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Cambio de régimen

Publicado en Libertad Digital

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Una posibilidad es que esta legislatura, la duodécima desde que se puso el contador a cero tras la muerte de Franco, sea la de transición hacia, esta vez sí, la quiebra final del régimen del 78.

El sistema se reactiva tras el severo agarrotamiento que ha padecido en los últimos meses. 2016, el año sin Gobierno, terminará como empezó, con Mariano Rajoy en la Moncloa, un presidente que nadie realmente quiere pero que, a la vez, nadie es capaz de sustituir. Si todo va conforme a lo previsto a lo largo del mes de octubre el PSOE, autolesionado en una querella interna que promete alargarse en el tiempo, encontrará el modo de franquear el paso parlamentario a Rajoy. Y aquí paz y después gloria.   

La legislatura que se abrirá entonces será la primera de esta segunda mutación del régimen del 78. Digo la segunda porque el régimen ya tuvo que adaptarse a la implosión del partido que lo fundó, aquella UCD suarista que se prometía veinte años de disfrute de la poltrona y al final solo estuvo cinco y dando gracias. La consunción espontánea de UCD dio paso al bipartidismo atenuado -o imperfecto que diría Jorge Vilches- que nos acompañó hasta las elecciones de diciembre pasado. Ahora el mapa es algo más complejo y no necesariamente mejor.

En el Congreso de los Diputados hay representantes de doce fuerzas políticas distintas, algunas de ellas formadas a su vez por partidos menores y agrupaciones de variados intereses. Cuando hablamos de Podemos, por ejemplo, hablamos también de IU, de Equo, de Compromís, de En Marea, de Anova o de En Comú. La sopa de letras de la Transición se ha hecho carne en la cámara baja con cuarenta años de retraso. Esto tendrá consecuencias que se harán visibles conforme vaya avanzando la legislatura. El gran partido de la derecha, por su parte, apenas puede oponer 137 escaños, un 39% del Congreso, 169 si suma puntualmente los escaños de Ciudadanos. En ninguno de los dos casos alcanza la mayoría absoluta requerida para pasar leyes orgánicas o los presupuestos anuales con comodidad.

No se yo si en Génova son conscientes de los calvarios sucesivos que les aguardan en la carrera de San Jerónimo en los próximos dos o tres años. La oposición, fragmentada pero muy numerosa, puede hacer naufragar buena parte de las iniciativas del Gobierno, puede someterle a un escrutinio implacable y puede, llegado el caso, provocar otro bloqueo institucional si censura al Ejecutivo mediante el procedimiento que la Constitución contempla. Por añadidura, el PP rajonayo se ha acostumbrado a gobernar sin trabas recostado sobre la holgada mayoría de 2011, lo que le hará aun más complicado enfrentar el nuevo escenario.         

Podría suceder que precisamente la diversidad del nuevo mapa garantice su estabilidad o al contrario. No lo sabremos hasta que no se ponga a funcionar, porque los partidos y los grupos parlamentarios están formados por personas con intereses y motivaciones estrictamente personales. Lo hemos visto con Pedro Sánchez y ese mismo esquema mental de “o yo o el caos” puede reproducirse a menor o mayor escala en los meses venideros. Otra posibilidad es que esta legislatura, la duodécima desde que se puso el contador a cero tras la muerte de Franco, sea la de transición hacia, esta vez sí, la quiebra final del régimen del 78, una suerte de agónica prórroga que servirá como criba para separar el grano de los que se quedan de la paja de los que se van. No lo sabemos. Lo que si podemos tener claro desde ya es que la España de Fraga y González, Aznar y Zapatero ha pasado a mejor vida.

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