Skip to content

Greenpeace tiene razón

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

El último numerito de Greenpeace ha sido pisotear a la Cibeles para reclamar más metros cuadrados verdes en nuestras ciudades. Bueno, en realidad parece que solo los pide en Madrid y mientras gobierne la derecha, pero como quiero darles la razón por una vez, vamos a hacernos los despistados.

Nuestras ciudades tienen bastantes espacios verdes. Muchas veces están mal planificados, otras mal gestionados, pero desde luego se les da bastante importancia. Es lógico, ya que la mayor parte de los ciudadanos preferimos pasar nuestros ratos de ocio al aire libre en ambientes naturales, que nos libren un rato del asfalto y el cemento de las ciudades.

¿Y, entonces, por qué tienen razón? La mayor parte de la población reside en ciudades. Eso quiere decir que los votantes que permiten sostener las actuales regulaciones en medio ambiente son responsabilidad principalmente de los núcleos urbanos. Y estas regulaciones llevan décadas machacando a los propietarios de parcelas rústicas sin ningún reparo, usando como principal excusa la actividad económica que se realiza en ellas.

En todos los negocios el ciudadano particular o pequeña empresa se las tiene que ver con el Estado para poder ganarse la vida. Pero es el campo donde esto llega a su máxima expresión al convertir a los señores grises del BOE directamente en administradores del territorio y todo lo que en él habita.

Es así como el Estado pasa a ser la Administración. Ente al que siempre hay que pedir permiso para todo, cumplir a pie de la letra sus normas y esperar a cambio un poco de tranquilidad y, con suerte, algunas migajas en forma de subvención.

Evidentemente esto no es culpa sólo de la gente de la ciudad. Las particularidades de la actividad primaria y las burocracias que provoca tienen bastante más responsabilidad. 

Pero al igual que muchos problemas sociales se intentan solucionar cargando al sistema educativo con nuevas asignaturas, charlas y cursillos que no sirven más que para aburrir a los alumnos, los problemas medio ambientales terminan cayendo en las gentes del campo.

¿Falta de biodiversidad? Regulación a los cultivos, ganadería y prohibición de la caza. ¿Cambio climático? Regulación de los cultivos, ganadería y prohibición de la caza. ¿Desertización? Ya saben cómo va.

No son temas sencillos. Lo blanco y lo negro no es posible cuando se habla de asuntos donde influyen tal cantidad de elementos. Los ecosistemas, como la economía humana, no se puede manipular por un puñado de hombres desde las alturas y esperar que todo vaya como un reloj. Y eso vale para los ecologistas que piensan que con unos miles de páginas más de regulación todo irá bien, como los que no ecologistas que creen que el ser humano puede hacer y deshacer como si no existieran las externalidades negativas irreversibles que nos endeudarían a todos por mucho tiempo.

Lo que sí está claro es que las políticas medioambientales, si existen, deben recaer sobre todos. El skin in the game de Taleb debe aplicarse a toda la población, empezando por los sitios donde reside la mayoría.

Y los espacios verdes urbanos son un comienzo. ¿Te gusta la biodiversidad? Empieza por poner docenas de parques del tamaño de El Retiro en tu ciudad. ¿Eso es caro? Pues sí, pero al agricultor también le cuesta mucho cumplir con las limitaciones de cultivo leñoso en las ZEPAS y lo hace.

Un IBI que parta del coste de mantener los servicios urbanos actuales y lo multiplique por dos para mantener zonas verdes, bosques urbanos y demás cosas modernas y ecológicas nos acercaría a todos un poco a lo que de verdad conlleva el compromiso real que el planeta nos reclama TM. Si los agricultores pueden mantener estepas cerealistas que albergan a miles de aves mientras ganan dinero y nos proporcionan comida, si los ganaderos pueden conservar durante siglos bosques como las dehesas y producir manjares como el jamón ibérico, creo que ciudades de cientos de miles de habitantes, ya no digamos la de millones, pueden albergar y estar rodeados de miles de hectáreas con gran calidad medioambiental sin mucho problema.

Bueno, en realidad sí habría un problema. Que se haría a costa del nivel adquisitivo de miles de ciudadanos que no se pueden permitir este tipo de gastos. Las ciudades se convertirían en sitios aún más caros donde desarrollar la vida y a mucha gente le iría peor a costa de que unos cuantos afortunados puedan disfrutar de un medio ambiente local muy mejorado.

¿Les suena de algo la historia? Si vive en una ciudad puede que no, pero desde el mundo rural es algo que se ve a diario. De ahí nace el creciente enfrentamiento entre el campo y la ciudad, y que va a tener consecuencias políticas a medio plazo que pocos se están atreviendo a ver.

Por desgracia las sociedades no avanzan solo por medio de ideas y el razonamiento. Es la confrontación entre los intereses de distintos grupos sociales entre sí, y con la realidad en sí misma, la que le permite ir haciendo eses hacia el progreso. Y eso si tenemos suerte.

Ahora nos toca poner la lavadora por la noche porque al parecer unas docenas de centrales nucleares eran un precio medioambiental demasiado elevado hace veinte años. Quizá si a los cosmopolitas, y a quien convive con ellos, les toca pagar desde el principio parte de la factura, nos ahorraremos en el futuro la mucho más cara que traerán sus ocurrencias.

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

El día en que faltaban pisos

El tema de la vivienda es, sin duda, el principal problema de la generación más joven de país, podríamos decir de la gente menor de 35 años que no ha accedido al mercado de vivienda en la misma situación que sus padres, y no digamos ya de sus abuelos.