Las turbulencias en el mundo de la banca, tanto norteamericana como europea, han demostrado una vez más los privilegios de los que disfrutan estas peculiares empresas privadas, si es que realmente merecen este nombre y no el, a mi entender, más correcto nombre de concesiones públicas o el de empresas públicas de gestión privada.
¿Por qué rescatar a los bancos?
Una vez detectados problemas de solvencia o de liquidez o de descalce de plazos de estas peculiares entidades, los gobiernos corrieron a su rescate para garantizar la solvencia de sus respectivos sistemas financieros. Da igual la forma que se haya escogido para salvarlos, sean estos programas de liquidez LTRO, de compra “voluntaria” por uno o por un pool de bancos, o fusiones con otros más solventes o nacionalización pura y dura en los casos más extremos. Lo cierto es que los estados o sus apéndices, los bancos centrales, se han apresurado a garantizar su solvencia y la continuidad de sus contratos sin grandes pérdidas para sus depositantes o para los que han adquirido alguno de sus múltiples tipos de bonos.
La gran pregunta que nos podemos hacer es porque corren a salvar a este tipo de empresas, que en teoría deberían ser como las demás, mientras abandonan a su suerte a empresas de otros sectores, a veces de dimensiones muy considerables y muchas de ellas de dañadas previamente por decisiones políticas (estoy pensando en la industria electro intensiva). Se las usa cuando conviene y luego se las abandona o se les hace abandonar por regulaciones de todo tipo.
Dar tiempo a los inversores amigos
En primer lugar, en caso de haya problemas, los responsables económicos de los distintos ejecutivos y sus delegados en los bancos centrales realizan todo tipo de declaraciones en favor de la solvencia de las entidades afectadas, mintiendo deliberadamente en muchas ocasiones, pues muchas de ellas quiebran a los pocos días y es impensable que no tuviesen información al respecto en el momento de hacer las declaraciones, con la intención de mantener la confianza de depositantes e inversores.
Si esto es para intentar mantener la confianza en el sistema o para dar tiempo a deshacer inversiones a actores bien conectados, es muy difícil de saber. Puede ser por una u otra razón o por ambas a la vez. Es una vez constatada la mala situación del banco cuando comienzan las políticas efectivas de rescate. Esta mala situación causada casi siempre por falta de solvencia, aunque sé que existe debate al respecto, pues es difícil tener problemas de solvencia si nuestros activos descalzados en el tiempo siguen conservando su valor a juicio de los inversores.
Liquidez y solvencia
Podemos no tener dinero líquido, pero si contamos con activos solventes no creo que hubiese problema en contar con financiación con su respaldo, aún fuera del sistema bancario. La falta de liquidez viene dada casi siempre por la pérdida de valor de los activos. Ocurrió con la crisis de la vivienda y puede ocurrir ahora con la de deuda pública, que en sí misma no carece de solvencia, pero sólo si esperamos al vencimiento que en ocasiones puede tardar decenios en llegar, ambas severamente afectadas en su precio y que servían de colateral a muchos créditos lo que redundó en problemas de los bancos para atender sus obligaciones.
Una vez desatado el movimiento de corrida bancaria, primero mostrando los síntomas en las bolsas y luego de forma masiva en los depositantes, los gobernantes económicos comienzan a aplicar medidas, principalmente para que no se extienda el pánico a otros bancos, menos insolventes que los quebrados pero dado el actual sistema de reserva fraccionaria también dependientes de la confianza de depositantes e inversores, y como sabemos bien, todos los bancos en este sistema son potencialmente inestables.
Fusiones ¿voluntarias?
Estas medidas dependen de la habilidad y discreción de los reguladores, así como de su evaluación de la situación económica del momento. Históricamente, se encargaba a uno o varios bancos que comprasen al banco deteriorado para restaurar la confianza. En el caso hispano de cajas de ahorros, al ser entes de economía social no cotizados, lo que se ha recomendado es que se fusionen con otra más solvente, y así se hizo en la crisis de 2007. Habría que investigar sería si el banco o la caja sanos llevan a cabo la adquisición o la fusión voluntariamente o lo hacen más o menos “orientados” por los gobernantes, bien sea con mandatos, bien sea con algún otro tipo de incentivo, sea fiscal o regulatorio.
Históricamente, las quiebras de pequeñas o medianas entidades se han resuelto de este modo. Los gobernantes, de este modo, presumían de no haber desembolsado un sólo euro en la operación. También se recurría a esta medida en tiempos de estabilidad del sistema financiero. Ha afectado sólo a una o pocas entidades mal gestionadas.
Parte del aparato económico del Estado
Cuando la crisis financiera se generaliza y afecta a varias entidades incluidas las llamadas sistémicas por su gran tamaño, las medidas cambian sustancialmente y se recurre a artillería pesada como los programas de liquidez del estilo del europeo LTRO o a la compra por el banco central de activos deteriorados de los bancos, sea deuda pública o corporativa o incluso a veces papel comercial de difícil cobro. Si todo fallase, se recurriría a la nacionalización de la entidad bancaria o a la creación de un banco malo; esto es, la adquisición por parte del estado de activos bancarios dañados a precio superior al que establece el mercado para intentar sanear sus cuentas.
Esto se conoce bien, aunque conviene recordarlo de vez en cuando por si algún lector joven no tiene memoria de lo que ocurrió en los años posteriores a 2008. La cuestión es porque se muestra tanta diligencia y se exhibe tan rica variedad de medidas de intervención con este sector y no con otros, esto es que tienen de particular los bancos con respecto a cualquier otro sector del mercado. Creo que la respuesta no puede ser otra que la de que los bancos actuales no son un sector mercantil común, sino que forman parte del aparato económico de los estados modernos, esto es: son mercado, de la misma forma que lo son por ejemplo los ferrocarriles hispanos, o sea un agente más del poder político.
Rudolf Hilferding
El debate sobre el papel de la banca en el aparato de poder es una constante desde comienzos del siglo XX cuando Rudolf Hilferding escribe su célebre El capital financiero, considerado por muchos como una de las obras cumbre del pensamiento marxista; libro en el que se establece una suerte de mitología de la banca que desde entonces ha permeado no sólo a los marxistas sino a muchas otras ideologías y se ha constituido en uno de los muchos tópicos presentes en el imaginario popular con los que los seguidores de Marx han “enriquecido” la cultura económica de nuestras poblaciones.
Además de los consabidos lugares comunes sobre clases sociales o explotación, nuestro autor considera a la banca como a un sector económico distinto de los demás y caracterizado por un desmesurado poder, no sólo sobre el resto de los sectores económicos, sino incluso sobre los propios estados. Estos serían una suerte de títeres en sus manos y no serían, parafraseando a Marx, más que un comité ejecutivo de la gran banca. El muy extendido mito de la Banca Morgan decidiendo la entrada de los Estados Unidos en la primera guerra mundial es uno de ellos, mito que con otras formas sigue a repetirse cuando hay una guerra o intervención bélica a gran escala.
Rothbard y Hoppe
Quizás quien mejor lo ha elaborado desde posiciones próximas al marxismo es Charles Wright Mills en su magistral libro La élite del poder, que suscribiría si no fuese porque a mi entender el orden de la ecuación cambia. Esto es el estado quien domina a las finanzas, porque son parte sustancial de él, y no al revés, algo difícil de ver, pues ambos sectores están tan imbricados entre sí como esos bizcochos en los que el chocolate está tan entreverado con el resto de la masa que no se pueden distinguir claramente.
Los austrolibertarios no han sido del todo ajenos a esta idea de ella banca y autores como Murray Rothbard o Hans Hermann Hoppe han dedicado sendos ensayos a esta problemática. Eso sí, no se cuentan entre los trabajos más referenciados de sus respectivas obras, quizás por su carácter que además de antiestatista es ferozmente antiimperialista.
Ambos hacen referencia a la relación simbiótica entre banca y estado en el sentido de que mutuamente se refuerzan y ambos están interesados en la pervivencia de esta relación.
La banca, cómplice del Estado
La banca financia indirectamente a los estados y es cómplice en sus políticas inflacionarias y a cambio el estado la privilegia a través de la garantía de depósitos (es la forma usada para justificar los rescates), la reserva fraccionaria (considerado delito en cualquier otro bien) o el curso forzoso (el dinero creado a través de apuntes bancarios es a efectos legales equivalentes al creado por los bancos centrales y sirve para redimir cualquier deuda, pública o privada).
En principio, para una relación del estado como monopolista de la fuerza y un ente privilegiado, pero externo a su estructura. La cuestión es, pues, dilucidar si podemos englobar a la actual banca (repito lo de actual, porque la banca en sí misma es un negocio honrado como otro cualquiera) dentro del propio estado y no fuera de él.
Dentro de la teoría del Estado
Entiendo que a día de hoy sí podemos asimilar a la banca comercial como un agente estatal. Formalmente, su propiedad es privada y sus acciones se pueden comprar y vender sus acciones en los mercados bursátiles. Pero su comportamiento y sus privilegios no son los de un ente privado cualquiera y, por tanto, debe analizarse dentro de la teoría del estado y no dentro del ámbito de la teoría monetaria o bancaria.
Creo que a los actuales responsables políticos les importa bien poco si es más conveniente la doctrina de las letras reales o la del coeficiente del cien por cien. Dispondrán de la banca a su conveniencia para financiar sus gastos, estimular la economía en periodos electorales o dar imagen de omnipotencia en caso de pandemias o catástrofes y las consecuencias en forma de inflación o depresiones las achacarán a Putin o a la ruptura de la cadena de suministros. Pero en el próximo artículo me detendré a analizar porque entiendo que es así.
2 Comentarios
Estimado Sr. Bastos :
Que algo sea publico no implica que sea Estatal; es algo tan obvio que no precisa de mas explicacion; esta Vd. hipostasiando al Estado y por eso cree que puede haber una Teoria o «Ciencia Politica» del mismo; Vd. sabe bien que a lo mas que se puede llegar es a una Historia del Estado o ciencia politica, valga la redundancia; eso si, utilizando como herramienta la Praxeologia y el «Verstehen» o comprension; ademas, a los Ancap mas les valdria tener en cuenta la famosa «Ley de Hume» relativa a que todo regimen, en ultima instancia, se fundamenta en la opinion publica.
Por lo tanto, es «perfectamente» concebible un Regimen basado en la opinion publica en el que el Sistema Bancario este sujeto al respeto de los derechos de propiedad privada, valga el pleonasmo; es decir, por un lado existe la institucion juridica del Deposito de Custodia o Certificado Monetario y por el otro el Prestamo o Mutuo entre los ahorradores y el Sistema bancario en su funcion de intermediacion; no hay mas, salvo el derecho penal y el civil (con castigos durisimos) para hacer cumplir los derechos de propiedad sobre el dinero independientemente del patron monetario (yo digo el oro) utilizado; si esa distincion permanece clara e inmutable en la Constitucion de ese Regimen se acabo el problema con los bancos y podemos olvidarnos de la chorradas ad hoc pseudocientificas de los ordenes espontaneos, de los descalces de plazos, de la Banca libre con reserva fraccionaria , teorias de la liquidez, etc…
Un cordial saludo.
En este contexto, el prof. Bastos sí se refiere a lo público como estatal. Empresas públicas= empresas del Estado. Deuda pública= Deuda del Estado. Concesiones públicas= Concesiones otorgadas por el Estado. Por tanto, aquí no procede tu corrección. Saludos.