Según el economista Joel Waldfogel, de la Universidad de Minnesota, cada Navidad se provoca en todo Occidente una «orgía de destrucción de riqueza». El motivo, dice, es la tradición de hacerse regalos. Expuso por primera vez por qué sucede tal cosa en el artículo The Deadweight Loss of Christmas, publicado en 2003. En 2009 amplió sobre el asunto en un libro titulado Scroogenomics: Why You Shouldn’t Buy Presents for the Holidays. ¿Cuál es el motivo por el que, desde su punto de vista, no deberíamos hacernos regalos por Navidad?
El argumento central de Waldfogel es el siguiente. Cuando nos compramos algo para nosotros mismos lo hacemos porque valoramos más ese producto que el dinero que damos a cambio. Si decidimos comprarnos, por ejemplo, un Kindle, es porque damos más valor a dicho lector electrónico que a lo que podríamos hacer con los 80 euros que nos cuesta. Si el valor que le damos fuera inferior al precio, el intercambio no tendría lugar. Con los regalos, sin embargo, esto no sucede. Pongamos que un ser querido, con toda su buena intención, nos regala una colonia que cuesta 80 euros. Puede que ese producto nos venga bien, que le demos algún valor. Pero ¿habríamos estado dispuestos a pagar ese precio por la colonia? Es probable que no. Lo típico es que los productos que recibimos como regalo tengan para nosotros un menor valor que el precio que se ha pagado por ellos. Esta diferencia negativa es lo que Waldfogel presenta como irreparable destrucción de riqueza.
Waldfogel, de hecho, se dedicó a recopilar datos y a realizar entrevistas para tratar de medir dicha pérdida de riqueza. Concluyó que en promedio la gente valoraba los productos que le regalaban en torno a un 20% menos que el dinero gastado en ellos. Es decir, que si en Estados Unidos se gastan en torno a 65.000 millones de dólares cada temporada navideña, esto se traduce en una destrucción de valor de unos 13.000 millones. ¿Cómo se puede evitar esto, según el autor? Regale dinero. O, en todo caso, una tarjeta regalo. Aunque como el autor de Scroogenomics realmente se quedaría tranquilo es si la tradición de hacernos regalos por Navidad quedara abolida.
A estas alturas es probable que el lector ya se imagine a Waldfogel como un ser frío y amargado, algo así como la encarnación del propio Ebenezer Scrooge, el antinavideño protagonista del Cuento de Navidad de Dickens. Algo nos rechina y va en contra de nuestras intuiciones. Es evidente que algo no cuadra en esta teoría. Al fin y al cabo si esta masiva tradición es tan ineficiente y dañina, ¿cómo es posible que cada año vuelva a repetirse? ¿Tan tontos somos?
Es típico entre los economistas mainstream que cuando la realidad lleva la contraria a sus teorías consideren que la que falla no es la teoría, sino la realidad. El problema de Waldfogel es creer que lo único que cuenta es el valor material de los regalos. Pero si pensamos un poco en nuestra propia experiencia al abrir el regalo que nos hace un ser querido, caemos en la cuenta de que el producto físico que recibimos es, en el fondo, lo de menos. Está claro que es mejor que el regalo sea algo práctico, algo que nos guste. Pero la magia de los regalos está en la propia experiencia, en la sorpresa, en la originalidad, en la ilusión que nos hace. No sólo valoramos el bien en sí, sino también el esfuerzo que ha hecho el otro, el tiempo que ha empleado en pensarlo y en prepararlo. Es por ese motivo por el que la gente se hace regalos. Porque valoramos, en definitiva, no sólo el hecho de que el regalo nos sea más o menos útil, sino toda nuestra experiencia desde un punto de vista subjetivo. En general el conjunto sí que nos compensa.
El filósofo Michael Sandel, de la Universidad de Harvard, publicó What Money Can´t Buy, un polémico libro en el que lamenta que estemos pasando «de tener una economía de mercado a convertirnos en una sociedad de mercado». El libro está repleto de argumentos discutibles, sobre todo desde una perspectiva liberal, pero entre sus aciertos se encuentra la crítica a la teoría antinavideña de Waldfogel. Sandel señala que regalar dinero a un amigo, novia o esposa en vez de hacerle un regalo cuidadosamente escogido es manifestar una desconsiderada indiferencia. Es como salir del paso sin prestar la atención debida. Por supuesto, hay gente que no experimenta lo mismo con esta tradición y que valora menos la ilusión navideña. También es normal que haya circunstancias en las que aun así se prefiere dinero, o regalos fáciles de monetizar, como suele pasar con los regalos de boda. Pero no es lo habitual. Queremos que se impliquen y que nos sorprendan. Los millones de personas que en estas fechas salen a la calle y combaten el frío en busca de un buen regalo para sus seres queridos no son irracionales. Es cierto que hay cosas que el dinero no puede comprar.
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