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Habsburg

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Estas semanas atrás ha fallecido la Archiduquesa Regina, esposa de Otto de Habsburgo, el hijo del último emperador del trono Austro-Húngaro, Carlos I (1887-1922; quien ha sido recientemente considerado Beato por la Iglesia Católica  debido a sus virtudes y su preocupación por el sufrimiento de su pueblo durante la I Guerra Mundial, en la que también trató de mediar para conseguir un tratado de paz). Aunque vive todavía, Otto transfirió los derechos dinásticos a su hijo Carlos, que es actualmente el jefe de la Casa Imperial de Austria y Real de Hungría. Está casado con Francesca Thyssen-Bornemisza, hija del Barón Hans Heinrich y su segunda mujer.

Pero no se trata aquí de hacer una crónica de sociedad, sino de explicarles por qué me ha parecido relevante escribirles sobre la dinastía Habsburgo, generalmente conocida en España como la Casa de Austria. Recordarán que se inició con el Emperador Carlos V (1517), nieto del Maximiliano de Austria; y se mantuvo hereditariamente hasta la muerte sin sucesor directo de Carlos II (1700), tras la que se instalaría la Casa de Borbón con Felipe V. Pero los Habsburgo siguieron regentando las posesiones austríacas a partir del hermano de Carlos, Fernando II, manteniendo él mismo y sus descendientes la Corona Imperial, que con los siglos devendría en el citado Imperio Austro-Húngaro. Hasta su extinción, después de la I Guerra Mundial y los tratados de París, que fueron rabiosamente hostiles contra esta dinastía al desposeerla de su territorio y dividir los reinos.

Así pues, una primera simpatía por los Habsburgo proviene de ese lejano parentesco con la Corona española. Genealógicamente, los monarcas hispanos y los emperadores austríacos casaron a sus príncipes e infantas con excesiva promiscuidad, siendo ésta la causa principal de la extinción de la rama española. Pero junto a ello, las cortes de Madrid y Viena mantuvieron una notable cercanía política, militar o cultural. Como bien ha estudiado Gabriel Calzada, hubo una trasferencia directa del pensamiento de la Escuela de Salamanca a las universidades del Imperio. De manera que no es ninguna casualidad que, al cabo de los siglos, los fundadores de la Escuela Austríaca de Economía reconozcan en los escolásticos españoles de Salamanca sus orígenes intelectuales. Como también vendrán leyendo en los artículos, conferencias o eventos que promueve el Instituto Juan de Mariana, es posible encontrar una conexión entre las explicaciones sobre el Precio Justo de los maestros salmantinos y la formulación de la teoría subjetiva del valor que enseñaron Menger y sus sucesores.

A lo que añado otra razón: y es que, al terminar los encuentros de la sociedad Mont Pelerin, Hayek y sus amigos liberales brindaban por el viejo Imperio Austro-Húngaro… Es una anécdota que me resulta cordial, aunque se la cuento de oídas. Pero la encuentro bastante verosímil; también porque la organización multicultural del Imperio, con todas sus carencias, expresaba un grado de liberalismo y descentralización muy razonable para nuestros autores; a la vez que molesta para unos países europeos cada vez más intervencionistas. Con el final del Imperio tras la I Guerra Mundial y la posterior anexión de Austria por Hitler, se dispersará por el mundo la última generación de pensadores austríacos. Aunque hacía tiempo que lo venían intuyendo: Mises transcribe en su Autobiografía la amarga queja de Carl Menger en los albores de la Gran Guerra sobre “las consecuencias que el mundo pagaría por el abandono del liberalismo y del capitalismo”.

Termino recomendándoles algunas lecturas: repasen a Stefan Zweig y El mundo de ayer (Memorias de un europeo); también a Joseph Roth, La cripta de los capuchinos y La marcha de Radetzky; y si tienen la fortuna de localizarlo, el Requiem por un imperio difunto de Fetjö. Los disfrutarán; y les darán que pensar.

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