Los compradores quieren pagar lo menos posible y obtener la máxima cantidad y calidad, negocian tirando del precio hacia abajo. Los vendedores quieren cobrar lo máximo posible y entregar la mínima cantidad y calidad posible, negocian tirando del precio hacia arriba. Además entre ambos suele haber intermediarios, que compran a los productores (vendedores) y venden a los consumidores (compradores); puede haber varios niveles de intermediación en una estructura de producción y distribución compleja. El intermediario quiere comprar barato y vender caro con el máximo margen de beneficio posible.
Hay más intercambios (mayor actividad económica) si los intermediarios reducen su margen unitario y aceptan comprar más caro y vender más barato, pero esto desincentiva su labor (salvo que les compense una mayor rotación). Una posible solución es subvencionar a los intermediarios, pero el dinero tiene que salir de algún lado, probablemente de los bolsillos de los compradores y vendedores en su calidad de contribuyentes, o produciendo dinero (en realidad pseudodinero) a muy bajo coste (generando inflación que erosiona el poder de compra de los tenedores de dinero y activos a tipo de interés fijo).
Otra posibilidad es que los intermediarios realicen algún truco, manipulación o transformación, como un engaño sobre la calidad o seguridad de sus mercancías o servicios. El intermediario compra barato mercancía mala o insegura, y la vende cara como mercancía buena y segura. Todo el mundo parece feliz: vendedores, intermediarios, compradores, y la sociedad en su conjunto.
El problema es que el engaño no puede funcionar indefinidamente ya que eventualmente los bienes de mala calidad se muestran como lo que realmente son: se estropean, dejan de funcionar e incluso provocan accidentes y graves pérdidas. Los productores de bienes de mala calidad dejan de poder venderlos a los precios anteriores; quienes los compraron en el pasado descubren que no son tan ricos como creían; y todo el mundo odia y acusa de sus problemas a los intermediarios (estafadores, imprudentes e irresponsables).
Los bancos (y otros intermediarios financieros como la banca en la sombra) descalzan (transforman, desajustan) plazos y riesgos cuando por un lado (su pasivo) piden prestado a corto plazo y ofreciendo (presuntamente) completa seguridad a sus depositantes y demás prestamistas, y por el otro lado (su activo) prestan o invierten a más largo plazo y con más riesgo e incertidumbre.
Un prestamista (acreedor) quiere prestar con el mínimo riesgo, al mínimo plazo posible, y lo más caro posible (mayor tipo de interés); un prestatario (deudor) quiere recibir prestado pudiendo asumir riesgos, al máximo plazo posible, y lo más barato posible (menor tipo de interés). La transformación de plazos y riesgos parece contentar a todos: pero tiene un coste incomprendido por muchos, el de las crisis económicas recurrentes por descoordinación intertemporal y asunción excesiva de riesgos.
Los bancos son gestores de cobros y pagos e intermediarios financieros. Estas dos funciones son complementarias y permiten al banco aprovechar su conocimiento especializado: al tener relaciones comerciales duraderas y al conocer los ingresos y gastos y la posición financiera de un cliente, el banco puede evaluar más fácilmente su crédito y así concederle o no un préstamo. Pero estas dos funciones también pueden mezclarse de forma imprudente y destructiva, cuando el banco utiliza los saldos de tesorería de sus clientes, o su ahorro a muy corto plazo, para realizar préstamos más arriesgados y a más largo plazo.
Para realizar cobros y pagos los bancos ofrecen a sus clientes sus propios pasivos líquidos (seguros y a muy corto plazo): billetes (si pueden legalmente emitirlos y les interesa hacerlo), y depósitos en cuenta. Un banco prudente debería respaldar esos pasivos con activos de las mismas o muy semejantes características (reservas monetarias y deuda muy segura y a muy corto plazo que pueda liquidarse rápidamente en cualquier circunstancia sin pérdidas) para poder hacer frente a las eventuales retiradas de fondos de sus clientes y así ser solvente y no estar expuesto a la posibilidad de quebrar.
Como intermediarios financieros los bancos captan ahorros de muchos pequeños agentes económicos (agregación) y evalúan la solvencia de otros agentes a los cuales prestan esos mismos fondos. Prestamistas y prestatarios finales ocasionalmente podrían prescindir de intermediarios: empresas que venden sus bonos o acciones directamente a los mercados, ahorradores que los compran. Pero el banco, como cualquier intermediario, tiene conocimiento especializado que le permite por un lado asistir a los ahorradores sin esos conocimientos, y por otro internalizar los costes y beneficios de la evaluación de la solvencia de los potenciales deudores: un deudor que se evalúa a sí mismo no es fiable; un evaluador externo (agencia de calificación de riesgos) puede o no ser fiable (problemas de reputación, captura o corrupción), o proporciona un bien público por el cual le es difícil cobrar (asume el coste de investigar y pierde el control de esa información al ofrecérsela a otros).
Los bancos, como cualquier intermediario, ganan dinero porque compran barato y venden más caro: por el diferencial entre el tipo de interés que pagan a sus prestamistas y el que cobran a sus prestatarios (además de posibles comisiones). Para ser viables económicamente y dar beneficios a sus accionistas los bancos no necesitan descalzar plazos y riesgos.
Pero un banco puede caer en la tentación de intentar obtener mayores beneficios incrementando ese diferencial entre ingresos y gastos si descalza plazos y riesgos: pide prestado a corto plazo y poco riesgo (más barato) y presta a mayor plazo y con más riesgo (más caro).
Con el descalce de plazos y riesgos se expande el crédito y la economía aparenta prosperidad creciente: los bancos ganan más dinero y pueden ofrecer sus servicios a menor precio; los depositantes tienen derecho a recuperar su dinero cuando quieran con seguridad (o eso creen); los receptores de préstamos no están presionados por pagos a corto plazo y pueden embarcarse en proyectos empresariales más especulativos; la sociedad parece disponer de más ahorro e inversión sin necesidad de renunciar al consumo.
Pero el descalce de plazos y riesgos es insostenible y causa las crisis económicas. Muchos economistas (*) aseguran que la esencia de la banca es la transformación de plazos (si no lo hicieran no serían bancos sino otra cosa), que esa es su función social, la cual permite disponer de más ahorro e inversión productiva: es un error intelectual muy grave que les impide comprender los ciclos económicos de origen financiero, al no entender las componentes temporales y de riesgo del crédito (la calidad del mismo).
Como en todo timo o truco de magia, en la aparente y falaz bondad de la transformación de plazos (parece que se obtiene algo a cambio de nada) hay algo que muchos observadores no son capaces de percibir o cuya importancia ignoran: el incremento sistemático del riesgo y la descoordinación intertemporal. Todo el sistema bancario y los agentes a quienes este financia están asumiendo sistemáticamente más riesgos y extendiéndose más hacia el incierto futuro que lo que los ahorradores están dispuestos a soportar.
Mediante el descalce de plazos y riesgos los bancos no redistribuyen y gestionan los riesgos mediante leyes estadísticas de grandes números, sino que crean más riesgo, incertidumbre, fragilidad e inestabilidad, y además de forma opaca y compleja (balances incompletos o indescifrables, ingeniería financiera incomprensible). No se trata de riesgos exógenos accidentales, aislados y descorrelacionados, sino de riesgos endógenos, correlacionados (se realimentan mutuamente y tienden a manifestarse y producir efectos nocivos de forma simultánea), generados de forma sistemática, conjunta y masiva por las entidades financieras (con la inestimable ayuda del Estado).
La asunción excesiva de riesgos termina inevitablemente por pagarse en forma de crisis económicas que muestran los desajustes y descoordinaciones de la economía, tanto en el ámbito productivo real como en el ámbito monetario, crediticio y financiero. El sistema es tan frágil que termina colapsando de forma espontánea o no es capaz de resistir alguna perturbación externa.
Las crisis económicas no suceden inmediatamente, lo que las haría menos intensas: los desajustes son graduales (años), y las correcciones son bruscas (horas, días). La expansión crediticia se prolonga y tiende a ocultar los peligros y los desajustes que genera bajo una falsa apariencia de prosperidad: todos los negocios son rentables, sube la bolsa, los pisos se revalorizan, todo se vende, todo el mundo tiene trabajo. Los errores se acumulan y la burbuja se hincha gradualmente hasta que explota rápidamente y de forma catastrófica.
(*) No son solo economistas intervencionistas, como Paul Krugman (Don’t be narrow minded, If banks are outlawed only oulaws will have banks) o Bradford DeLong (The maturity transformation and liquidity transformation and safety transformation industry), quienes no entienden los problemas del descalce de plazos y riesgos. Algunos liberales (neoclásicos y austriacos) también caen en este fatal error.
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