Skip to content

Respuesta a las objeciones contra la Ley Trans

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

El pasado 10 de marzo tuve el honor de ser invitado por el Instituto Juan de Mariana a participar en las jornadas que tuvieron lugar en la Universidad Francisco Marroquín “Los retos de la mujer” para llevar a cabo una defensa de la Ley Trans desde los presupuestos del libertarismo.

Después de mi intervención Juan Luis Méndez, coordinador de eventos del instituto, efectuó dos críticas a un artículo que había publicado previamente para la revista Avance (1) sobre este tema y a las que respondí durante mi conferencia. Agradeciendo ante todo a Juan Luis su lectura meditada de mi artículo, en lo que sigue pasaré a exponer brevemente los motivos por los que apoyo una ley de autodeterminación de género y ofreceré una respuesta más detallada a las réplicas de Juan Luis.

A favor de la Ley Trans

De manera esquemática, mi defensa de la Ley Trans desde una óptica libertaria se basa en tres razones fundamentales: 1) su enfoque despatologizador es más sensible a la libertad del individuo que el modelo de la disforia de género vigente hasta ahora; 2) sus beneficios se extienden del colectivo LGTTBIQ+ al conjunto de la ciudadanía, ya que la deconstrucción de las categorías “hombre” y “mujer” plantea como consecuencia un cuestionamiento de los roles que se nos asignan desde el nacimiento; y 3) contribuye al restablecimiento de la justicia como imparcialidad al neutralizar en parte los efectos de las políticas de discriminación positiva (en especial la LIVG) que se han ido introduciendo en nuestro corpus legislativo.

No obstante lo anterior, es conveniente aclarar que apoyar el principio nuclear de una norma (en este caso el derecho a la autodeterminación de género) no significa estar necesariamente de acuerdo con todo el articulado de la misma. Según mi opinión, la Ley Trans no está exenta de algunos conflictos relacionados con la libertad de expresión -e incluso con la libertad de elección- como ya sostuve tanto en mi artículo como en mi exposición; pero no me detendré en este punto, puesto que mi propósito aquí es continuar con la respuesta a Juan Luis.

Reforma o revolución

La primera de las críticas de Juan Luis, de orden político, fue que mi defensa de la Ley Trans no podría considerarse “libertaria”, sino en todo caso “socialdemócrata” o “liberal” al seguir reconociendo al Estado como autoridad competente para validar nuestra identidad. La segunda hizo referencia a una supuesta innegabilidad de la existencia biológica de hombres y mujeres aunque sin rechazar por ello la realidad trans, entendida como una anormalidad estadística frente a la inmensa mayoría de la población que siente una correspondencia entre su sexo biológico y su identidad de género.

La primera cuestión remite en última instancia al clásico debate “reformismo versus revolución”. Para Juan Luis mi postura sería reformista, legitimadora del Estado; la suya revolucionaria, al proponer que sea la sociedad civil quien se encargue de reconocernos como hombres o como mujeres. Según yo lo veo, mi posición sería inmanente y gradualista, lo cual significa que, sin renunciar al objetivo final de abolir el Estado, parto de la realidad para plantear cambios que abran espacios de libertad donde antes no los había. Juan Luis parece más idealista, lo que favorecería el statu quo tal y como pasaré a desarrollar a continuación.

Liberales progresistas y conservadores

Cada ideología política se subdivide a su vez en metaideologías, lo que da como resultado distintas facciones dentro de un mismo movimiento. El estalinismo, por ejemplo, se suele concebir como el ala derechista de la extrema izquierda; mientras que el nazismo tenía un ala obrerista, el strasserismo. El libertarismo no es ajeno a este fenómeno, pudiendo identificarse en él una tendencia más progresista y otra más conservadora.

Al igual que los libertarios progresistas los libertarios conservadores son profundamente escépticos con respecto al papel que desempeña el Estado. ¿Dónde reside entonces la diferencia entre ambos? En si extienden o no ese juicio crítico que aplican al Estado a otros dispositivos disciplinarios que también podrían coartar la autonomía de los individuos. Los progresistas sí lo harían; los conservadores, no.

Foucault

Ahora bien, ¿qué es un dispositivo? Es un concepto clave de la filosofía foucaltiana, y aunque Foucault nunca realizó una definición rigurosa del término, sí ofreció una definición tentativa en una entrevista que concedió en 1977:

Un conjunto resueltamente heterogéneo que compone los discursos, las instituciones, las habilitaciones arquitectónicas, las decisiones reglamentarias, las leyes, las medidas administrativas, los enunciados científicos, las proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas. En fin, entre lo dicho y lo no dicho, he aquí los elementos del dispositivo. El dispositivo mismo es la red que tendemos entre estos elementos. (…) Por dispositivo entiendo una suerte, diríamos, de formación que, en un momento dado, ha tenido por función mayoritaria responder a una urgencia. De este modo, el dispositivo tiene una función estratégica dominante (…). He dicho que el dispositivo tendría una naturaleza esencialmente estratégica; esto supone que allí se efectúa una cierta manipulación de relaciones de fuerza, ya sea para desarrollarlas en tal o cual dirección, ya sea para bloquearlas, o para estabilizarlas, utilizarlas. Así, el dispositivo siempre está inscrito en un juego de poder, pero también ligado a un límite o a los límites del saber, que le dan nacimiento pero, ante todo, lo condicionan. Esto es el dispositivo: estrategia de relaciones de fuerza sosteniendo tipos de saber, y sostenidas por ellos.

Foucault, M. (1977). Dits et écrits, vol. III, pp. 229 y ss.

Abolir el género

Si nos ceñimos a esta suerte de definición, el binarismo de género sería perfectamente comprensible como un dispositivo de poder-saber que afectaría a la totalidad de nuestra existencia vital, obligándonos a ser y a relacionarnos de una manera determinada bajo amenaza de sanciones, sean éstas de carácter formal (Estado y otras administraciones) o informal (sociedad civil). Por ello, para un libertario coherente, esto es, que ponga la libertad del individuo en el centro de su esquema de valores, lo deseable sería abolir -o al menos flexibilizar- el género, siendo en consecuencia la corriente progresista más fiel a los principios del libertarismo.

Sin embargo, parece que aún estamos lejos de lograr este objetivo, tal y como por otra parte también lo estamos de la abolición del Estado. La cuestión es si por no poder alcanzar en el corto plazo una sociedad ácrata y sin roles de género deberíamos de renunciar a emprender el camino que nos llevaría en esa dirección.

Un Estado eterno

En definitiva, el hecho cierto es que el Estado va a seguir existiendo y clasificándonos como “hombres” y como “mujeres”, y desde ahí debemos de decidir si como libertarios preferimos que el individuo disponga del derecho a cambiar su sexo en el registro a su voluntad o dejar esta potestad en manos de médicos y burócratas como venía sucediendo.

En lo relativo a los conservadores creo que por supuesto tienen derecho a existir políticamente, y también pienso que Hazte Oír debería tener derecho a poner en circulación su autobús con el mensaje “Los niños tienen pene y las niñas tienen vulva”, pero a lo que no deberían tener derecho es a poder negarle administrativamente a otras personas su identidad por no ajustarse a ese criterio cisnormativo.

Por todo lo anterior, y como contesté en un momento dado del debate a Juan Luis “soy más pro-libertad que anti-Estado”, pues de lo contrario, de caer en el utopismo revolucionario podríamos sacrificar pequeños cambios que contribuyan al reconocimiento de las personas trans en la actualidad y nos aproximen gradualmente a la anarquía por una transformación radical que lo haga de golpe pero que podría no llegar a materializarse nunca.

Teoría queer

La segunda crítica de Juan Luis estaría arraigada en lo que se conoce como “dimorfismo sexual”, una taxonomización de los cuerpos orientada a la reproducción biológica de la especie y que nos divide en hombres y mujeres.

Tradicionalmente, la idea que se tenía de la relación entre sexo y género era que el sexo (natura) era la realidad sobre la que se articulaba el género (cultura). Sin embargo, esta verdad insoslayable se ha venido problematizando desde la década de los noventa gracias a la aparición en escena de la teoría queer, que propone una inversión del paradigma biologicista.

Para la teoría queer, el sexo ya no va a ser la piedra angular sobre la que se fundamente el género sino que, al revés, será el binarismo de género aplicado sobre la multiplicidad de los cuerpos lo que creará la ilusión del dimorfismo sexual. Así, la teoría queer no negará la existencia de una realidad biológica, prediscursiva, pero sostendrá que la misma solo es accesible a nosotros bajo el prisma sesgado que el dispositivo de género impone.

Paul B. Preciado

Por eso, el ejemplo que utilizaba Juan Luis en el debate para tratar de desacreditar este enfoque “yo puedo declararme negro siendo blanco, pero la realidad es la que es”, no cumple su misión. Al respecto, siguiendo al lingüista J. L. Austin, habría que distinguir entre los enunciados constatativos y los enunciados performativos. El caso propuesto por Juan Luis sería un ejemplo de enunciado constatativo similar al que el filósofo trans Paul B. Preciado pone cuando dice “este cuerpo tiene dos piernas, dos brazos y un rabo”(2) y a diferencia de cuando nace una persona con pene y se dice «es un niño», que tendría un carácter performativo y crearía una realidad previamente inexistente.

El propio Paul B. Preciado sostendrá que desde la invención de la píldora anticonceptiva después de la II Guerra Mundial se está produciendo un proceso de disolución de los límites entre los géneros y entre la hetero y la homosexualidad. Esto no quiere decir que los hombres y las mujeres cis -tal y como han sido conceptualizados hasta ahora- vayan literalmente a desaparecer o a dejar de tener contacto entre sí, pero sí que la función reproductiva que marcaba el criterio diferenciador de este tipo de uniones ha perdido su anclaje y, por tanto, las propias categorías de “hombre” y “mujer” se están vaciando de contenido.

La industria farmacológica, biotecnológica y las nuevas técnicas de reproducción asistida, a pesar de seguir funcionando dentro de un marco legal heteronormativo, no dejan de desdibujar las fronteras entre los géneros y de hacer del dispositivo económico heterosexual en su conjunto una medida de gestión de la subjetividad obsoleta.

Preciado, B. (2008). Testo Yonqui, p. 97

Llegados hasta aquí podríamos preguntarnos: si hoy en día no es posible definir al matrimonio únicamente en torno a su manifestación heterosexual, y si de hecho la frontera entre la heterosexualidad y la homosexualidad está perdiendo su sentido, ¿por qué seguir aferrándonos a una concepción binaria del género que predispone a la violencia contra todos aquellos que se salen del marco (hetero)normativo?, ¿no sería más coherente que como libertarios empujáramos hacia un período postidentitario en lugar de abrazar el nacionalismo de género tal y como lo hacen los conservadores sociales y las feministas radicales?

Referencias:

(1) Mejías, C. (2023). “Ley trans: una defensa libertaria”. Avance, 30.

(2) Preciado, B. (2002). Manifiesto contrasexual, p. 24.

2 Comentarios

  1. Me parece que la concepción del poder no es para nada libertaria en esta exposición. La violencia es solo agresión física, el poder es la capacidad de hacer que otros hagan por la fuerza, que obedezcan con violencia. Entonces lo que usted llama poder no es poder, sino que es lo que ocurre naturalmente en una sociedad, la gente imita, se educa, se convence, etc. Es influida por su entorno, por estos «dispositivos», el cual no puede violentarlo, pero sí cambiarlo mentalmente, legítimamente. La sociedad no «obliga» a alguien a ser de determinada manera, si esto fuera sí, entonces habrá que abolir cualquier tipo de influencia humana que causa una forma de pensar, de actuar, de vestir, de hablar, etc., y no seríamos nada.

  2. Buenas noches,

    Gracias por la lectura y el comentario.

    En efecto, la violencia física es la manifestación más evidente de violación del principio de no-agresión, aunque si solo entendemos la no-agresión como ausencia de violencia física estaríamos entendiéndolo de una manera bastante superficial. Por ejemplo, ¿amenazar con el uso de la violencia no es una forma de violencia en sí misma? ¿Solo es violencia cuando la bomba estalla, pero no tener que mirar todas las mañanas debajo del coche tras haber sido amenazado por una banda terrorista?

    Aún así, imaginemos que le concedo que la violencia es solo la agresión física. ¿Podríamos entender la perforación de una parte del cuerpo de una niña recién nacida como una manifestación de violencia física? Imagino que estaremos de acuerdo en que sí.

    Soy consciente de que no es el dispositivo de género la que le pone los pendientes en contra de su voluntad, son sus padres; pero sin la influencia de ese dispositivo no se produciría la perforación ni, sobre todo, se aceptaría como legítima.

    Saludos.


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Carta a Pedro Sánchez

Se ha dirigido usted a la ciudadanía mediante una carta bastante inusual. Como ciudadano le contesto con unos comentarios y preguntas, aunque no espero que tome usted un poco de su tiempo para leer estas líneas, y mucho menos contestarlas.