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El samaritano ecologista

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Con este juego de palabras quiero hablarles de las dos últimas conferencias del Ciclo sobre Economía y Liberalismo que ha organizado el Centro Covarrubias en colaboración con el CEU y la ACdP (y del que ya hemos hecho aquí mismo algún comentario anterior).

Pues bien, a lo largo de este mes de junio tuvimos la ocasión de escuchar a dos grandes comunicadores de nuestro Instituto: Carlos Rodríguez Braun y Gabriel Calzada. El primero nos expuso, con ese estilo suyo tan ameno, una particular lectura de la conocida parábola del buen samaritano: desde una perspectiva liberal, explicaba los distintos personajes que aparecen en este episodio bíblico. La conclusión más interesante podría ser una nueva insistencia sobre la importancia que tienen las acciones individuales en la organización social. Más allá de estados providencias y bienestares sociales que se mantienen por una gestión pública tantas veces ineficiente (y hoy a punto de la bancarrota), Rodríguez Braun insistía en la vuelta a la responsabilidad personal como método más eficiente de cohesión social. El samaritano ayudó al herido por una decisión libre de su conciencia; cosa que, jugando un poco a la historia-ficción, hoy seguramente no pasaría porque todos pensamos que "ya habrá quien se ocupe de él". Es el efecto perverso de la beneficencia pública: que ahoga cualquier respuesta de solidaridad personal.

Sobre esta conferencia ha aparecido un excelente comentario en Religión en Libertad, donde también se recuerda otra brillante sugerencia hipotética de nuestro Catedrático: ¿qué hubiera pasado de haber un Centurión romano controlando la gestión sanitaria y el auxilio social?.. De nuevo, jugando a conjeturar, no cabe duda de que el pobre herido habría muerto abandonado a su suerte: a ver qué judío, samaritano o galileo, se iba a arriesgar al control de un estado invasor y biempensante.

Hablando más en serio, lo que sí podemos avalar históricamente es el gran desarrollo que siempre ha habido en las iniciativas de solidaridad individual. Las personas y las instituciones privadas han puesto en marcha a lo largo de los siglos increíbles ejemplos de hospitales, escuelas o asilos que se mantuvieron al margen del erario público gracias a una ayuda desinteresada. Hasta que el Estado, ese centurión socialdemócrata, las ha ido marchitando a través de leyes, desamortizaciones confiscadoras y todo tipo de intervencionismo (por ejemplo, el sistema actual de los conciertos educativos en España). Así nos va.

La clausura del referido Ciclo tuvo lugar el pasado martes, con una también entretenida sesión de Gabriel Calzada sobre Medioambiente, liberalismo y cristianismo. Aunque para nuestros lectores resultan bien conocidos todos esos argumentos que destapan la falacia del ecologismo intervencionista, siempre es bueno recordar tantos disparates que se han venido extendiendo a propósito del cambio climático, las alarmistas y rabiosamente equivocadas previsiones del Club de Roma, los errores sobre la deforestación y los parques naturales, o toda la cercana política sobre energías renovables, tan sectaria como engañosa. No hay que perder de vista que detrás de esa careta ecológica muchas veces encontramos un misticismo, bastante ridículo en sus planteamientos, de culto a la Pachamama y, por lo general, muy intolerante respecto de otras opiniones (no puedo dejar de citar aquí el reciente comentario de Pablo Carabias sobre las supersticiones contemporáneas).

Precisamente, Gabriel Calzada recordaría al comienzo de su intervención la postura más razonable que se propone desde la inspiración judeo-cristiana: tal como se explica en el Génesis, el hombre fue creado para "llenar la tierra y sojuzgarla". El rey de la creación adquirió el dominio sobre animales y plantas, para desarrollarse como criatura especialmente querida por Dios. Nada malo tiene, por tanto, transformar la naturaleza que está al servicio del hombre. ¿Cuidándola? Por supuesto: es lógico, y es también inteligente. Pero no parece que el Edén fuera un bonito jardín con el cartel de "no tocar"…

Y es que una ecología fundamentalista entra en contradicción con los principios más elementales de la Economía. Como recordaba Gabriel Calzada (citando a Mises), aquí es perfectamente aplicable esa reflexión sobre "la tragedia de los comunes": como ya señalaron nuestros doctores del Siglo de Oro (recogiendo una tradición escolástica anterior), "lo que es de todos no es de nadie". La naturaleza humana lleva a descuidar aquellas cosas que tienen muy difusos sus derechos de propiedad. Un ejemplo claro de cómo se pueden destruir los recursos compartidos es el caso de algunas especies en extinción, como los bisontes, búfalos o elefantes que, gracias a las políticas "liberales" de definición y reparto de derechos de propiedad en algunos países, no sólo subsisten, sino que crecen y se exportan a otros territorios. Al contrario de aquellos animales que quedaron sometidos a la vigilancia "paternal" del Estado; y que se han extinguido a pesar de algunas políticas verdaderamente desquiciadas (¡como la de ocultar francotiradores que disparaban contra los cazadores furtivos!).

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