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Cuatro frentes

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Separatismos, economía, corrupción y oposición interna. Estas son, quizá bien ordenadas por importancia, las cuatro cuerdas flojas en las que bailan los dirigentes, bien del PP, bien del gobierno, que en este régimen de no división de poderes, viene a ser lo mismo.

La inevitable aparatosidad de las fuerzas independentistas catalanas y vascas amenaza al gobierno y a la unidad de España. No podemos menospreciar este peligro porque sería casi estúpido no leer y tampoco escuchar lo que claramente dicen los líderes de esas fuerzas. La pretensión de los radicales vascos parece más sólida siendo menos mediática. La catalana, traspasada de corrupción, se presenta parcialmente como el negocio familiar Pujol-Mas. La actitud de Rajoy parece perseguir que el proyecto catalanista pierda fuelle y se desgaste poco a poco ante la indiferencia, más que oposición, de los españoles, también los de Cataluña. Perfil bajo de Rajoy que, por eso, cubre menos flancos y estimula la confianza separatista. Los separatistas de las Vascongadas se asientan en las instituciones rehabilitando las figuras de los terroristas que, no habiendo entregado sus armas, siguen contando con ellas para, sin mencionar la vuelta a los atentados, dejar sin refutar su posibilidad. Y Rajoy, en esto, cubriendo aún menos huecos. Para esta no estrategia cuenta con dos PPs nada incómodos para los independentistas.

En la economía se apunta a las recetas menos liberales posibles. No se trata de que Rajoy deba ser un dogmático partidario de menos Estado y más mercado porque sí, sino porque a esta fórmula se la puede denominar por sus efectos: menos pobreza, más prosperidad. Una visita al Índice de Libertad Económica muestra la correlación, la coincidencia, la evidencia empírica o lo que sea que vincula, año tras año, la prosperidad con la libertad en la política económica y en la reducción de regulaciones. Si en el contraste con los hechos advertimos que menos estas aumentan la libre entrada de empresarios al mercado, Rajoy regula más y más. Si los elevados impuestos son la salud del funcionariado y de los políticos pero no de los ciudadanos, va y los sube. Ya que la expansión sin control del crédito supone inflación, más o menos oculta tras las mediciones de los IPCs o tras las mejoras tecnológicas que la absorbe pero no la eliminan, el Presidente reclama al BCE poco menos que una monetización de su deuda. Da igual. Solo le importa que el gobierno absorba el escaso crédito circulante y carga al BCE con la culpa del estancamiento esperando que este se desboque, inunde el mercado de dinero y no podamos ver al gobierno de España succionando los préstamos que se deniegan a, por ejemplo, las pequeñas y medianas empresas. Por último, en esta línea, si la mínima racionalidad económica y, sin duda, institucional, aconsejan exigir el mismo déficit autonómico a todas las regiones incluidas las de los sedicentes "hechos diferenciales" basados en distinciones y privilegios propios del Antiguo Régimen, pues no; para qué intentar construir un estado moderno bajo el principio, también moderno, de igual trato para todos.

Con la corrupción el Partido Popular tiene un grave problema. Lo tiene porque cada vez con más fuerza se traslada la idea de que tanto o más que un partido se trata o se trató de una máquina de hacer dinero para goce particular de sus dirigentes. Es lo que hay y, ahora, que lo nieguen. Ya no vale. Por mera higiene, en principio, pero por sentar las bases de una forma honesta, es decir, moderna y eficiente, de afrontar la organización del Estado, la corrupción debe dar un vuelco importante. Seguro que nunca se podrá erradicar por razones que hoy no vienen al caso, pero sí debe quedar claro que, a la vista de los logros en otros países (ver los datos que ofrece Transparencia Internacional al respecto) se puede hacer mucho más; y ese más redundará en seguridad jurídica y estabilidad institucional. No hay, por el contrario, duda de que quienes viven de la niebla harán lo posible para que nunca escampe.

Y por último, la oposición aznarista. A muchos, liberales y/o partidarios simples de la unidad de España, les resulta grata la presencia pública de Aznar sustituyendo y desbordando en impacto, aunque no en calidad, a Esperanza Aguirre. Creo que esa ilusión levantada es un espejismo, no porque la estrategia de "caña flexible" de Rajoy esté resultando muy eficaz contra los enemigos internos, sino porque el aznarismo, la vieja guardia, carece prácticamente de posibilidades de ser ni mayoritariamente minoritaria. Los viejos éxitos no valen si aparecen mezclados con Bárcenas y otras fealdades. No obstante, aunque la estrategia de Rajoy ante su exjefe presente pocos riesgos, es eficaz y se intuye tras ella el plumero de la nomenklatura política. Que personajes como Durán i Lleida le defiendan frente Aznar revela el terror que le produce a esa casta la remota posibilidad de que el Estado del cual viven, y muy bien, mengüe con una reforma radical y liberal.

Rajoy juega a no aparecer como responsable de los fracasos posibles de sus alineamientos políticos pero sí, claro, si hay éxitos. Para ello deja hacer, acepta lo que le dicen pero no tanto, amenaza con Aznar y carga las tintas pidiendo más Europa, es decir, más respiración asistida.

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