Skip to content

El maldito señoreaje

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Si usted tuviera una piedra en el zapato, no tardaría ni diez minutos en darle solución. Pero las colectividades o las naciones pueden tardar años, décadas o siglos aguantando, a pesar de que la piedra le desangre casi hasta la muerte. Tal es el caso del señoreaje, que más que piedra parece una verdadera tachuela en la economía de un pueblo.

Antes no había señoreaje. La gente comercializaba con oro puro, monedas de todos tamaños. El gramo de oro compraba lo mismo con el paso del tiempo, no se devaluaba. Por comodidad el metal áureo se cambió por documentos y luego por billetes. La confianza era absoluta pues todos sabían que un dólar billete estaba respaldado por un gramo de oro. Era un sistema monetario perfecto.

Eso no impedía que los precios se movieran: si la cosecha trigo era abundante, seguramente bajaba de precio; si la cosecha de algodón era raquítica, su precio se elevaba. Eran las benditas señales que los inversionistas necesitaban para saber dónde colocar su dinero o dónde no invertir. A nadie se le ocurría pedir que se produjera más oro para incentivar la inversión, porque ese metal no se produce por capricho de nadie. Si Juan necesitaba dinero, es decir, oro porque visualizaba un gran negocio, lo podía conseguir ofreciendo una tasa de rendimiento atractiva y seguramente ganaría la voluntad de uno o varios para prestarle dinero.

Meter al Gobierno en el dinero

Ciertamente en un solo país había billetes de un dólar con muchas figuras estampadas, es porque cada banco podía imprimir sus propios billetes. No era idea tan mala homogenizar para que todo billete de un dólar llevara solo el retrato de Mike Mouse, el de diez dólar la cara de Washington, el de cien dólares la cara de Donald Trump, etc. Pero eso lo podía hacer una empresa o un banco privado especial y por acuerdo de los emisores. No era necesario dejarle la tarea al gobierno. Igualmente, ese que tuviera la imprenta podría ser quien resguardara el volumen total de oro, pero estrictamente no era necesario, así se hizo y no había mayor problema mientras hubiera estricta correspondencia entre el volumen  de oro y la cantidad de billetes respaldados.

Sin embargo, el gobierno se introdujo al sistema monetario y logró que la sociedad le dejara esa letal tarea: Cuidar el oro y manejar la imprenta. Nadie sospechaba que se estaba cometiendo un gran error que produciría enormes daños: Pobreza, estancamiento, distorsión, mafias, gobiernos autoritarios, monarcas que declararían guerras a los vecinos, sometimiento de muchos ante el poder de pocos. Nacía la Banca Central como monopolio de Estado. Y tales fueron los resultados inevitables de dejar el monopolio del dinero en manos del Estado, o mejor dicho, de los audaces bandidos que se adueñaran del aparato de Estado.

Bola de nieve

La tentación es enorme. El nuevo gobernante, que había logrado el poder a codazos y sombrerazos, le urgía quedar bien con el pueblo. Había prometido construir hospitales, escuelas, dar agua potable a todo el pueblo, pavimentar calles y carreteras. Ofrecimientos costosos que eran imposibles de cumplir con los escasos impuestos. El gobernante necesitaba dinero, mucho dinero. Primero subió los impuestos, lo que le ganó antipatías de comerciantes, consumidores y empresarios, pero no recabó suficiente; luego, pidió dinero prestado a sus propios gobernados, por lo que les tuvo que ofrecer atractivos rendimientos, una locura pues los gobiernos no producen ganancias, por lo que pedía más dinero prestado para pagar las deudas vencidas.

Se convirtió en una bola de nieve que crecía y crecía. Llegó el momento en que los bancos privados recababan dinero de inversionistas solo para prestarle al gobierno. Y es que se acuñó la idea de que un gobierno nunca puede quebrar, mientras que prestarle a una empresa privada es correr altos riesgos.

El «efecto tequila»

Pero ni con todos los impuestos, ni con los instrumentos de inversión a buenas tasas de interés se lograba la masa de recursos para cumplir las promesas de gobierno. Entonces se da cuenta de la imprenta del Banco Central. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Basta ordenarle que el banco Central imprima tantos millones de pesos a cambio de un pagaré del mismo gobierno. Es una fuente infinita e inagotable mientras haya papel periódico y tinta para imprimir dinero.

Ahora hasta puede quedar bien con los ancianos ofreciéndoles una pensión mensual, y también con las madres solteras, y con los deportistas y los estudiantes. El gobernante ya puede presumir que tiene el remedio para eliminar la pobreza dando un salario universal a todos los ciudadanos. “Jamás un gobernante había hecho tanto por los pobres”. Estas políticas causaron tanta alegría que Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976 le llamó el “efecto tequila”. Era como tomar tanto alcohol que hoy te pone alegre y mañana viene la resaca, el dolor de cabeza, el cuerpo tembloroso, la sensación desgraciada.

Es el resultado del señoreaje. Es decir, de producir dinero sin respaldo de oro, en realidad es un sistema de robo sutil y furtivo, de despojarle al ciudadano de sueldo fijo su poder adquisitivo y sin que se percate de ello. El trabajador solo verá que con su sueldo mensual ya no puede comprar lo de la quincena anterior. Todos los precios se elevaron debido a la sobredemanda ejercida por la sobreproducción de dinero ordenada por el gobernante. Surge el sindicalismo, las huelgas, paros, marchas, bloqueos y violencia desenfrenada.

Parar los precios a martillazos

Para detener la subida de precios, el gobierno anuncia la congelación de precios. La gente le aplaude pero pronto se dará cuenta de que las tiendas se quedan vacías pues los productores prefieren cerrar sus negocios porque a esos precios congelados nadie les vende la materia prima.

El señoreaje, es decir, la estafa de producir dinero sin respaldo, necesariamente produce la elevación de precios, luego la pérdida del poder adquisitivo, la gente tienen que correr a hacer compras pues a la mañana siguiente los precios estarán más elevados, es una locura.

Si el señoreaje es una política maldita para los ciudadanos de cualquier país latinoamericano, llámese Argentina, Brasil o México peor aun cuando se trata, digamos en el caso del señoreaje referido a los Estados Unidos de América y Argentina, solo por poner un ejemplo.

Señoreaje en dólares

En efecto, USA tiene el derecho de señoreaje, igual que todos los países que tienen su propia moneda. El Banco Central de USA se llama Fondo de la Reserva Nacional (FED) fundado en 1913. El gobierno de USA tiene el derecho de pedir prestado a la FED a determinada tasa de interés, muy baja, por cierto. Pide, digamos 100, a un año. Luego, tendrá que pagar, digamos 101 cumplido el plazo. Para ese entonces, pide 200, paga 101 y le quedan 99 para gastar. Cuando tenga que pagar 200, pide 400, paga 202 y le quedan 198 para gastar, pero ahora su deuda es de 400; por lo tanto pedirá 800 y así, el cuento se repite una y otra vez.

Ahora tiene la fama de ser USA el país más endeudado del mundo, pero eso no le preocupa en absoluto, pues tiene el derecho de señoreaje, es como si la bolsa izquierda le debe a la bolsa derecha, nada de qué preocuparse, tiene la imprenta en sus manos y sus ciudadanos nada reclaman, puede seguir así ad infinitum. Además, los dólares norteamericanos son aceptados en casi todo el mundo a pesar de no tener respaldo en oro.

El dólar americano es fiat money, es decir, dinero de confianza, la gente confía en que tienen poder adquisitivo y hasta los usa como moneda de reserva para protegerse y conservar su poder adquisitivo ante monedas domésticas peor manejadas. La gente prefiere ahorrar en dólares aun guardándolos debajo del colchón. Es un fenómeno de privilegio del dólar norteamericano que no lo tienen los quetzales de Guatemala, los soles de Perú o los sucres de Ecuador. ¿Cuánto durará ese privilegio del dólar? No lo sabemos, aunque parece que ya lo está perdiendo.

Señoreaje en el contexto internacional

Ahora me refiero al señoreaje del dólar y los empréstitos internacionales a los países latinoamericanos. Un ejemplo: El gobierno de Argentina pide un préstamo, digamos, mil millones de dólares. El gobierno de USA muestra su amistad y le manda mil millones de dólares.  Solo tiene que meter papel y tinta a la imprenta para imprimir mil millones de dólares y enviarlos a Argentina, a una tasa del 1% anual. “Yo ser muy bueno con los gauchos”. El gobierno de Argentina se siente muy bien, pues ahora puede imprimir dinero argentino equivalente a mil millones de dólares, siguiendo el acuerdo de Bretton Woods (1944) de imprimir solo si tienes respaldo de divisas, o sea, dólares que deberían quedar guardados en una bóveda.

Sin embargo, el gobierno argentino siente que los puede usar en lugar de tenerlos guardados, para comprar aviones, helicópteros, tanques y ametralladoras “para defender a Argentina ante posibles invasiones de otro país”. Ya se gastó todos los dólares que recibió a manera de préstamo. Pasó el año y el Tío Sam pide que le reintegre Argentina los mil millones de dólares. Argentina contesta “debo, no niego; pago, no tengo”. El generoso Tío Sam contesta: “no te preocupes, me puedes saldar la deuda mandándome un millón de vacas lecheras”. Y Argentina, buen pagador, le manda un millón de vacas lecheras. Queda saldada la deuda y Argentina queda sin leche para los niños.

Bienes a cambio de papelitos

Aunque ficticio, el cuento es para señalar el super-super negociazo que hizo el gobierno de USA con los argentinos. Por derecho de señoreaje, bastó que USA metiera a la imprenta papel periódico y tinta para imprimir mil millones de dólares y en un año, ese papel impreso se convirtió en un millón de vacas lecheras. Ni siquiera el mago más maldito podría haber realizado tal maravilla. En realidad, se trata de un despiadado despojo del dueño de la imprenta que tiene toda la facultad de producir dólares sin límite.

La conclusión de esta historia es que ningún gobierno latinoamericano debería tener el derecho de endeudarse ni dentro ni fuera de su país y menos con USA que tiene la maquinita de impresión. Es criminal prestar dinero cuando lo puedes producir sin límite y es abusar de la ignorancia y estulticia del gobernante latinoamericano.

Dolarización a título gratuito

Finalmente, podemos concluir que, en caso de llevar a cabo la política de dolarizar a Argentina u otro país, no debe hacerse mediante créditos de USA. La dolarización, que aún hoy día tiene ventajas, debe ser completamente gratuita, salvo el pago por el papel, la tinta y el transporte. Si se usaran las reservas del país latinoamericano, o el petróleo como se hizo en parte en el Ecuador, o por dólares en manos de los propios argentinos, se estaría cometiendo un error fatal. Si no se consigue el apoyo de USA para una dolarización sin costo, es mejor no dolarizar, y basta dejar que circule libremente el dólar, euro, yen u otra moneda que quieran usar los ciudadanos.

Basta con mantener invariable la masa monetaria de pesos argentinos, es decir, no imprimir ni un peso más, salvo para sustituir billetes deteriorados, para compactar dinero o para fraccionar. De esta manera, el peso argentino se transformará en una moneda fuerte y confiable en poco tiempo. Eliminado el señoreaje se estaría quitando esa maldita piedra en el zapato.

Ver también

Oferta monetaria, inflación y señoreaje. (Jon Aldekoa).

Teoría fiscal del nivel de precios. (Jon Aldekoa).

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Trump 2.0: la incertidumbre contraataca

A Trump lo han encumbrado a la presidencia una colación de intereses contrapuestos que oscilan entre cripto Bros, ultraconservadores, magnates multimillonarios y aislacionistas globales. Pero, este es su juego, es su mundo, él es el protagonista.