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El «impuesto negativo»

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Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, catedrático de Hacienda Pública, no sabe lo que es un impuesto negativo. Propuso que se estudiase para España, pero lo asimiló a un programa que no es exactamente, casi ni siquiera aproximadamente, un impuesto negativo. Y que, además, ya está en marcha en España. Más allá de que Montoro, como él dice, no tenga remedio o sí, la mención al impuesto negativo es interesante, y por eso la traigo aquí.

Milton Friedman es su apóstol más afamado, aunque ni el primero ni el último. Su planteamiento consiste en que «la pobreza es en parte una cuestión relativa». Y señala que incluso en los países más capitalistas, «claramente hay mucha gente viviendo en unas condiciones que la mayoría de nosotros consideramos pobreza».

Para aquellas situaciones hay un recurso, que es el «más deseable»: el de la caridad privada. Esa caridad, en las sociedades actuales, se mina por el Estado de Bienestar. Si el Estado se ocupa y me quita un buen dinero para ello, también me quita recursos, incentivos y responsabilidad para hacerlo.

Por otro lado, la caridad ha funcionado muy bien históricamente. Pero ese éxito estaba ligado a una comunidad pequeña, en la que la gente se conocía, o se sentía parte de una comunidad política, social, con grandes lazos interpersonales. Pero en las sociedades desenlazadas actuales, en las que las relaciones se traban con personas más lejanas, en las que el individuo se siente parte de una comunidad mucho más amplia, esa atención al pobre de al lado ya no te concierne. Sólo estarías dispuesto a poner algo de tu bolsillo si los demás lo hiciesen. Ese argumento lo compra Friedman de cabo a rabo.

De este modo, Friedman comete varios errores. Supone que la pulsión que hay en el alma humana de ayudar a los ciudadanos en una situación de dificultad queda superada por la modernidad. Y tiene una visión de esa compasión muy pobre. No le da una oportunidad a que esa iniciativa privada sea de nuevo eficaz si se dan las circunstancias adecuadas. Que no son, como señala Friedman, la existencia de un Estado de Bienestar. Y comete un error típico de los socialistas, que es pensar que el origen de la pobreza es la carencia de dinero. Si prevalece la libertad, si no hay frenos institucionales al comportamiento legítimo, la clave para salir de la pobreza es el comportamiento.

Una sucesión de errores que le conducen a un resultado fatal. Milton Friedman, en una obra llamada Capitalismo y libertad, dice: «Si el objetivo es aliviar la pobreza, deberíamos tener un programa dirigido a ayudar a los pobres». Una proposición que, a su vez, encierra en pocas palabras graves errores. ¿Ha de haber objetivos asumidos conjuntamente? ¿Cómo se forman? ¿Cómo se eligen? ¿Hay objetivos significativos más allá de los individuales? Friedman asume que sí. Por otro lado el pudor le impide señalar de quién es el «programa para ayudar a los pobres». Ese «quién» es el Estado. Pero por un lado no ha demostrado que el Estado deba ayudar a los pobres, y por otro tampoco ha demostrado que la iniciativa privada sea insuficiente o peor. Apenas llevamos una página del capítulo Aliviar la pobreza, y no es muy prometedor.

Con este punto de partida es difícil que mejore. Pero sigamos. Dice que si lo importante es la pobreza, es sobre los ingresos donde se debe actuar, y no sobre los orígenes de éstos. Y debe distorsionar el mercado en la menor medida posible. Y es aquí donde hace su propuesta de un impuesto negativo. Ya se había planteado anteriormente, y James Tobin recogió la idea de Friedman y la llevó hasta donde supo. Consiste en lo siguiente:

Hay un nivel de ingresos por debajo del cual los individuos están exentos de pagar impuestos. Pongamos que se decreta en los 12.000 euros al año (cualquier elección es arbitraria). Si fijamos un tipo sobre todos los ingresos a partir de esa cantidad, obtenemos lo que se obliga a pagar al individuo. Si esa tasa es del 20 por ciento y gana 18.000 euros, pagará el 20 por ciento de 6.000 euros, que son 1.200 euros.

Pero si no llega a generar 12.000 euros, según el esquema del «impuesto negativo», en lugar de pagar impuestos, cobrará un dinero. Y lo hará en una proporción de los ingresos que le falten para alcanzar los 12.000 euros. Si, por ejemplo, ha generado 8.000 euros y se mantiene el tipo del 20 por ciento, recibirá el 20 por ciento de 4.000 euros, que son 800. También se puede imponer un tipo distinto al «impuesto negativo» que al «positivo». Si, en el caso anterior, utilizásemos una tasa del 50 por ciento, lo que recibiría serían 2.000 euros.

Aquí vienen las ventajas de este sistema, expuestas por Friedman: «Ayuda en la forma más útil al individuo, es decir, en dinero. Es general y no se puede sustituir por el conjunto de medidas específicas que están funcionando. Hace explícito el coste soportado por la sociedad. Opera al margen del mercado. Como otras medidas para aliviar la pobreza, reduce los incentivos de quienes reciben la ayuda a salir por sus propios medios, pero no los elimina por completo, como ocurriría con un sistema con una cantidad fija de ingresos. Un dólar más ganado siempre significa más dinero disponible para gastar».

Lo más atractivo del «impuesto negativo» propuesto por Milton Friedman es que se propone como una alternativa al Estado de Bienestar. Esto es característico de Friedman. Toma los objetivos declarados por los socialistas como válidos, y ofrece una solución pública también, menos invasiva, y válida (o que parece válida) para ese objetivo declarado. No debemos despreciar esta propuesta en este sentido. El objetivo, el planteamiento y la solución que ofrece Milton Friedman son socialistas; es una solución más racional, menos distorsionadora e invasiva. Y, al no servir a intereses sectoriales o sociales particulares, no está tan sujeta al juego político, que consiste en la distribución de renta y riqueza de una parte de la sociedad (generalmente menos organizada) a otra parte de la sociedad (más) y al Estado. Friedman, como socialista racional, probablemente no tenga rival en el valor de sus aportaciones. Esta es una de ellas.

Podemos hablar de este esquema con total tranquilidad, en la confianza de que nunca se llevará a cabo. Es una amenaza para numerosos y poderosos intereses detrás del Estado de Bienestar.

El sistema propuesto por Friedman tiene al menos dos efectos negativos en la práctica. Uno de ellos es que desincentiva la obtención de mayores ingresos. Es decir, la generación de nuevos ingresos. Pero esto no es diferente a lo que ya ocurre. Y, en segundo lugar, es un llamamiento eficaz a un fraude masivo. En los Estados Unidos se puso en marcha un sistema parecido (muy parcial, ya que no se eliminó el Estado de Bienestar), y la Oficina General de Cuentas observó un fraude del entorno del 45 por ciento.

En definitiva, aunque es mejor que lo que tenemos, la propuesta de Milton Friedman de un impuesto negativo para aliviar la pobreza es otro esquema socialista fallido.

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