Las armas no son más que un medio, un instrumento en manos del hombre. Como cualquier otra herramienta, no tiene la capacidad de imponerse al hombre, que es quien la ha creado y quien la utiliza. Las armas por sí solas son completamente inútiles e inocuas. Solo cobran vida cuando están bajo el control de las personas. En consecuencia, lo primero que hay que tener en cuenta cuando uno se acerca al problema de las armas es que lo que estudia es el comportamiento humano.
Y al respecto hay que resaltar dos ideas antes que ninguna otra. La primera, que las armas, como cualquier otro instrumento, se pueden utilizar para el bien y para el mal. En ello no se distinguen de cualquier otro medio. Y la segunda es que, por lo general, las personas buscan fines legítimos y positivos para sus vidas, que son compatibles con los de otros ciudadanos. Son menos los usos negativos o perniciosos que hacemos de las cosas, y no tenemos más que fijarnos en nuestra vida cotidiana para darnos cuenta. Un cálculo conservador del uso defensivo de las armas en los Estados Unidos reveló que su número ronda los dos millones y medio, mientras que los usos criminales rondan el medio millón.
El uso de armas por los ciudadanos disuade a los criminales, que de hecho temen más a una víctima potencial armada que a la policía. Hay criminales que desisten de llevar a cabo ciertos delitos, otros que incluso abandonan la actividad delictuosa. Los que siguen actuando contra la vida y el patrimonio de los demás intentan evitar el contacto con las víctimas. Quienes asaltan las casas para robarlas invierten más tiempo y esfuerzo en estudiar el comportamiento de los moradores para no encontrarse con ellos. Aumenta el robo de coches, porque en principio no se encontrará al hacerlo con el dueño.
Luego está la cuestión del fracaso de las intervenciones públicas, probado una y otra vez en distintos ámbitos, y que se ha puesto de manifiesto de nuevo en el control de armas. Los datos lo muestran claramente, pero aquí nos quedaremos con la razón de porqué es así. Cuando se prohíbe el uso privado de armas, ¿quién hará caso de la ley? Los ciudadanos que por lo general cumplen las leyes, aunque como ésta sean manifiestamente injustas. Y los usos que harán estos ciudadanos será, aparte del decorativo y recreativo, el de defenderse frente a los peligros de la naturaleza y a los criminales. ¿Y qué harán estos? Ya se comportan fuera de la ley, por lo que seguir armándose ilegalmente no les supone ningún problema. Es más, incluso cuando el uso privado de armas es legal, los criminales acuden al mercado negro para conseguir armas. Los costes de más que pueda suponerles una medida de control de armas no son nada con los beneficios asociados a la tenencia de las mismas, cuando de hecho son una herramienta necesaria para su actividad criminal.
El resultado es que los ciudadanos, que harán usos defensivos de las armas, quedan indefensos frente a los criminales. El crimen aumenta. Pero, ¿y los accidentes? ¿No será que éstos también crecen y que el número de ellos compensa sobradamente lo que ganan los ciudadanos en libertad y seguridad? En absoluto. El avance de la tecnología hace que el uso de las armas sea cada vez más seguro. Y hay un elemento que no se debe dejar de lado. El uso, la experimentación en libertad hace que se adquiera y transmita el conocimiento necesario para aprender a utilizar bien los instrumentos, también las armas. Éstas serán más peligrosas cuando estén prohibidas que cuando se pueda aprender su uso y manejo desde la juventud, en un entorno en el que los usos sociales y el conocimiento compartido, adquiridos en libertad. Valga como ilustración que en Estados Unidos, en 1988, el número de muertes causadas por accidentes fue de 200; 22 en estados con leyes que permiten llevar armas ocultas y 178 en el resto.
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