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Entre el «instinto y la razón»

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¿El liberalismo vende? Esta es la pregunta que se hace todo liberal compungido ante la falta de calado en la población de estas ideas.

No deja de ser éste un tema trascendente. Quizás Paco Capella, quien se sumergirá en los misterios de la naturaleza humana en un próximo seminario con el Instituto Juan de Mariana que se celebrará el próximo 30 de noviembre y 1 de diciembre, pueda alumbrarnos sobre qué factores psicológicos hacen de un ser humano una persona con simpatías liberales. O, por el contrario, con otras querencias sociales, como los colectivistas de rapiña, colectivistas de ‘ordeno y mando’ o colectivistas por inercia social… De estos tres, curiosamente, los dos primeros destacan por su avaricia, egoísmo de la peor especie, violencia y falta de escrúpulos. El último colectivo es el tonto útil del que nos hablaba recientemente Fernando Parrilla (también llamada habitualmente "clase media") y que da soporte a este tinglado, el Estado, "que es esa gran ficción a través de la cual todo el mundo quiere vivir a costa de los demás" (Bastiat), mientras que al final es esa gran ficción la que acaba viviendo a costa de todos.

Ignacio Moncada analizaba asimismo hace poco por qué el liberalismo es una cuestión ética. Ignacio se hizo eco de una conferencia del argentino Walter Castro que impartió en la universidad de verano del Instituto este pasado verano y que tituló precisamente así: "¿Por qué para mí el liberalismo es una cuestión ética?".

Los que estuvimos allí presentes presenciamos un canto al optimismo y el vitalismo. ¿Qué es más importante: las ideas o los valores? Esta es la pregunta que se hizo en repetidas ocasiones Walter Castro. Y aquí las respuestas serán múltiples según quién la conteste. Él se decantó –lógico a tenor del título de su charla- por la fuerza de los valores. Lo que nos acerca, de nuevo, a Francisco Capella. Los valores, según esta concepción, serían previos a la razón y condicionan una buena parte de nuestros comportamientos (acciones) futuros. Los valores "correctos" nos hacen receptivos a ciertos mensajes o ideas; y los valores errados (o malos) nos llevan a tomar decisiones antisociales, en primer lugar, y se justifican en ocasiones echando mano de razonamientos teóricos muy sesudos, eso sí, pero nefastos: ¿Es el pillaje bueno? ¿Es correcto vivir a costa de los demás? ¿Es bueno hacer algo que sabemos que no deberíamos sólo porque no nos están viendo? ¿Es bueno tomar decisiones colectivas para todo (qué legitimidad albergo para inmiscuirme en la vida de mi vecino, sea en su vertiente económica o moral)?

Un pequeño ejercicio de introspección nos llevará a darnos cuenta de que buena parte de nosotros hemos llegado al liberalismo (de una manera u otra y extrayendo unas conclusiones u otras) como resultado de una búsqueda de un sistema social "bueno y justo" (valores) y de "la verdad" (ideas).

Yo no veo la necesidad de desligarlo, pues no dejan de ser ambas facetas de nuestro mismo ser. El hombre, en tanto ser social, se "justifica" continuamente. Cuestión aparte es qué viene antes: el huevo o la gallina; la razón o el valor (sentimientos). Sobre esto cabría analizar tantísimo y, de nuevo, espero que Capella nos hable extensamente. Pero parece que el peso de los valores y las emociones es fundamental. Porque un valor, en este contexto, es un mecanismo de "resorte", es un: "robar no está bien; luego te lo explico, pero no está bien". A muchos, muy racionales, les podrá parecer atroz que este sea el origen de muchas acciones o decisiones, pero las instituciones mengerianas no dejan de tener un comportamiento parecido… Es más, los valores, la moral se catalogan como institución según esa aproximación al concepto.

Siguiendo con la cuestión de los valores, qué parte viene de factores ambientales y qué parte de genéticos es otra gran pregunta. Y es que en lo que respecta a la genética, por qué siempre hay ovejas negras (o blancas) en las familias "bien" (o "chungas").

Y si nos adentramos en el factor ambiental, llegamos a destacar la importancia de la "comunicación". El "problema" es que los valores se transmiten de manera muy íntima: en el ámbito familiar, círculo de amigos, colegios (¡!), cine, lenguaje subliminal (o hiperexplícito) de los medios…

Al liberal no mesiánico le da verdadero miedo difundir mensajes a este nivel tan personal. Lo más que suele sugerir es que el Estado (u otras instituciones que no "viven y dejan vivir") no se inmiscuya en esta esfera, demandando varios cambios coherentes con la libertad individual: no se dediquen a atacar con dinero público sólo a un tipo familia (es decir, métanse en sus asuntos y no en los ajenos y, en esto en particular, también), desnacionalicen y descentralicen los colegios, no subvencionen la ("su") cultura o a sus medios…

Pero no pretende ir mucho más allá precisamente porque quiere mantenerse fiel a sus valores: "no me gusta que se metan en mi vida, pero tampoco quiero hacerlo en la de los demás".

En ello insistió también bastante Walter Castro. En qué podemos hacer: ser constantes y perseverantes, y, sobre todo, de cara a difundir los valores correctos, "predicar con el ejemplo", "ser una buena persona", sin más, según interpreté de sus palabras.

En cuanto a la batalla de las ideas, la cuestión es distinta. Los liberales siempre "sacamos" (me cuesta tanto hablar en primera persona del plural) pecho pavoneándonos por lo bien que empleamos la lógica y lo correcto de nuestras ideas. Pero ¡y qué! Si quienes tienen la "fuerza" (a la que los demás renunciamos por repugnancia y "valores"), son más. Y contraargumentan de manera falaz, sí, pero eficaz.

Porque los colectivistas que rapiñan no necesitan argumentos; esos sí que apelan al sentimiento, al victimismo. En una conferencia de Antonio Escohotado con el Instituto él mencionaba esta cuestión justo en el turno de preguntas: cómo el victimismo (por ejemplo, de los "desahuciados") dicta gran parte de las medidas políticas de las democracias actuales. Pero los colectivistas de "ordeno y mando", acompañados por otros seres inmundos, los intelectuales al servicio del poder (véase profesores universitarios o "expertos" que plagan los medios…) son de lo más "racional". Y para llegar con eficacia a los seres de rapiña y los tontos útiles, no crean, no, que los argumentos han de ser muy complejos. Si caben en un "tuit", mejor que mejor.

La gente que no vive de manera directa (o al menos no es consciente) del "tinglado" (Estado) quiere vivir su vida y alcanzar sus metas plácidamente. Y es perfectamente legítimo. Es una gran señal del proceso civilizador: las crecientes clases medias. No necesitan disponer de una teoría del Estado, no tienen que saber de economía, tienen que saber de aquello en que se hayan especializado dentro del entramado económico capitalista (hasta donde le dejan llegar). Y los políticos e intelectuales lo saben… Por tanto, como nos movemos conforme a valores y autojustificaciones (ideas), el Estado hace muy bien en secuestrar ambas facetas de la vida: valores (apelando a la conmiseración y al miedo, como nos decía María Blanco en una visita del IJM a alumnos de Bachiller) e ideas sencillas y muy cercanas al "corazón" (sentimiento), por supuesto, contrastadísimas por premios Nobel de Economía… Y, cómo no, al mismo tiempo, ejerciendo todo el poder que les confiere su fuerza para expulsar a toda institución social que sirva de contrapeso (no mencionaré ninguna, que Paco Capella me excomulga, aunque yo ya no crea en nada…).

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