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Ignorancia: ni libertad ni determinismo

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Una de las mejores aportaciones de F. A. Hayek a la teoría social es la del crucial papel de la ignorancia en la configuración de una teoría sobre la libertad. Según esta óptica, la libertad es la mejor prescripción social, política y económica, habida cuenta de que la perfección cognitiva es imposible y, por tanto, el dirigismo social, devastador. Si no podemos prever la mejor vía de acción ni para nosotros mismos ni para los demás, dado que no es posible un estado de conocimiento perfecto y de previsión sin errores, lo más inteligente es la libertad de acción, es decir, limitar la coacción al mínimo imprescindible.

Sin duda es una aportación genial que relativiza y minimiza el debate determinismo-libertad o, por ser más precisos, determinismo-indeterminismo. Nunca cerebro humano alguno será capaz de averiguar el mecanismo de funcionamiento perfecto que los deterministas suponen que existe en los planos físico, biológico y social. Por lo tanto la pregunta sobre si todo está ya escrito (sea por una precisa mecánica cósmica, sea por una voluntad extranatural) o bien lo escribimos con nuestro libre albedrío, no es más que un asunto científicamente inconsistente, aunque, como ficción cultural que es, sea relevante para entender la acción humana.

La obra de divulgación científica de Jorge Wagensberg expone con claridad cómo ambos puntos de vista pretenden definir algo imposible de resolver metafísicamente y ajusta el debate a dos enfoques funcionales de la metodología científica correspondientes a sendos momentos diferentes de esta: el libre albedrío o indeterminismo es la óptica del científico que se enfrenta a un suceso no predecible, y el determinismo es la postura, compatible con el científico aplicador, del que expone la teoría resultante mediante una mecánica de causas y efectos.

A pesar de que, como decimos, la aportación de Hayek es crucial y una buena base teórica para prescribir más libertad, resulta incontestable que las implicaciones de la misma pueden matizar severamente esa cuestión.

En primer lugar, la misma ignorancia como fundamento de la libertad excluye la existencia de una regla racional segura acerca de cuánta libertad debe prescribirse en cada caso concreto. La ignorancia, aunque inerradicable, no es absoluta, por lo que no sabremos jamás cuánta cantidad de libertad es compatible con el nivel de conocimiento existente.

Por otro lado, dado lo imposible de la omnisciencia, tan absurdo es definir al hombre como un ser libre como decir de él que pertenece a un cosmos determinista. La única materialidad que somos capaces de percibir es que los contenidos de las ideas y de los propósitos humanos en acción están atrapados en parámetros genéticos y culturales dados, producidos socialmente (algunas veces por cooperación espontánea y, las más, por coacción social o política) y siempre cambiantes. Y si bien esta afirmación parece decantarse por la opción determinista, no `pasa de ser una ilusión que se desvanece al establecer como consiguiente realidad material el hecho de que la combinación de parámetros genéticos y sociales es única en cada individuo. Esta especifidad ofrece argumentos a los indeterministas tanto como a sus contrapuestos, siendo esta una cuestión irresoluble y, por lo tanto, innecesario su planteamiento. Lo imprevisible de las acciones de los seres humanos ofrece a la percepción la ilusión del libre albedrío y, de igual modo, la existencia de algunas regularidades en dichas acciones da pie a imaginar un universo predeterminado.

En realidad resulta irrelevante ese debate, aunque siempre existirá esa tensión conceptual que supone diferencias en los programas de vida diferentes que, a la postre, se traducen en programas políticos también diferentes. Sin embargo sí es fundamental que nos demos cuenta de que la ignorancia inerradicable es la base de nuestro modo de estar y que tanto las doctrinas del libre albedrío como las deterministas se conforman, también, como parámetros culturales socialmente producidos, meras ficciones que definen diversos modos de actuar, de producir y, cómo no, de establecer nuestros regímenes políticos sin que jamás tengamos la seguridad de de acertar con el grado de libertad/coacción que maximiza el escaso conocimiento existente.

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