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Por el Estado a la utopía

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Es claro que el Estado no es una creación de extraterrestres, una inhumana invención “ex novo” o divina. Es fruto de la evolución del hacer complejo de los hombres cometiendo errores y, de vez en cuando, suprimiéndolos. Pero no lo es menos que la exacerbación del Estado, con asentarse en muchos buenos propósitos, sirve en demasiadas ocasiones a las más bajas pasiones, aquellas que disfrutan con la exclusión, con el victimismo y con la dudosa gloria de una existencia parasitaria.

Bajo la sensación del hundimiento de las dictaduras comunistas de Europa oriental, se aceptó de puertas afuera que el omnímodo Estado era el fracaso y que su contrario, la sociedad abierta y los mercados libres, su única alternativa. Pero no se asumió más que como quien acepta provisionalmente el infierno cuando el cielo prometido, la utopía del Estado Total, cierra por reforma. Sólo en el paraíso del Estado Social, dijeron mientras tanto, está la solución y, si no se hubieran conjugado las fuerzas del egoísmo, tan humano él, con las de la codicia, tan nefasta ella, el Bien Supremo del comunismo hubiera adelantado la enésima venida de la Gran Utopía.

El Estado Social, esa reinvención de la barbarie patrocinada por el aparato administrativo público, sigue en las mentes, en los programas y en las proclamas, de forma que él y sólo él es capaz, dicen sus promotores, de lograr que partes más o menos pudendas del Bien perdido en la extinta URSS puedan reencarnarse en las sociedades democráticas para contener al Gran Mal.

Se trata de un argumento circular, de un antirrazonamiento, de un discurso que se anula a sí mismo pero que, en su absurda formulación, encandila a poetas y a clérigos, a opinantes y a mitineros, a gentes de barra y tertulia, a decaídos de sillón y telediario, a bondadosos santurrones de oenegé en contacto solamente con la marginalidad que produce la propia acción social . Porque si el comunismo, ese Gran Bien, cayó víctima de su propia incapacidad para generar la dinámica económica que cumpliera su promesa, ¿cómo su vástago, el Estado Social, puede lograr lo mismo con presupuestos coincidentes?

El gobierno de Zapatero, por boca de su más desmoralizante representante, él mismo, ridículo optimista e irresponsable, dice que la salida a la crisis será social o no lo será. Es decir, que será fruto de sus causas, que se saldrá de ella por la misma vía por la que se entró. Porque, al parecer, la virtud del Estado Social, la vida subsidiada, traerá una existencia feliz que, por no ser de este mundo, no cargará con ninguna responsabilidad. Las culpas del que será su nuevo, enésimo fracaso, recaerán nuevamente en la egoísta y codiciosa naturaleza humana, abstraída en un ente manipulado llamado “los mercados” que, por desgracia y por más que lo intentan, nunca llega a “actuar”.

Los que sirven al Estado Social y se sirven de él, incluso al precio de vivir en la imbecilidad, son más generosos, más humanos y creen y están más con “la gente” que quienes promueven la responsabilidad, el respeto a la propiedad, el amor al esfuerzo y al ahorro. La versión actual del Estado Social sobredimensiona la codicia de los bienes ajenos promoviendo el subsidio y el dinero inflacionario para arreglar luego sus fracasos con más moralina generosa, es decir, más subsidios y más dinero fácil.

Es la existencia del Estado en su forma moderna lo que promueve el Estado Social. Es esa institución decantada evolutivamente partiendo de la interacción social la que incrementa el utopismo más letal. Es, o parece que es, a impulsos del cíclico hundimiento de cada paraíso de fantasía como la historia humana avanza. Utopía, implosión de la misma y vuelta a empezar. ¿Podrá la memoria histórica, la de verdad, recoger las enseñanzas y aplicar verdaderas soluciones, es decir, verdaderas críticas a los errores?

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