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La represión de X en Brasil lleva a una peligrosa desconfianza institucional

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Por Diogo Costa. El artículo La represión de X en Brasil lleva a una peligrosa desconfianza institucional fue publicado antes en FEE.

A medida que las democracias se enfrentan a la desinformación, el enfoque de línea dura de Brasil es visto por algunos como un modelo potencial. El país ha tomado medidas extremas para vigilar el discurso en línea: recientemente prohibió X (antes Twitter) y multó a los ciudadanos que utilizaban VPN para acceder a ella. Estas medidas ponen de relieve su audacia, pero también subrayan los peligros de facultar al Estado para tratar la desconfianza como una mera crisis de información.

La crisis de desconfianza institucional de Brasil se remonta a la operación Lavado de coches, una amplia investigación sobre corrupción que comenzó en 2014. Lavado de coches reveló profundos enredos de sobornos en las más altas esferas del gobierno durante el gobierno de Lula a principios de la década de 2000. El poder judicial, visto como el último bastión de la integridad, ganó una confianza pública sin precedentes, y jueces y fiscales se convirtieron en héroes nacionales.

Sin embargo, a medida que Lavado de coches extendió su alcance, el propio poder judicial pasó a estar bajo escrutinio. En 2019, la revista Crusoé publicó acusaciones que implicaban al juez del Tribunal Supremo Dias Toffoli en las mismas tramas de corrupción que Lavado de coches pretendía desmantelar. La respuesta de Toffoli -iniciar una investigación contra la revista por supuesta difusión de noticias falsas- marcó el inicio de una peligrosa confusión entre desinformación y disidencia.

Alexandre de Moraes, un héroe de la censura

Al frente de esta campaña fue designado Alexandre de Moraes, otro juez del Tribunal Supremo, cuyas acciones ampliarían los límites del poder judicial en Brasil. Moraes utilizó su papel para reprimir la desinformación, un término que se convirtió cada vez más en un cajón de sastre para cualquier discurso crítico con el gobierno o el poder judicial. Bajo la bandera de la defensa de la democracia, Moraes inició una serie de medidas que culminarían en la censura digital que vemos hoy.

Al principio, la prensa tachó la medida de censura. Sin embargo, a medida que aumentaba la preocupación por la desinformación y Moraes empezaba a dirigirse a los partidarios del entonces presidente Jair Bolsonaro -que se mostraban cada vez más escépticos respecto a la democracia brasileña-, la iniciativa fue ganando apoyo entre la élite de Brasil. Esto supuso un cambio crítico: El poder judicial se estaba posicionando no sólo como árbitro de la ley, sino también como árbitro de la verdad.

El enfoque de Moraes se ha definido por su voluntad de eludir el debido proceso en nombre de la lucha contra la desinformación y las opiniones antidemocráticas. La represión dirigida por los tribunales de Moraes contra las amenazas percibidas ha incluido el encarcelamiento, sin un juicio justo, de personas con motivo de sus publicaciones en redes sociales, la suspensión de cuentas en redes sociales sin explicación, la congelación de activos por conversaciones privadas consideradas antidemocráticas e incluso la suspensión de cargos de funcionarios electos. Estas acciones se llevaron a cabo a menudo con una transparencia mínima y sin vías de recurso.

Desconfianza institucional

La escalada de extralimitaciones judiciales alcanzó su punto álgido en los últimos días, cuando Moraes ordenó la prohibición de X en Brasil. En los meses anteriores, bajo la propiedad de Elon Musk, la plataforma se había negado a cumplir las demandas de prohibición de cuentas y retirada de contenidos, llegando incluso a denunciar estas órdenes de censura. Ante la amenaza de acciones legales y la detención de su personal, X despidió a sus empleados en Brasil y cesó sus operaciones, lo que llevó a Moraes a tomar medidas aún más extremas.

Congeló los activos del antiguo representante legal de Twitter y extendió esta medida a Starlink, una medida ampliamente criticada por constituir una violación del derecho de sociedades brasileño. Por último, Moraes prohibió X, aislando a más de 20 millones de ciudadanos de la plataforma. También impuso una multa diaria de 50.000 reales brasileños (unos 9.000 dólares) a cualquier ciudadano que utilizara una VPN para acceder a ella, una cantidad superior a los ingresos anuales de la mayoría de los brasileños, criminalizando de hecho los intentos de acceder a la información.

Y, sin embargo, ¿ayudó realmente la represión a resolver una crisis de desconfianza institucional? La evidencia sugiere lo contrario. Unas recientes encuestas muestran niveles alarmantemente bajos de confianza en instituciones clave, con sólo el 23% de los brasileños expresando una gran confianza en los tribunales electorales y un mero 15% en el Tribunal Supremo. Paradójicamente, figuras políticas a menudo etiquetadas como fuentes de «desinformación» por el poder judicial han ganado popularidad, y uno de esos candidatos lidera la carrera por la alcaldía de São Paulo.

La plataforma X ofrece una solución

La desconfianza no es desinformación, pero a menudo es su causa. Tratar una crisis de confianza institucional únicamente como un problema de información, pasa por alto las fracturas sociales más profundas y corre el riesgo de intensificar las mismas tensiones que pretende resolver. El control autoritario de la información erosiona las normas democráticas y disminuye aún más la confianza pública.

Irónicamente, la misma plataforma atacada en Brasil -X- ofrece un atisbo de un posible enfoque alternativo para abordar la desinformación. Su función ‘Notas de la comunidad’ permite a los usuarios colaborar en la comprobación de hechos y proporcionar contexto a contenidos polémicos, un enfoque descentralizado que también prevén otras plataformas como Ethereum.

Tanto si las tecnologías descentralizadas apuntan a un futuro prometedor como si no, el camino para restaurar la confianza en las instituciones no pasa por la censura o la extralimitación judicial, sino por la adopción de la transparencia, la rendición de cuentas y un compromiso renovado con los principios del discurso libre y abierto.

Que la experiencia de Brasil nos recuerde que la confianza no puede imponerse desde arriba. Sólo una cultura de diálogo abierto y resolución colectiva de problemas puede ayudar a las democracias a construir una esfera pública más resistente y digna de confianza, que fortalezca los cimientos de una sociedad libre en lugar de socavarlos.

Ver también

El caos supremo de Brasil. (Leonidas Zelmanovitz)

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