Como explicamos en el anterior artículo, los intervencionistas políticos y monetarios no escatiman tiempo ni esfuerzos en inventarse chivos expiatorios en un intento de transferir su responsabilidad en esta crisis.
En este sentido, cómo no culpar a los empresarios y ciudadanos argumentando que, movidos por su codicia y afán de dinero, han llevado a la sociedad al colapso. Vivimos en la cultura de la avaricia, dicen.
Ciertamente es muy probable que exista gente muy avara pero, desde luego, esto no puede explicar como todos los agentes yerran en sus proyectos profesionales y personales, es decir, no puede explicar cómo se provoca una descoordinación generalizada entre las decisiones intertemporales de consumidores y productores.
El proceso real es el siguiente. Las autoridades monetarias estimulan la expansión de crédito por parte de los intermediarios financieros, que aumentan los fondos destinados a préstamos a largo plazo a partir de pasivos corrientes (en ocasiones hasta repos). Esto acabará haciendo que los tipos de interés se reduzcan, pero no porque exista un ahorro voluntario previo, sino por este exceso de liquidez artificial.
Esta reducción de tipos estimula la actividad económica. Hace que sean rentables proyectos que hasta ahora no lo eran. Ahora, sin embargo, pueden iniciarse. Emprenden nuevos proyectos de inversión más largos, contratando a trabajadores y comprando bienes de capital. Se les induce a actuar como si el ahorro de la sociedad se hubiese incrementado.
Se llega eventualmente a un lógico exceso de malas inversiones y endeudamiento a largo plazo (construcción, por ejemplo) que pone de manifiesto la distorsión creada entre inversores y ahorradores. Concretamente, éstos últimos no están dispuestos a esperar a recuperar sus fondos hasta cumplirse el plazo de maduración de los proyectos emprendidos.
A partir de aquí la estructura productiva distorsionada debe reajustarse a las preferencias intertemporales de los consumidores con las consecuencias que estamos sufriendo.
Entendido esto, hemos de darnos cuenta y poner de manifiesto que es prácticamente imposible que los agente económicos sepan si el crédito que reciben proviene de ahorro previo voluntario o si, por el contrario, proviene de crédito artificialmente expandido. Es imposible. Todo aquel agente que precisaba de financiación asequible para llevar a cabo sus proyectos cayó preso de las malas señales financieras propiciadas por las autoridades monetarias.
@jmorillobentue
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