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Nazis, aquéllos nuevos ilustrados

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Si hay un consenso del que aún hoy podemos disfrutar es el de que el nazismo es uno de los episodios más trágicos de nuestra historia reciente. No es de extrañar, siendo así, que hayamos convertido a Hitler, desde diversos sectores del espectro político, en una pelota que poder pasarnos los unos a los otros para evitarnos la vergüenza de ser relacionados con los nazis. El problema de jugar con un balón tal es la dificultad que trae consigo analizar un movimiento sin la distancia emocional necesaria como para actuar con desafección, y ello embarra cualquier tipo de debate que, aún encima, se suele dar ya por zanjado, como si la historia del conocimiento no se construyera sobre las ruinas de consensos rotos.

Dada mi tendencia romántica a lo disruptivo, tengo la costumbre, no sé si buena, de llevar la contraria a la mayoría siempre que tengo ocasión de ello y, cuando vi que el viejo debate marginal sobre la taxonomía ideológica de los nazis aparecía en las discusiones públicas por las declaraciones de Alice Weidel, me vi seducido a entrar en el tema. Sin duda, decir que Hitler era comunista suena, más que osado, ridículo, y soy demasiado dado a la procrastinación como para molestarme en hacer piruetas mentales defendiendo tal cosa, pero algo más de interés suscita comprobar hasta qué punto se pueda decir, como todos parecen haberle reprochado a la alemana, que Hitler era de derechas.

Hitler, referencia de la izquierda

Recuerdo como si fuera ayer aquella clase de Historia Contemporánea en la que, la profesora, cuestionó horrorizada una afirmación semejante a la de Weidel con la siguiente pregunta: “¿Cómo va a ser Hitler de izquierdas si mataba gente?”. Pasando por alto el evidente sesgo, el episodio es llamativo por ejemplificar la cercanía emocional con que el grueso de la gente toca estos asuntos políticos, y no es algo exclusivo de la izquierda. En 1974, Eric Kuehnelt-Leddihn publica Leftism: from Sade and Marx to Hitler and Marcuse, obra en la que identifica la izquierda política con la esclavitud[1].

De usted, lector, espero algo más y confío en que sepa que ni el asesinato es característico de la derecha ni la esclavitud lo es de la izquierda, máxime cuando el asesinato en cuestión consiste en emplear los avances en biología, tecnología y medicina para la depuración y mejora de una raza en aras de la construcción de un nuevo mundo, con un proyecto futuro claro. Ciertamente, habrá que buscar criterios menos sesgados para llegar a una conclusión.

En la ya mencionada obra de Kuehnelt-Leddhin, el erudito hace la siguiente apreciación sobre la relación entre nazis y derecha:

In Germany after World War I, most unfortunately, the National Socialists were seated on the extreme right because to simpleminded people nationalists were rightists, if not conservatives-a grotesque idea when one remembers how antinationalistic Metternich, the monarchical families, and Europe’s ultraconservatives had been in the past. Nationalism, indeed, has been a by-product of the French Revolution (no less so than militarism).[2]

Erik Kuehnelt-Leddhin. Leftism. From Sade and Marx to Hitler and Marcuse.

Como abiertamente conservador, Kuehnelt-Leddihn escribe desde el genuino complejo de ser relacionado con aquellas ideas que lo desagradan, pero hay una lógica nada desdeñable detrás de sus palabras. Hoy en día, el nacionalismo parece ser dominio de lo que entendemos por derecha política, pero no hay que olvidar cuál fue su origen. Realmente, no es difícil entender cómo pudo surgir el nacionalismo de la Revolución Francesa.

La nación, como sujeto político puro es una mera abstracción. Por lo pronto, la nación será mucho más que un cuerpo electoral, que un conjunto de individuos que hacen plebiscitos, aunque sean cotidianos. Los plebiscitos cotidianos, entre otras cosas, solo podrán ser llevados a cabo cuando el pueblo tenga un lenguaje común, y, por tanto, una historia propia, con costumbres, ceremoniales y artes característicos.[3]

Gustavo Bueno. El mito de la cultura.

Democracia y nación

Siendo de tal forma, está claro que la creación de una identidad nacional fue una aspiración lógica para quienes tratasen de instaurar nuevos regímenes democráticos alejados de las viejas costumbres e instituciones tradicionales. No fue diferente en el caso alemán, aunque ya antes del auge del nacionalsocialismo hubo una apr opiación de la causa nacional por parte de la derecha.

Si hubo gente reacia a la unificación alemana, fueron los junkers y conservadores, pero algo sucedió durante la Gran Guerra que cambió la orientación política en torno a la nación. Así cuenta Peter Fritzsche, en “De Alemanes a Nazis”, como antes de la Gran Guerra las celebraciones oficiales se basaban más en los logros de los Hohenzollern y en escenificar la fidelidad de los príncipes alemanes que en cualquier tipo de expresión nacional. Es más, para el tercer día de las manifestaciones patrióticas por la guerra, el propio emperador, molesto, exhortó a la multitud a dispersarse[4].

Pero si fue el inicio de la guerra lo que convirtió el sentimiento nacional alemán en una realidad para todo un país dividido por viejas lealtades y religiones, fue el final de la misma el que terminó por convertir el nacionalismo en una causa para los conservadores. Hubo, tras la abdicación de Guillermo II “una convicción generalizada entre los ciudadanos liberales e incluso conservadores de que no tenía sentido volver atrás[5] y el martes 12 de noviembre, el periódico conservador Kruez-Zeitung cambió de sus portadas el “Adelante con Dios, por el Rey y la Patria” por “Por el Pueblo Alemán”.

Contra las religiones tradicionales

Está claro que, para la aparición de Hitler en la escena pública, el nacionalismo ya era un rasgo común en los partidos de la derecha alemana y no sorprende, por tanto, que lo asociasen con ella. Más allá del nacionalismo, autores como Isaiah Berlin, vieron cierta filiación entre los fascistas y los primeros conservadores como Maistre, pero tanto él, como Bonald y otros conservadores clásicos, se centraban en el problema de la legitimidad, siendo que, de no ser un anacronismo, se podrían considerar, incluso, antifascistas[6]. El conservadurismo siempre trató sobre la diferencia entre el autoritarismo legitimista y la tiranía totalitaria, que se distinguen por el origen de las instituciones en que se concentra la autoridad.

Cuando tratamos de ver la relación que había entre los nazis y los viejos valores e instituciones, lo primero de lo que nos daremos cuenta es de la tremenda heterogeneidad dentro del movimiento. Es verdad, los nazis repudiaban la falta de valores en la que había caído la sociedad en que les tocó vivir, pero no es menos cierto que los valores a los que aspiraban tenían poco de históricos, apelando más a una suerte de abstracción mitológica que a las instituciones tradicionales de Alemania -Iglesia o monarquía, por ejemplo-.

Es más, Hitler se preocupó bastante por deslegitimar las religiones tradicionales, tal como se desprende, por ejemplo, de un discurso dado en Nuremberg en 1938:

Nosotros no necesitamos lugares de retiro religioso, sino estadios y canchas de deportes, y el rasgo que caracteriza a nuestros lugares de reunión no es la penumbra mística de una catedral, sino el brillo y la luz de una habitación o de una sala donde la belleza se combine con la buena forma física con un propósito[7].

Una nueva religión

De esta actitud se podría incluso sacar el mismo ánimo con el que los revolucionarios franceses trataron de sacralizar la política para sustituir los viejos cultos por una nueva religión articulada en torno al estado y con la nación como nuevo numen. Así, Anthony Stevens, vio como el nazismo logró imitar todos los aspectos de una religión:

Así, el nazismo tenía su Mesías (Hitler), su libro sagrado (Mein Kampf), su cruz (la esvástica), sus procesiones (las concentraciones de Núremberg), su ritual (el desfile conmemorativo del golpe de Estado del Beer Hall), su elite ungida (las SS), sus himnos (el «Horst Wessel Lied»), su excomunión de los herejes (los campos de concentración), sus demonios (los judíos), su promesa milenarista (el Reich de los mil años) y su tierra prometida (oriente)[8].

Así que, si bien es cierto que el nacionalismo extremo ya era, para la época de la República de Weimar, un rasgo típicamente conservador para la población alemana, este tampoco es un principio fundamental de la derecha y el poco apego de los nazis por las viejas instituciones complica mucho cualquier tipo de aproximación taxonómica con la derecha. Claro que los nazis iban más allá de la simple afinidad por unos valores políticos u otros y muchos gustan de categorizarlo en función de su política económica.

Muchas veces se recurre al fácil argumento de señalar la palabra “socialista” de “nacionalsocialista”, pero seria demasiado ingenuo quedarse tan solo con la nomenclatura. No hay que olvidar que muchos regímenes gustan de usar palabras como “popular” o “democrático” sin que ellas atiendan a una realidad, pero ello tampoco lo hace cuestión trivial. “debemos […] conceder a los mitos su justa importancia, menos por la verdad que encierran que por la fuerza que poseen”[9] escribió Lord Acton.

El socialismo más allá de Karl Marx

Aquí surge un problema: hay más socialismo más allá de Karl Marx. El socialismo es un constructo político, una idea en la cabeza de muchas personas a lo largo de la historia y establecer una definición concreta es menos sencillo de lo que muchos parecen creer. Desde Saint Simon, que jamás se opuso a la propiedad privada, hasta Fourier, individualista y religioso, los socialistas han sido tantos y tan heterogéneos que, como señaló Gregory Claeys, “contraponer individualismo, o laissez faire, a socialismo o cualquier tipo de intervención liderada por el estado como tal induce a error”[10]. Así que, si bien es cierto que, como mucha gente reprocha, los nazis no llegaron a abolir la propiedad ni siguieron a rajatabla el ideario marxista, no se puede decir que aquellos a los que dentro de la academia se consideran socialistas hayan propuesto lo propio a lo largo de la historia.

De esa forma, volviendo a la obra de Frietzsche, vemos cómo la cooperación económica, las redes de solidaridad dentro del partido y su discurso a favor de planes de economía social fueron grandes atractivos del movimiento nazi para el grueso de votantes[11]. Sin embargo, así como sería ciego negar el carácter socialista de un movimiento por no adherirse a políticas específicas, también sería ingenuo quedarse tan solo con unas ideas concretas sin analizar el fondo teórico del que estas salen. Así como socialismos hay muchos, también hay movimientos no socialistas que han defendido más o menos intervención estatal.

Contra el capitalismo

Lo que es evidente es que la política nazi distó mucho de ser favorable al mercado, como ya en su momento observó Lionel Robbins pocos años después de la Gran Depresión:

En realidad, se puede decir que el poder político de los partidos socialistas en muchas partes del mundo está en descenso. Pero sus contrincantes, dictadores y reaccionarios, se inspiran en las mismas ideas. Es un completo error suponer que la victoria de los nazis y los fascistas supone la derrota de las fuerzas que tratan de destruir lo que viene llamándose capitalismo[12].

Pese a ello, no parece que dichas ideas anticapitalistas sean tanto un elemento central y esencial de una ideología nazi bien vertebrada, como fruto de un arbitrario pragmatismo del fhurer a la hora de escoger qué política le sirve mejor para su objetivo último. Así lo vio Schumpeter al escribir que

no hay que olvidar que el credo del nacionalsocialismo no era primaria ni esencialmente económico, por lo que era compatible no sólo con todos los tipos de economía técnica, sino también con la defensa de políticas muy discrepantes.[13]

Sé que hasta ahora no he podido darle muchas respuestas, pero es que el asunto, como ya fui advirtiendo, no es simple, nunca lo es en lo que a las disciplinas de la acción humana se refiere, pero no se preocupe que, después de exponer aquellas razones que no considero lo suficientemente concluyentes como para categorizar el nazismo, toca entrar en aquella que, a mi parecer, es la que más satisfactoriamente me ha servido para salir de dudas.

El final de la historia

Si bien es cierto que el proceso lógico de “medidas intervencionistas>ideología socialista>izquierda” no debería aplicarse al nazismo, no hay que negar el ánimo revolucionario con que dichas medidas se propusieron. Fritsche expone muy bien cómo los partidos tradicionales de izquierda en la República de Weimar fueron tomando actitudes más corporativistas y de “casta” que poca simpatía causaban en el votante obrero al que se suponía que debían representar. Hitler, más que un conservador reaccionario, fue un profeta político que llegó con la idea de regenerar la política alemana y sustituir a los viejos partidos que ya llevaban tiempo en declive[14].

En “Modernismo y Fascismo”, Griffin desarrolla con brillantez cómo tras el nacionalsocialismo había una intención clara de iniciar un nuevo momento histórico, la culminación de un acto demiúrgico de creación de un “nuevo hombre” destinado a liderar un “nuevo mundo” y que las referencias a un pasado mítico hay que tomarlas como un proceso de  “reconexión hacia delante”[15].

Así como los ilustrados abogaban por una autosuperación del individuo a través de una ideología progresiva en donde la historia culmina en la emancipación del hombre, también los nazis buscaban alcanzar el final de la historia a través de la raza, y para ello se valieron de los mismos métodos de sacralización política y las mismas herramientas de legitimidad para construir un estado völkisch.

La Ilustración

De momento, y dado lo azaroso que es el campo de la política por su dinamismo histórico, creo que esa conciencia revolucionaria es la principal prueba de que jamás hubo en Hitler una intención de salvaguardar un “viejo orden” o unas “tradiciones” concretas, sino que el objetivo del nacionalismo siempre fue la construcción de un nuevo futuro, rasgo, este sí, intrínsecamente ligado a la izquierda.

Retrocedamos un poco a 1784, cuando Friedrich Zöllner publica un artículo titulado “Was ist Aufklärung?”, ¿Qué es la Ilustración? Nada más plantear la pregunta, algunos de los más notables filósofos alemanes fueron dando sus propias respuestas. De todas ellas, la más universalizada sería la de Kant “La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad”. Lo que aquí defiendo es que el sentido con que el régimen nacionalsocialista llevó a cabo su ideario fue precisamente con el de emancipar las razas originarias, en plural, porque aunque el discurso aplicado del nazismo fuese nacional, el proyecto era internacionalista en tanto que es a través de todas aquellas razas que presenten “originalidad” que la humanidad ejercerá el papel al que está destinada.[16]

Notas

[1] KUEHNELT-LEDDIHN, Erik. Leftism: from Sade and Marx to Hitler and Marcuse. Arlington House, 1974. p 43

[2] Ibid., p. 37

[3] BUENO, Gustavo. El Mito de la Cultura. 10 Ed. Oviedo: Pentalfa, 2016. p. 211

[4] FRIEZTSCHE, Peter. De Alemanes a Nazis. Titivillus, 2015. p. 25

[5] Ibid., p. 79

[6] WILSON, Bee. “ El Pensamiento Contrarrevolucionario” en STEDMAN JONES, Gareth. CLAEYS, Gregory (EDS.). Historia del Pensamiento Político del Siglo XIX. Madrid: Ediciones Akal. 2021. p. 25

[7] citado en GRIFFIN, Roger. Modernismo y Fascismo la sensación de comienzo bajo Musolini y Hitler. Madrid: Ediciones Akal. 2010. p. 363

[8] citado en Ibid., p. 383

[9] ACTON, John. Ensayos Sobre la Libertad y el Poder. 2 Ed. Madrid: Unión Editorial. 2016. p. 267

[10] CLAEYS, Gregory. “ El Socialismo no Marxista” en STEDMAN JONES, Gareth. CLAEYS, Gregory (EDS.). Historia del Pensamiento Político del Siglo XIX. Madrid: Ediciones Akal. 2021. p. 543

[11] FRIEZTSCHE op. cit., pp 97-146

[12] ROBBINS, Lionel. La Gran Depresión del Siglo XX. Madrid: Ediciones Aosta. 2018. p. 285

[13] SCHUMPETER, Joseph Alois. Historia del Análisis Económico. 2 Ed. Barcelona: Ariel Economía. 2019. p. 1252

[14] FRIEZSCHE op. cit., pp. 97-146

[15] GRIFFIN op. cit., pp. 358-359

[16] BREA GARCÍA, Sergio. “Volksgemeinschaft dürch volkwerdung. Ingeniería social nacionalsocialista para una sociedad sin clases”. Ekasia Revista de Filosofía. (Enero 2015). pp. 323-360. p. 327.

Ver también

Por qué Hitler adoraba la justicia social. (Jon Miltimore).

Hitler, ¿un revolucionario anticapitalista? (Stephan Beig).

Nacional socialistas de ayer y hoy. (José Carlos Rodríguez).

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