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Los principios de la política (y II): Más procuran los gobernantes que los ciudadanos sean amigos, a que sean justos

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No sea que hablar de lo justo y lo injusto nos lleve a no entendernos entre nosotros. En el artículo anterior veíamos cómo el mito de Prometeo nos invita a reflexionar sobre la conexión entre nuestra corporeidad poco especializada, la necesidad de trabajar, la necesidad de integrar los logros laborales, y la necesidad de crear nuevos acuerdos para que todo lo anterior sea posible. El ser humano no puede avanzar sin la división del trabajo y la integración de los frutos de diversas actividades.

Debido a esta corporeidad poco especializada, el ser humano está por naturaleza dispuesto y requiere de una vida política. Además, éste es capaz de desarrollar un lenguaje para discutir sobre lo justo y lo injusto. Esto nos lleva a preguntar: ¿Determinamos nosotros mismos lo justo y lo injusto, o estas nociones ya están preestablecidas por la naturaleza? En cualquier caso, parece esencial que el ser humano participe en la vida política, porque sólo así se vive verdaderamente como humano.

Se planteaba anteriormente si es mejor cometer una injusticia o padecerla, dirigida a la persona que podemos llegar a ser cuando nos responsabilizamos de nuestras acciones ¿Vale la pena defender nuestras convicciones hasta la muerte, como hizo Sócrates? Estas interrogantes están vinculadas con lo que entendemos como ser una persona buena. ¿Merece la pena esforzarse por ser moralmente correcto? A menudo se asocia ser buena persona con ser justa. Sin embargo, ¿qué entendemos exactamente por justicia? Platón aborda esta cuestión en el libro II de la República a través de Trasímaco.

Trasímaco

Trasímaco sostiene una visión cínica y polémica sobre la justicia, definiéndola como el interés del más fuerte. Según él, las leyes y normas de lo que se considera justo son establecidas por aquellos en el poder. La justicia no es un valor moral absoluto, sino una herramienta utilizada por los poderosos para mantener su control sobre aquello más débiles. Trasímaco argumenta que los gobernantes crean leyes que definen lo que es justo e injusto, de manera que pueden favorecer sus propios intereses. Ser justo, entonces, es simplemente seguir las leyes establecidas por aquellos en el poder, lo cual no necesariamente coincide con un comportamiento moralmente correcto.

Si aceptamos el planteamiento de Trasímaco, surge la pregunta de si existe una justicia natural. Bajo su lógica, ¿deberíamos identificar siempre a una buena persona como aquella que cumple lo establecido, aun siendo por conveniencia? Además, ¿coincidirían las cualidades de buena persona y amigo? Y, por último, ¿qué define realmente a una buena persona?

Todos los seres del universo buscan su perfección. En el caso del ser humano, buscamos dicha perfección a través de la libertad, definida como el poder de no ser doblegado. En este contexto, conviene hacerse la pregunta: ¿qué es peor, torturar o ser torturado? ¿Qué es ser una mejor persona? Para identificar a una buena persona, debemos buscar a aquella que se comporta como corresponde.

Justicia: ¿naturaleza o legalidad?

Algunas personas definen la justicia como el término medio entre el mayor de los bienes y el mayor de los males. También consideramos la diferencia entre lo justo natural y lo justo legal. ¿Es lo mismo una persona que se comporta acorde a lo establecido por interés que por naturaleza? ¿Coincide la idea de una buena persona con la lógica de Trasímaco?

A quien consideramos amigo, también lo consideramos una buena persona. No puede ser de otra forma, pues carecería de orden. Si no hay verdad, no hay verdadero bien. No puedes considerarte amigo de alguien a quien no consideres buena persona en los aspectos fundamentales de la vida. La verdad está íntimamente ligada a la amistad. Sin esta verdad, las reglas bajo las que nos movemos se volverían arbitrarias. Es muy fácil prescindir de la verdad y dejarse llevar por los impulsos. Sin embargo, la verdad opera en otra dimensión. Sin verdad, no pueden existir enunciados globales que permitan establecer reglas colectivas.

La amistad

La acción política consiste en incorporar y entender lo que mueve al tejido social. Esto implica comprender las aspiraciones de la sociedad e integrarlas a través del diálogo, la paciencia, el raciocinio y la empatía. En el libro VIII de la Ética a Nicómaco, Aristóteles habla de la amistad. Dice que la amistad es una virtud, o va acompañada de virtud. Además, la amistad no solo es necesaria, sino que también se puede disfrutar y, por tanto, necesita vivirse a través de nosotros. No puede haber una vida humanamente plena sin amigos.

Existen tres tipos de amistad según Aristóteles. La útil. La podemos ver en la tercera edad. Reciprocidad en la amistad que nos da compañía. La segunda es la deleitable, la que devuelve placer. Propia de los jóvenes. Aquella amistad que nos junta entre personas para pasarlo bien. Esta amistad suele ser poco estable, pero intensa. Y, por último, la amistad honesta, aquella que hace que dos personas sean amigos por ellos mismos. Quieren el bien del amigo por su amigo y nada más. Es la amistad por la propia virtud, la perfecta.

Con ello no se quiere decir que las dos primeras no sean convenientes. Amistades útiles pueden ser tremendamente beneficiosas para las partes sin llegar a perdurar en el tiempo por motivos externos. Lo mismo con la placentera. Las dos primeras se caracterizan por ser accidentales, y no son estables en el tiempo por el simple motivo de la amistad. No hay razón esencial para la estabilidad. Que no quiere decir que no pueda evolucionar hacia la amistad virtuosa.

Más procuran los gobernantes que los ciudadanos sean amigos, a que sean justos

Cuando se da una orden, no se espera que se cumpla al 100%, ya que esto podría suprimir la iniciativa de la persona gobernada. La gobernanza consiste en asegurar y dirigir las libertades de los gobernados, teniendo en cuenta que solo las personas pueden ser consideradas como fines en sí mismas y no como medios, según Kant. La persona es un fin porque, si fuera un medio, se estaría imponiendo algo en ella sin su propia iniciativa.

La maravilla radica en lo que cada persona puede aportar de manera original, actuando en atención a sí misma. Si se subordina esta capacidad, se niega la esencia del ser en esa persona. En esto se basa la dignidad humana y el bien común. Así, establecemos que ser persona es ser alguien. Solo la persona puede ser un tipo de bien honesto, y lo bueno y honesto es aquello que es valioso por sí mismo.

Persona, medio y fin

Si tomamos cualquier injusticia, se puede observar que la persona es tratada como un medio y no como un fin. De estos enunciados surgen los derechos y deberes del ser humano en la sociedad, y se podría establecer que «no hay derecho que un hombre mande a otro hombre», al menos en las leyes naturales. En un ordenamiento político, es importante legislar en torno al bien común y al ser. Si obligas a una persona a hacer algo sin su propia decisión, la estás subordinando a ti. Por ejemplo, si robas un coche, la otra persona no podrá irse de viaje y tendrá que dedicar su tiempo a solucionar el problema que le has causado. Esto va en contra de la naturaleza de esa persona, ya que impide su libertad y autonomía.

Si, por el contrario, consideras a la otra persona como un fin en sí misma, nunca establecerás una relación negativa por ello. Esa es la benevolencia recíproca, la amistad honesta, la amistad perfecta, que se da entre quienes son iguales en virtud. Estas personas desean el bien del otro y lo desean únicamente cuando ambos son buenos. Ser bueno significa ser virtuoso. Una persona virtuosa está capacitada para tener amigos.

Amistad civil y justicia

La amistad entre los ciudadanos no es una amistad perfecta, pero capacita a las personas para ser virtuosas de manera vigorosa. Aunque no sea perfecta en sí misma, proporciona el potencial para alcanzar la perfección. Este es el aspecto que parece estar ausente en el debate público actual. Al establecer lo que es justo a través de la polarización, no estamos dispuestos a igualar opiniones, sino más bien a determinar qué opiniones están por encima y cuáles por debajo. Esto nos lleva a dividir de manera que parece justa superficialmente, pero no nos permite conectar con personas que piensan de manera diferente.

El ideal de la vida amistosa es una forma superior de orientar tu vida. A través de la verdadera amistad, no asumimos obligaciones morales, sino que adoptamos comportamientos naturales que surgen de esta relación especial. A través de esta reflexión se establece el enunciado central del artículo. Si las personas son justas, aún les falta ser amigos; pero si son amigos genuinos, entonces serán justas. Como afirmó Aristóteles, la amistad implica reciprocidad y reconocimiento mutuo. Si uno no es consciente de hacer el bien por alguien, entonces no puede considerarse amigo de esa persona. Sin embargo, si lo es, actuará justamente hacia su amigo.

Más procuran los gobernantes entonces que los ciudadanos sean amigos, a que sean justos. No sea que hablar de lo justo y lo injusto nos lleve a no entendernos entre nosotros.

Referencias

Estos artículos se han escrito a partir de un seminario en Filosofía Política impartido por Antonio Amado Fernández, licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Vive en Santiago de Chile y desde hace 30 años es profesor de Metafísica y Antropología. Ha escrito varios libros y artículos en revistas especializadas sobre teoría del conocimiento, educación y diversas cuestiones antropológicas y morales. Actualmente, es el director del Centro de Estudios Generales de la Universidad de los Andes.

2 Comentarios

    • Joseph Postell «A Constitution Among Strangers»:
      https://lawliberty.org/book-review/a-constitution-among-strangers/

      When facing objections that he was violating his state’s constitution, George Washington Plunkitt famously quipped, “What’s the constitution among friends? Today, at the national level, people across the political spectrum seem increasingly willing to ignore constitutional restraints for the sake of accomplishing short-term political goals. Like Plunkitt, both sides seem to agree that if the ends are sufficiently important, a constitution can be ignored in choosing the means to accomplish them.

      Hale and Landy book «Keep the Republic» argue that “the central error of the critics” is “their mistaken supposition that America should be a majoritarian democracy rather than the mitigated democracy created by the Constitution.” Traversing the various critics of the Constitution, from the Anti-Federalists to the Garrisonians to contemporary political scientists and lawyers, they note that there is a common theme: democracy. By democracy, however, Hale and Landy do not refer to a simple form of majority rule, but rather an underlying “ethos that pervades” the criticisms of the Constitution. That ethos is based on “a broader critique of America as a regime.” Critics of the Constitution define “democracy” as “a superior understanding of popular government” that produces a government more centralized, expansive, and capable of guaranteeing positive, programmatic rights to things such as education, healthcare, and social security—whether democratic in form or not.

      Since the Progressive Era government has actually broken free from many of these constitutional restraints. This has happened because modern American government has “managed to transfer the responsibility for governing from a regime of parties, legislatures, and elected executives to a regime of courts and administrative agencies where much of what happens takes place out of sight of the voters.” Partly as a result of these reforms, today’s parties foment rather than manage conflict. […] the excesses of the administrative state, a form of government in which “major government undertakings prove ineffective” and, even worse, unaccountable. […] such examples in environmental and education policy, in which agencies and courts worked in partnership to advance progressive policies in the face of popular opposition (conducted without adequate public scrutiny and deliberative decision making).”

      As Hale and Landy put it, the Constitution provides a solution to a problem that is peculiar to modern times: “the difficulty (even the danger) of popular government in a massive modern state.” They reiterate that “modernity itself … is the original source of these difficulties.” The Constitution’s framers did not simply embrace modernity, but rather sought “to tame it.” In their view, “modernity is above all a way of thinking about the relationship between the individual and the community.” It presupposes that man is a material being preoccupied with commodious living, pursuing solitary and private ends. This outlook posits that all men are equal and that THE ENDS OF GOVERNMENT MUST THEREFORE BE CONFINED TO PEACE AND SECURITY rather than virtue.

      Hale and Landy provide an excellent summary of the challenges of modernity and the way in which the Constitution responds to those challenges. Federalism, for instance, decentralizes power so that citizens can be more engaged and influential in their smaller spheres, develop civic virtues, and live among like-minded fellow citizens.
      If Hale and Landy («Keep the Republic») are right, our Constitution can exist among either FRIENDS or ENEMIES and still work to preserve liberty in the face of modernity’s considerable challenges.


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