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En defensa del odio

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Por Daniel B. Klein. El artículo En defensa del odio fue publicado originalmente en el IEA.

«Nuca amarán donde deben amar quienes no odian donde deben odiar»

Edmund Burke, A Letter to a Member of the National Assembly (1791).

Los gobiernos y sus aliados están utilizando la etiqueta de ‘odio’ para censurar a las personas. Al discurso que ellos odian lo llaman ‘discurso de odio’. Antes de empezar a odiar la censura, pongamos a un lado la fealdad de la política y vayamos directo al odio. ¿Existe algo como el odio justo? ¿Es inapropiado odiar?

Comencemos con el gusto. A uno le puede gustar el béisbol, ciertos tipos de música, ideas o personalidades. El gusto ferviente lo llamamos amor. Ese fervor es aceptable, incluso celebrado. Los gustos y los amores constituyen la alegría de la vida, el amor por la vida misma. ¿Qué hay de las cosas que sistemáticamente van en contra de lo que nos gusta o amamos? Las despreciamos, ya sea leve o fervientemente. El desprecio ferviente es odio o aversión.

Edmund Burke escribió: «Nunca amarán donde deben amar, quienes no odian donde deben odiar». Él entendía que, si algunas cosas son dignas de amor, otras deben ser dignas de odio. Las cosas que actúan sistemáticamente en contra de lo que es digno de amor son dignas de odio. El Wikitionary define «hateworthy» así: digno de ser odiado, detestable, despreciable.

Conteniendo la expresión del propio odio

El amor y el odio son contrapartes. Existe una simetría entre ellos. Sin embargo, hay diferencias en la forma en que deben sentirse y expresarse el amor y el odio. No todo es simétrico entre el amor y el odio. Adam Smith distinguió entre «pasiones sociales» y «pasiones antisociales». Las pasiones sociales expresan sentimientos positivos hacia otras personas. Las pasiones antisociales expresan sentimientos negativos. Los dos conjuntos de pasiones difieren en sus límites de propiedad: deberíamos ser más contenidos al expresar odio y otras pasiones antisociales.

Hay varias razones para mantener el odio más contenido. A la gente le encanta ser amada y odia ser odiada. El amor dirige el elogio, mientras que el odio dirige la culpa. A la gente le gusta ser elogiada y odia ser culpada. Otra razón para contener el odio es que el odio divide las simpatías del espectador. Las simpatías del espectador se dividen entre quien expresa odio y el odiado. La división es desagradable y difícil para el espectador.

Aún otra razón para contener el odio es que el conflicto puede escalar, y el daño es especialmente doloroso. Smith enseñó que, cuando consideramos las ventajas y desventajas de la existencia humana, las desventajas pueden llegar mucho más profundo de lo que las ventajas pueden llegar alto. Las pérdidas pesan más que las ganancias. Debemos actuar para evitar pérdidas más que para alcanzar nuevas ganancias.

Estas son buenas razones para contener los sentimientos de odio. Smith lamentó que, en años de escasez, algunas personas culpen a los comerciantes, «quienes se convierten en el objeto de su odio e indignación».

El odio tiene su lugar

Pero Smith no concluyó que uno deba reducir el odio a cero. Al igual que Burke, él vio que el odio es una parte necesaria y orgánica de cualquier sistema coherente de moralidad. Lo mismo es cierto para otras pasiones antisociales: la ira, la indignación, el resentimiento e incluso la venganza. A menudo culpamos justamente a las personas por el exceso en tales pasiones, pero a veces las personas muestran una deficiencia en esas pasiones.

De hecho, la naturaleza ha implantado, dice Smith, los terrores del castigo merecido «como los grandes salvaguardas de la asociación de la humanidad, para proteger a los débiles, frenar a los violentos y castigar a los culpables». Smith escribió sobre la «justa indignación» y un «noble y generoso resentimiento».

Los sentimientos de desprecio y odio nos llaman a defender a las personas que amamos, las tradiciones que amamos, las creencias que amamos. A levantarse contra las cosas que, creemos, van en contra de lo que es digno de amor. Los sentimientos de desprecio y odio son señales morales de nuestra responsabilidad, motivándonos a defender lo que creemos que es correcto. Sin odio, no puede haber rectitud.

Y sin odio no puede haber convicción. Hannah Arendt escribió: «El objetivo de la educación totalitaria nunca ha sido inculcar convicciones, sino destruir la capacidad de formar alguna».

Odiar la censura del ‘odio’

Si la censura pretendiera oponerse a todo el odio, sería autocontradictoria. El programa de televisión de los años 60′ El súper agente 86 parodiaba las modas extrañas. En un episodio, el cómico Maxwell Smart cuestionaba al líder de una organización. El líder explicaba: «Somos un grupo de odio… Odiamos el odio».

Pero la censura no se abstiene de odiar. Tienen convicciones. Son odiadores, como todos nosotros. Así como la «desinformación» es una estratagema de la censura, el «discurso de odio» es una estratagema. La verdadera pregunta es: ¿quién decide qué es digno de odio? ¿Y cómo debe una sociedad diversa explorar qué es digno de amor y qué es digno de odio?

Cuando el «odio» en sí mismo se convierte en el crimen, el Estado de derecho se va por la ventana, porque ¿cómo deben los jueces y jurados adivinar los motivos y sentimientos del pecho de alguien? Como dijo Adam Smith, «cada tribunal de justicia se convertiría en una verdadera inquisición». La filósofa legal Heidi Hurd hizo muchos de estos puntos en su gran artículo Why Liberals Should Hate ‘Hate Crime Legislation’.

James Madison escribió sobre una sociedad de hombres imperfectos: «Mientras la razón del hombre continúe siendo falible, y él sea libre de ejercerla, se formarán diferentes opiniones.» ¿Cómo se mantendrá la paz doméstica cuando, en la búsqueda de la felicidad, cualquiera de nosotros difiera en sus estimaciones de lo que es digno de amor y lo que es digno de odio? El respeto y la libertad de expresión es el camino correcto. No la censura.

Ver también

Odio, sectarismo, y crítica política. (José Carlos Rodríguez).

El odio ideológico. (José Carlos Rodríguez).

El odio, un arma populista contra la libertad. (Antonio José Chinchetru).

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