Recuerdo aquellas clases como si fueran ahora mismo. A finales de los años 70 y comienzo de los 80, en el colegio donde estudié –cuyo ideario no era progre pero tampoco reaccionario– predominaba sin embargo un grupo de profesores del área social que vendían frecuentemente a sus alumnos dos embustes básicos. El primero de ellos consistía en que la solución a los presuntos males de España era nada menos que copiar ¡el modelo autogestionario de la Yugoslavia de Tito! Esto nos lo contaban sin asomo de crítica alguna, sin pestañear, en plena era de la guerra fría, comprobados los míseros resultados de los satélites de Moscú. La misma cantinela se repite de nuevo con los próximos estatutos: exclusión, autarquía y control de los ciudadanos. La segunda patraña de los dómines afirmaba que la economía occidental tenía también insondables agujeros negros al igual que el bloque soviético. Si los comunistas asumían en Albania un ejemplo de penuria insoslayable, el libre mercado fallaba en Portugal, el sempiterno enfermo de Europa. Comparaban la miseria decretada contra los albaneses por el tirano Enver Hoxha, con las tribulaciones políticas y financieras de la gran nación hermana. La intención era quizá introducir la duda más cercana en la mente de aquellos chavales. No obstante, surgieron momentos para la rebelión. Al cura que nos endilgó una soflama a favor de Gramsci, Althusser y demás príncipes del marxismo, unos compañeros le cambiaron el vino por vinagre antes de la misa, y el regocijo durante la celebración fue de los que causaron época.
El sesgo de la enseñanza media contra la libertad, el mercado y la globalización, desafortunadamente, continúa. Desconozco si los adolescentes de hoy están dispuestos a realizar alguna gamberrada para librarse de tales pestiños. En cualquier caso, la monografía de Manuel Jesús González, premio Libre Empresa 2004, publicada por el Círculo de Empresarios, vuelve a recordarnos que todavía queda mucho por hacer. En su trabajo, el profesor González señala que sólo el 29 por ciento de los manuales de enseñanza analizados exhiben cierta neutralidad respecto de la función empresarial, mientras que otro 31,4 por ciento la ignoran y cerca de un 40 por ciento la combaten abiertamente.
Es significativo que uno de esos textos propone la siguiente dinámica de grupo: parte de los alumnos representarán para el resto de la clase una reunión de sindicalistas de la Primera Internacional en la que se discute la preparación de una huelga en una empresa textil de Barcelona; de los participantes en la dinámica, unos aceptarían la subida salarial propuesta por el patrón y otros optarían por la vía revolucionaria. Cuando el profesor lo considere oportuno, dará por zanjado el debate. Lo más destacado de esta actividad se reflejará en un periódico mural expuesto en el aula. Así va el juego denominado Revisionismo o Revolución. ¿Lamentable, no?
Enseñar en España ha valido tradicionalmente muy poco. Educar en la piel de toro es llorar. Se sigue considerando a la formación en determinadas habilidades como una práctica blanda, casi irreal. A los formadores o se les menosprecia o se pretende de ellos cualidades taumatúrgicas, cuando probablemente no merecen ni una cosa ni otra. Al mismo tiempo los programadores gubernamentales, junto a los editores que les secundan, quieren hacer del estudiante, futuro trabajador, un revolucionario en potencia, para después mofarse de él. El ambiente no es propicio pero hay que ponerse las pilas en la pedagogía del liberalismo. El Instituto Juan de Mariana está en ello, para llegar más alto, más lejos y más fuerte en la defensa de lo que verdaderamente importa.
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