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Tres reflexiones acerca de una estrategia libertaria que involucra al Estado

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Es momento de reflexionar sobre el entusiasmo generado por el avance del proyecto libertario mediante el uso de medios estatales, especialmente tras el triunfo de figuras como Javier Milei en Argentina. Este triunfo ha despertado la esperanza de que, desde el propio Estado, se pueda promover la libertad. Sin embargo, para los libertarios, esta estrategia plantea una contradicción fundamental que no podemos ignorar. El libertarismo se basa en los principios de la propiedad privada, la división del trabajo y la coordinación voluntaria de acciones individuales, donde los precios, y no la coerción, guían las decisiones. El Estado, por el contrario, es el monopolio de la violencia, cuya existencia se sostiene en el irrespeto sistemático a la libertad individual. Aquí reside el conflicto central de utilizar el Estado para impulsar la libertad: se pretende usar un ente coercitivo para promover un orden social basado en la ausencia de coerción.

El caso de Argentina, bajo el liderazgo de Milei, es paradigmático. Medidas como la reducción del número de ministerios, la privatización de empresas públicas como YPF y Aerolíneas Argentinas, y la eliminación de subsidios en sectores clave, se han visto como avances en la dirección de un Estado más pequeño. Estas acciones buscan fomentar la desregulación económica, simplificar los trámites burocráticos para las empresas y reducir el gasto público. Sin embargo, aunque estas medidas pueden parecer alentadoras, no podemos olvidar que son, en última instancia, pequeños pasos en una estrategia que inevitablemente se enfrenta a las contradicciones inherentes del Estado frente al libertarismo.

Lo esencial del proyecto libertario

El proyecto libertario tiene como fin último la eliminación del monopolio estatal sobre los medios políticos, es decir, acabar con el control exclusivo que el Estado ejerce sobre la regulación de la vida social y económica. Sin embargo, cuando se recurre al Estado para avanzar en esta dirección, debemos tener presente que estamos operando dentro de un aparato diseñado para concentrar y perpetuar el poder. A lo largo de la historia, el Estado ha demostrado ser una entidad que tiende a crecer y fortalecer su control, y cualquier intento por limitarlo desde adentro enfrenta enormes desafíos.

El Golem

Una comparación ilustrativa es la historia del Golem de Praga. Según esta leyenda, el rabino Loew creó al Golem para proteger a la comunidad judía de ataques antisemitas, pero la criatura, aunque creada con buenas intenciones, terminó escapando del control de su creador y causando más daño que bien. El Golem, sin voluntad propia, se convirtió en una amenaza. De manera similar, el Estado, incluso cuando se le intenta usar para fines libertarios, tiene una tendencia inherente a volverse una fuerza destructiva. Puede empezar con buenas intenciones, pero su naturaleza monopolística y coercitiva genera caos y desorden a largo plazo. El Estado, una vez activado, es difícil de controlar, y las tentaciones que ofrece a quienes lo manejan son muchas.

Un problema económico y ético

El principal problema con el uso del Estado no es solo moral, sino económico. Como argumentó Ludwig von Mises, el Estado, al no basar sus ingresos en intercambios voluntarios, carece de los mecanismos necesarios para asignar recursos de manera eficiente. Las decisiones del Estado no están guiadas por la propiedad privada ni por los precios que surgen en el mercado. Esto significa que el Estado opera sin el sistema de señales que orienta las acciones en un mercado libre, lo que inevitablemente lleva al desperdicio de recursos y a distorsiones en la asignación de los mismos. El Estado, por su propia naturaleza, no puede evaluar correctamente las necesidades y preferencias de los individuos, lo que hace que sus decisiones de inversión y gasto sean, en el mejor de los casos, arbitrarias y, en el peor, perjudiciales.

Incluso si un político libertario, como Milei, logra reducir ministerios y recortar subsidios, el aparato estatal seguirá plagado de actores que buscarán aprovechar el poder para fines menos nobles. La burocracia, los intereses rentistas y la tentación de usar el Estado para obtener beneficios personales o políticos estarán siempre presentes. Además, cualquier intento de disminuir el tamaño del Estado se enfrentará a resistencias internas y externas, ya sea de la propia burocracia, de grupos de presión o incluso de sectores de la sociedad que se han acostumbrado a depender de la intervención estatal.

Por esta razón, aunque podemos celebrar los avances logrados, debemos ser cautelosos. El verdadero objetivo del libertarismo no es simplemente reducir el tamaño del Estado, sino eliminar por completo su monopolio sobre los medios políticos. Para los libertarios, el Estado es esencialmente una entidad parasitaria que utiliza la violencia para expropiar la riqueza creada por otros, y aunque pueda reducirse su tamaño, mientras exista, seguirá siendo una amenaza para la libertad.

La fatal contradicción: proteger agrediendo

Una de las áreas donde esta contradicción se hace más evidente es en la producción de seguridad. El Estado justifica su existencia afirmando que protege la propiedad privada, pero lo hace violándola sistemáticamente mediante la coerción y la expropiación. En un orden verdaderamente libertario, los individuos deberían tener el derecho de defender su propiedad y contratar servicios de seguridad de manera voluntaria, en lugar de depender de un monopolio estatal que, en última instancia, tiene incentivos para expandir su poder y reducir la libertad individual. El desmontaje del monopolio estatal sobre la seguridad es uno de los pasos más urgentes, pues permitiría a los individuos asumir su derecho a defenderse, creando un mercado competitivo de servicios de protección que operaría de manera más eficiente y respetuosa con los principios libertarios.

La advertencia más importante

Este análisis nos lleva a una advertencia crucial: la propiedad privada es la base sobre la cual se construye la vida social y el mercado. Protegerla no puede depender de una entidad coercitiva como el Estado. La confianza debe depositarse en el mercado y en su capacidad para coordinar la vida social de manera más eficiente y justa. Sin una plena confianza en el proceso de mercado y en su capacidad para resolver los problemas de coordinación social, el proyecto libertario estará destinado al fracaso. No podremos convencer a la sociedad de que el Estado es innecesario e injustificable si nosotros mismos seguimos recurriendo a él para avanzar nuestra agenda.

En definitiva, la estrategia de utilizar al Estado para avanzar el proyecto libertario debe ser vista como un medio transitorio, no como un fin en sí mismo. El éxito de esta estrategia dependerá de que seamos conscientes de sus limitaciones y de los riesgos inherentes a la utilización del poder estatal. Como el Golem de Praga, el Estado es una fuerza que, una vez puesta en marcha, puede escaparse de nuestro control y volverse contra nosotros. Por eso, es fundamental que el desmantelamiento del Estado sea un objetivo constante y progresivo. Solo devolviendo a los individuos la plena capacidad de actuar en libertad, confiando en la superioridad económica del mercado y en el respeto a la propiedad privada, podremos avanzar hacia una sociedad verdaderamente libre, donde el Estado, finalmente, sea una reliquia del pasado.

Ver también

Milei y la prefiguración. (Miguel Anxo Bastos).

Revisionismo estratégico libertario. (Santiago Dussan).

Sobre la defensa del libertarismo. (José Hernández Cabrera).

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