Es llamativo cómo ha descendido el nivel del diputado medio en los últimos años. La falta de preparación es alarmante.
José Luis Escrivá se cargó este miércoles, de un plumazo, cualquier posibilidad de reforma del sistema público de pensiones. Quizás, incluso de reformar la administración española en su conjunto. Sus palabras serán un lastre, uno más, que dificultará la tarea de aquellos que quieran acometer los cambios que necesita nuestra economía.
Tampoco crean que quien esto escribe tenía muchas esperanzas puestas en las famosas «reformas estructurales». Si no se han hecho entre 2010 y 2013, cuando el país estaba al borde de la quiebra y los gobiernos de PP y PSOE braceaban para sacar la cabeza del agua, no había demasiados motivos para pensar que se haría algo ahora. Como dice el gran John Müller en Leones contra Dioses, el único agente reformista de verdad que ha tenido España en los últimos 25 años ha sido la prima de riesgo.
Pues bien, Escrivá le dio esta semana el tiro de gracia al que se postulaba como posible nuevo regenerador de la economía española: el sistema público de pensiones. Y lo peor (o lo mejor) es que lo hizo con un discurso excelente. Lleno de sentido común y visión de futuro. El problema es que lo hizo en el lugar equivocado, ante los oyentes inadecuados y dando por supuesto lo que no debía. Una combinación explosiva.
El lugar era la Comisión de Seguimiento del Pacto de Toledo en el Congreso. Allí, Escrivá ofreció una visión optimista del futuro. Este jueves resumimos en Libre Mercado su intervención:
Las previsiones sobre pensiones y población han fallado en los últimos años y podrían volver a fallar las que se hacen para 2040-50.
Si se mantienen las actuales tendencias en mercado laboral y demografía, el gasto en pensiones se disparará. En esta situación sólo quedarían tres alternativas: recortes muy importantes de las prestaciones, fuertes subidas de impuestos, recortes en otras partidas del presupuesto.
Pero hay otra opción, dijo Escrivá: no resignarse a la falta de crecimiento. No resignarse a ser Japón: un país con una población que decrece y cuya economía está estancada.
Si conseguimos disparar la población como ya hicimos en el pasado, si subimos el nivel de ocupación al de Alemania, Suecia u Holanda y si mejoramos nuestra productividad (y por lo tanto, salarios y cotizaciones)… entonces, quizás podríamos salvar el sistema y mantener el gasto en pensiones sobre el PIB alrededor del 11%.
Fue una intervención excelente. Llena de cifras y datos. Con un enfoque interesante, diferente, optimista, ambicioso. Incluso a los que, como este columnista, son más escépticos con el futuro del sistema de pensiones y creen (creemos) que sí es urgente comenzar la reforma cuanto antes, Escrivá les dio (nos dio) algo en lo que pensar. Sin estar de acuerdo en todas sus conclusiones, creo que es un punto de partida excelente para el análisis. Otra aportación valiosa para el debate público, como el documento que el Círculo de Empresarios publicaba hace unos días, que resume de forma muy clara los retos a los que nos enfrentamos y propone un modelo: la Suecia de los 90, con ese sistema de tres patas (pensión mínima universal – cuentas nocionales – capitalización individual) que tan bien le ha funcionado al país nórdico desde que se aprobó.
Hubo un punto oscuro en la presentación de Escrivá, un agujero negro que tiene que ver con la tasa de reemplazo (la relación entre el último salario y la primera pensión). Sobre este tema, el que realmente importa a los futuros pensionistas, no dijo ni pronosticó casi nada. Apenas un gráfico que marca una tendencia descendente desde ahora a 2030. Porque el gasto público en pensiones o el mantenimiento del poder adquisitivo de la pensión media tienen importancia, pero menos. Lo que se pregunta el actual cotizante es: «Mi padre cobra una pensión equivalente al 80% de su sueldo, ¿cuánto me quedará a mí?». A esa cuestión no dio respuesta. Pero incluso con este pequeño borrón, fue una estupenda ponencia.
Un discurso funesto
Lo que hizo que el discurso de Escrivá sea peligroso, dañino, funesto, no fue lo que dijo, sino lo que no dijo. Y sobre todo, no ser consciente de a quién se lo estaba diciendo.
Porque lo que los diputados presentes quisieron escuchar fue: «El sistema de pensiones es sostenible. Lo dice la AIReF. Llegaremos a 2050 con un gasto/PIB similar al actual». Y la conclusión que sacaron fue: «No hay que hacer nada. No hagáis caso a esos agoreros que os dicen que la situación de las cuentas públicas españolas es preocupante. Las pensiones se arreglarán por sí solas».
El problema es que Escrivá estaba haciendo un discurso reformista ante un auditorio que está obsesionado con mantener el statu quo. Él hablaba de ambición, crecimiento y mejoría. De parecernos a Alemania. De no resignarnos. Los que le escuchaban pensaban en que por fin alguien les estaba dando lo que llevan años buscando: una excusa.
Quizás se percató de su error en el turno de réplica de los diputados (por cierto, todos ellos desconocidos, los partidos creen que esta Comisión para tratar el futuro de las pensiones, del que tanto hablan, no se merece la presencia de ninguna de sus estrellas, ni siquiera de sus numero dos o tres). No hubo ni una pregunta sobre la presentación. Ni un apunte sobre lo que acababan de escuchar. Ni un dato. Nadie inició un debate nuevo. Ni pidió una aclaración. No hubo ni un matiz. La nada.
Escrivá no les dijo que conseguir ese país diferente, pujante y ambicioso requerirá reformas. Que para atraer inmigrantes hay que ser un destino atractivo, mejor al menos que las demás alternativas que esos inmigrantes tienen ante sí. Que para ser Alemania hay que tener leyes parecidas a las alemanas, hay que trabajar como los alemanes, hay que tener un nivel de formación como los alemanes, hay que tener empresas como las alemanas, hay que tener políticos como los alemanes.
Tampoco les explicó que mantener el gasto público en pensiones en el 11% no quiere decir que el sistema público español pueda seguir siendo uno de los más generosos de la UE en términos de la relación pensión/salario. No aclaró que una cosa es que la Seguridad Social sea sostenible en términos de gasto y otra el nivel de las prestaciones, que dependerá en buena parte del número de pensionistas respecto al de trabajadores. Ni que una de las claves de su presentación es que confía en que las reformas del sistema de 2011 y 2013 contribuirán a contener el gasto a costa de las prestaciones. Y no hablamos de una cantidad menor: serán al menos 5 puntos del PIB en 2050. Vamos, que es incoherente querer cargarte esas dos reformas y al mismo tiempo usar los datos de la AIReF para defender la sostenibilidad del sistema.
No les dijo nada de esto. Probablemente pensó que no hacia falta. En realidad, estaba bastante claro en sus gráficos. Hay muchas alternativas para el futuro de la Seguridad Social, pero todas comienzan por la aceptación de la realidad y un mínimo dominio técnico de los fundamentos del sistema. En la Comisión del Pacto de Toledo no hay ni una cosa ni otra. Tampoco en el resto del Congreso. Ni entre los líderes de los grandes partidos. En la política española, sólo hay muchas ganas de no meterse en problemas. También la obsesión por culpar al de enfrente. Bastante demagogia. Y una sorprendente falta de conocimientos. La combinación es terrible. Ahora, además, tienen una excusa.
Posdata: no puedo terminar esta columna sin un último apunte. Como periodista, acercarse al Congreso es cada día más triste. No es una cuestión ideológica. Mis opiniones siempre han estado en minoría en la sociedad española y eso se refleja en los programas de los partidos. Hace tiempo que no aspiro a que ninguna formación haga un planteamiento liberal coherente. En este punto, casi me conformo con que las cosas no empeoren. Pero no es eso lo que me preocupa. Lo llamativo es cómo ha descendido el nivel del diputado medio en los últimos años. La falta de preparación es alarmante.
El pasado miércoles, las intervenciones en la Comisión tuvieron un nivel ínfimo. Allí estaba invitado un experto que hizo una presentación excelente, ofreció decenas de nuevos temas para el debate y puso sobre la mesa un planteamiento novedoso. Pues bien, ni uno solo de los portavoces logró articular una respuesta mínimamente coherente. No hablo de un error puntual que cualquiera puede cometer (como si a mí se me cuela una falta de ortografía en un texto). No es eso. Es una mezcla de demagogia, ignorancia y falta de interés. Y estamos ante un tema clave: las pensiones públicas y el futuro de la Seguridad Social. Los periodistas económicos hablamos muchas veces de la necesidad de impulsar reformas estructurales: pero en estos momentos la primera debería ser una que incentive a los españoles talentosos a dedicarse a la política y a prosperar en ella. Una que cambie el sistema de selección dentro de los partidos. Dicen que los países tienen los líderes que se merecen. Quiero creer que en el caso de España esto no es así.