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Contra los plebiscitos

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Que todos puedan dialogar y llegar a un acuerdo no siempre es posible, y del todo imposible en sociedades complejas o comunidades grandes, es decir, las nuestras más allá de la tribu.

En cualquier debate sobre temas económicos suelen alertarnos de los peligros de los fallos del mercado, para solucionarlos las propuestas de los colectivistas pasan por la planificación política en mayor o menor medida. Nada dicen, en cambio, sobre los errores de la propia planificación y de los fallos de la democracia. La Escuela de Elección Pública lleva analizando el comportamiento individual y colectivo en el marco de las sociedades democráticas actuales desde los años 60 del siglo pasado, no para terminar con el sistema democrático sino para hacerlo más eficiente.

Uno de los fallos es el de la representatividad, mientras que en un mercado libre el comprador elige de forma individual aquello que más satisface sus necesidades asumiendo un coste en base a la valoración que para él tiene, en la democracia el mercado político no satisface una necesidad particular y los costes se asumen colectivamente, diluyendo así la responsabilidad de la elección. Esta distorsión de la representación modifica el valor de las decisiones políticas ya que votar no supone ningún coste, todas las promesas electorales son gratuitas para el elector fomentando así el populismo y la demagogia.

Otro inconveniente de la democracia es la imposibilidad de alcanzar el ideal decisorio de la unanimidad. Que todos puedan dialogar y llegar a un acuerdo no siempre es posible, y del todo imposible en sociedades complejas o comunidades grandes, es decir, las nuestras más allá de la tribu. Así, la regla de mayoría sustituye a la de la unanimidad en la toma de decisiones imponiendo sobre las minorías sus decisiones. El compromiso entre la voluntad de la mayoría y de las minorías es el obstáculo que se ha intentado salvar históricamente a través de ideas como “el bien común” o la “voluntad general” que todos deben acatar a pesar de encontrarse en desacuerdo o ser directamente perjudicados. Bajo esta legitimación se han cometido los mayores atropellos totalitarios sufridos por los seres humanos.

Una de las herramientas esenciales para la legitimación de las grandes -pero no siempre buenas- decisiones es la de los plebiscitos, hoy tan en boga. Un referéndum para elegir el modelo de Estado por aquí, otro para enviar tropas al extranjero, independizar una región o para cambiar el color a una fachada. Cualquier consulta parece aceptar esta práctica democrática para implicar “a todos” en la decisión y legitimarla incluso contra el marco jurídico que exista. El fallo que ya se planteaba en la representación con la regla de la mayoría se multiplica en el caso de los referéndums al crear dos únicas opciones en las que un grupo será premiado con la victoria y otro con la derrota. No hay escalas de grises entre el blanco y el negro, tan solo ganadores y perdedores que solo han tenido dos alternativas entre las que elegir desestimando y despreciando la riqueza y la complejidad de nuestras sociedades.

Más allá de este error filosófico de partida que convierte a la parte de la sociedad en la excluida y cuya opinión no merece ser tenida en cuenta por una mera cuestión cuantitativa, la práctica de los referéndums plantea cuestiones que no suelen resolverse de forma adecuada. Por poner un ejemplo que me resulta cercano, recientemente en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria el ayuntamiento promovió un plebiscito para cambiarle el nombre a una calle y otro para decidir qué debía hacer con un solar municipal. Hasta aquí todo parece un ejemplo de buenas prácticas políticas en la que se permite al pueblo tomar decisiones directamente en aquello que puede afectarle pero la realidad se alejó de este ideal. La participación apenas superó las 800 personas que en una ciudad de unos 480 mil habitantes tan solo supone el 0’2%. Un resultado previsible si se tiene en cuenta que apenas se informó a los vecinos, solo se podía votar en un horario reducido durante una tarde entre semana y en un solo centro. De hecho, si hubiese acudido todo el censo electoral todavía estarían votando. Obviamente, ganó la opción del nombre de calle que promovían quienes organizaron el referéndum. Más preocupante que un mero de cambio de calle era la cuestión del solar, donde no se informó sobre las alternativas y costes. ¿De donde saldrá el dinero para crear un huerto urbano? ¿Qué partida presupuestaria se recortará para ampliar el parque? Porque solo hay tres alternativas para llevar a cabo nuevas iniciativas: subir impuestos, quitar de una partida para dedicarla a otro menester o endeudarse (es decir, proyectar la subida de impuestos a los contribuyentes futuros que tendrá que recaudar el futuro político).

Muchas veces cuando pensamos en la democracia creemos que con garantizar el voto secreto ya está validado el juego democrático pero la literatura establece que solo existen elecciones libres cuando se conjugan cinco requisitos. A saber:

  • Existencia previa de un marco general de garantías jurídicas. O lo que es lo mismo, cuando se realizan dentro de la ley y no para subvertirla reclamando una legitimación superior a la de la jerarquía normativa.
  • La libertad del elector que se concreta en el sufragio universal e igual en el que se puede
  • determinar y emitir el voto sin presiones (aquí sí, el voto secreto) y la seguridad de la no manipulación de los votos emitidos
  • Pluralismo y competitividad en el proceso electoral con garantías en el que las diferentes opciones puedan ser explicadas en igualdad de condiciones con unos plazos y garantías.
  • Periodicidad en la celebración de elecciones de forma que no sea un instrumento de utilización excepcional por quienes controlan el poder en beneficio propio.
  • Y que las elecciones sean efectivas políticamente, nada de referéndums no relevantes o no vinculantes que puedan ser esgrimidos según interese por parte de los gobernantes.

Si no se dan estas condiciones no se puede hablar de elecciones libres, y en la práctica muy pocas de las consultas populares que se anuncian y realizan en España reúnen estas garantías indispensables. Los plebiscitos terminan siendo un instrumento de manipulación y legitimación más del poder político para justificarse ante la gente. A lo largo de la historia regímenes dictatoriales de todos los pelajes han puesto en práctica plebiscitos para legitimarse en el poder. Y es que los plebiscitos solo se convocan para ganarlos. No caigamos en el juego de los políticos que quieren seguir decidiendo por nosotros escondiendo su planificación en nuestra supuesta voluntad colectiva, reivindiquemos la única consulta en la que se respeta nuestra soberanía que es la del libre mercado en competencia.

3 Comentarios

  1. Falta lo principal.
    Falta lo principal.

    Sólo existen elecciones libres cuando todos los afectados aceptan voluntariamente someterse a su resultado. Obligar mediante violencia a participar en empresas colectivas indeseadas no se legitima con el trampantojo del voto, mera aplicación envilecida e incruenta de la ley del más fuerte (decaído en el más numeroso débil y tonto).

  2. Unas elecciones libres son
    Unas elecciones libres son algo excepcional.
    Unas elecciones libres no cambian la falacia democrática del 51%elegidos=100%población
    Unas elecciones libres no cambian el hecho de que el 51% no es un argumento racional ni ético en la toma de decisiones.
    La democracia es un sistema para tomar decisiones incruentamente, no acertadamente.

  3. Nunca jamás una decisión
    Nunca jamás una decisión democrática conseguirá resultados óptimos como muy bien explicas, porque siempre habrá vencedores , vencidos y damnificados. No sé qué ha conseguido la Escuela de la Elección Pública y cómo se puede hacer a la Democracia más eficiente. En todo caso, menos dañina.


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