ciento del PIB, con una inflación del 18 por ciento. De 2008 a 2010, el PIB cayó un 25 por ciento, y el paro superó el 20 por ciento. El país mantuvo los servicios públicos, pero recortó el gasto y los salarios públicos. Incrementó el IVA del 18 al 21 por ciento en 2009, pero mantuvo el resto de impuestos. En enero de 2009 ya estaba en superávit y en septiembre de 2010, con su moneda anclada al euro, sus exportaciones habían alcanzado los niveles previos a la crisis. En Lituania, el ajuste recayó aún más en el gasto.

Muy notable es el caso de Suecia. Anders Borg, el ministro de Economía al que le tocó gestionar la crisis en aquél país, no siguió el consejo del FMI, ni el ejemplo de Gordon Brown, ni la pretensión de Sarkozy de hacer un capitalismo menos capitalista. No. Su camino pasó por recortar los beneficios sociales y por recortar, también, los impuestos, como los impuestos sobre la propiedad. «A todo el mundo le decían: ‘¡Estímulo!, ¡Estímulo!, ¡Estímulo!’. Era sorprendente que Europa, que había experimentado en los años 70’ y 80’ el paro estructural, creyese que un keynesianismo de corto plazo iba a solucionar el problema». No le faltan ejemplos de esa cortedad de miras: «Mire a España, Portugal o el Reino Unido, cuyos gobiernos apoyaron grandes estímulos fiscales. Bien, podemos ver cuán poco estímulo llegó a la economía, pero ha ido a parar a la deuda».

Letonia, cuyo PIB cayó un 17,95 por ciento en 2009, perdió un 0,34 por ciento en 2010 y creció un 14,4 por ciento el pasado año. Lituania decreció un 14,4 por ciento en 2009 y creció al año siguiente un 3,1 por ciento. Ya el año pasado creció un 8,0 por ciento. Y Estonia, que se contrajo un 14,2 por ciento hace 3 años, en 2010 ya crecía un 2,3 por ciento y en 2011, un 7,6 por ciento. En 2009 cayó el PIB en Suecia un 1,4 por ciento, y al año siguiente, un 5,8. Ya el pasado año crecía al 5,2 por ciento.

¿No es eso austeridad? ¿No es eso crecimiento?

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