Si algo caracteriza a los sistemas productivos y a la economía en general es su complejidad. Una de las áreas a tener en cuenta a la hora de estudiar la estructura del capital de la economía y que se compagina muy bien con la teoría austriaca del capital es la llamada aplicación de la modularidad a la economía, que ha visto un importante desarrollo en la literatura del management y la organización empresarial o el diseño de producto por autores como Langlois, Christensen, Baldwin, Simon, Henderson, etc.
La teoría de la modularidad es un conjunto de principios que trata de gestionar la complejidad. Dividiendo un sistema complejo en partes que se comunican a través de conexiones estandarizadas formando una estructura, se puede gestionar un volumen de complejidad que de otro modo sería mucho más difícil. Los módulos no se comunican de cualquier manera, cada uno tiene su orientación, pues es más o menos complementario a otros módulos, y por ello forma una estructura, es decir, no es una mera lista de elementos sin relación coherente. Es algo parecido a la estructura de capital, compuesta por bienes de capital que también tienen características de complementariedad, especificidad, imperfecta divisibilidad, etc., y que también se conectan a través, por ejemplo, del sistema de precios o la empresarialidad formando una estructura coherente.
En el mercado habrá más o menos modularidad dependiendo de la estructura de capital existente. Puede verse el diseño de producto como un ejemplo en el que se observa esta mayor o menor composición modular según los recursos productivos sean organizados por los empresarios atendiendo a sus características.
Integración y modularidad en la arquitectura de producto (el caso de Apple)
Una empresa puede desarrollar un producto integrando toda la cadena de valor internamente; puede externalizar los servicios prestados por algún bien(es) de capital –o módulo(s)- subcontratando a especialistas, o bien puede directamente vender no sólo el producto terminado sino también algún componente del producto por separado.
En la mayor o menor integración en una empresa de la cadena de valor tiene un papel fundamental la capacidad de las empresas de mejorar sus productos en relación con la capacidad de los consumidores de absorber dichas mejoras. No en vano, no todos los consumidores tienen las mismas exigencias en cuanto al producto puesto que también la demanda es heterogénea.
Durante el proceso competitivo, las empresas tratarán de mejorar sus productos para liderar el mercado. Podría decirse que aquellas que tengan estructuras que más integran el proceso de producción tendrán una ventaja competitiva frente a las que presentan una arquitectura de producto más modular. Esto podría explicarse porque las primeras podrán aprovechar las interdependencias entre las partes del proceso productivo y así alcanzar más eficientemente (prueba y error) las mejoras deseadas: ante intento de mejora es necesario conocer la respuesta de los consumidores para al mismo tiempo modificar alguna(s) pieza(s) y/o su ensamblaje (es decir, interdependencias entre el consumidor, el ensamblaje de las piezas, las propias piezas componentes del producto, etc.).
Llega un momento en que el producto en sí cubre más que de sobra la funcionalidad o prestaciones demandadas por el consumidor. Es decir, los consumidores estarán felices de adquirir esos productos continuamente mejorados pero no estarán tan dispuestos a pagar precios cada vez mayores que cubran esos avances (por ejemplo, los televisores de alta definición, HDTV). Esto no significa que los consumidores no pagarán por cualquier mejora. Una vez ya tienen la funcionalidad deseada, sólo estarán dispuestos a pagar un precio premium por aquellos productos que cumplan exactamente lo que quieren y cuando quieran.
Es en esta fase donde las estructuras más modulares tendrán su ventaja frente a las más integradas porque serán capaces de ofrecer los productos de manera más rápida, flexible y receptiva. Las empresas más modulares podrán introducir nuevos productos más rápidamente porque podrán actualizar los componentes o subsistemas (módulos) sin necesidad de rediseñar todo el proceso de diseño o productivo. Además, dada la estructura modular, estas empresas podrán combinar los componentes del producto para ofrecer al consumidor lo que quiera exactamente. Por otra parte, al ser modulares, estas empresas soportarán no sólo menos costes generales que las más integradas sino que podrán aprovecharse y ahorrarse gran parte de las inversiones en I+D. Un ejemplo de todo esto es el de Apple (como empresa que integra gran parte de la cadena de valor) frente a empresas más modulares, como Samsung, etc., pero hay más y no sólo en mercados de alta tecnología.
Por tanto, la modularidad, una teoría aplicada a diversos campos del conocimiento y que ha encontrado un interesante desarrollo en economía, en la literatura del management y la organización empresarial, y que desarrolla en cierto modo la teoría austriaca del capital, tiene un profundo impacto en la estructura de la industria, muy útil no sólo para los consumidores que se benefician de los productos, sino para inversores, managers, empresarios, académicos, etc.
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