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Los países con moneda propia también lloran

Publicado en Libertad Digital

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En ella podía verse que España, Irlanda y Portugal tenían un déficit y una deuda pública muy similares a los de Estados Unidos y Reino Unido y que, asimismo, los pésimos datos de las finanzas públicas de Grecia eran equiparables a los de Japón. Pero, por el contrario, el coste de colocar la deuda pública de los PIGS era en muchos casos el doble del de Estados Unidos, Reino Unido y Japón. ¿A qué podía deberse esto? Krugman apuntaba dos hipótesis y se decantaba por la segunda: o bien los inversores no estaban valorando adecuadamente los riesgos de estos tres últimos países o bien la diferencia esencial entre los dos grupos era que los países de segundo tenían una moneda propia (el dólar, la libra y el yen frente al euro de España, Portugal, Irlanda o Grecia).

Mucho se ha escrito sobre la responsabilidad del euro en esta crisis. No son pocos –es más, me atrevería a decir que son casi todos– quienes lamentan que España y el resto de cerditos europeos no gocen ya de autonomía monetaria para devaluar sus respectivas divisas y salir de la crisis sin necesidad de practicar ninguno de esos incómodos ajustes internos como pueden ser reformar el mercado laboral o aplicar intensos recortes en el gasto público.

Al fin y al cabo, la Eurozona languidece en una crisis de deuda que amenaza con sumir al mundo entero en una nueva depresión económica mientras que Estados Unidos parece, mal que bien, estar saliendo de la recesión. Se asume, pues, que si España pudiera devaluar, nuestro enorme desempleo desaparecería y nos sería mucho más fácil amortizar nuestra ingente deuda externa. Es más, se llega al extremo de señalar que si España todavía disfrutara de la peseta, su riesgo de impago sería mínimo.

En mi opinión, la comparativa está desenfocada. No tiene sentido comparar una economía tremendamente flexible, productiva y preparada como la estadounidense con otra exageradamente rígida, improductiva y poco formada como la española. La comparación debería establecerse, en todo caso, entre Estados Unidos y Alemania. Y aquí sí afirmo que el euro está suponiendo un lastre para la recuperación de los alemanes, pero no porque no puedan devaluar, sino más bien por lo contrario: porque han de soportar la carga de economías anquilosadas y al borde de la quiebra como la española.

Nosotros deberíamos mirarnos en otros espejos, en el de otros países que han entrado en esta crisis con moneda propia y con un enorme endeudamiento externo. Por ejemplo, Islandia, Letonia, Ucrania o Hungría. Todos estos países estuvieron a punto de quebrar a finales de 2008 en medio de una crisis monetaria brutal en la que las divisas nacionales se devaluaron entre un 25% (en el caso de Letonia) y un 60% en el de Islandia. Sólo la intervención del FMI y la imposición de duras medidas de ajuste consiguieron estabilizar la situación de esas economías que, no obstante, han continuado –como el resto del mundo y de la Eurozona– estancadas (describí la dura crisis islandesa en este artículo de la Ilustración Liberal).

Ahora nos enteramos de que Hungría, pese a que en el último año ha visto depreciar su florín en 20% frente al dólar y un 8% frente al euro, se encuentra en una situación cercana a la quiebra, según admite su propio Gobierno, y no parece que una devaluación aún mayor pueda solucionar nada. Para información de Krugman, este país con moneda propia, una deuda del 80% sobre el PIB y un déficit público del 5% (a falta de que el Gobierno actualice estas maquilladas estadísticas) tenía que pagar en abril por sus emisiones de deuda soberana a 10 años casi un 7%; es decir, más de un 50% de lo que, incluso ahora, está pagando una España sin moneda propia.

Es con Letonia o Hungría con quien debe compararse a una España fuera del euro, y viendo cómo están estos países no me parece que nuestros problemas vengan de un exceso de disciplina monetaria sino de un defecto de ortodoxia fiscal y de flexibilidad laboral. No quiero ni imaginar qué habría hecho Zapatero con la peseta observando qué ha hecho con el presupuesto. La inflación de la moneda nunca ha sido un remedio contra la deflación del crédito, ni en los años 20 (que se lo digan a Alemania), ni en la Gran Depresión, ni ahora.

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