Uno de los enigmas más impenetrables del mundo contemporáneo es el insignificante o nulo papel que, a pesar de su importancia, España ha jugado y juega en los asuntos internacionales. Por lo general a los españoles esta peculiaridad nacional ni nos va ni nos viene, y vivimos tan plácidamente en nuestro soleado rincón de Europa dedicándonos a lo nuestro, que es lo que llevamos haciendo con mejor o peor fortuna los últimos dos siglos.
Del "que inventen ellos" pasamos al "si ellos tienen UNO, nosotros tenemos dos"… y así hasta el día presente, en el que acogidos a sagrado en la desvencijada catedral europea, seguimos convencidos de que las cosas del mundo son demasiado importantes como para que los españoles nos metamos en ellas. Eso es lo que, más o menos, piensa la gente común y la práctica totalidad de nuestros políticos, convalecientes de un eterno complejo de inferioridad que se los come por dentro según saltan el Atlántico o los Pirineos.
Falta de espíritu, esa es la principal causa de la poca influencia que España ejerce en el mundo desde, por lo menos, las guerras napoleónicas. Influencia política, se entiende. Las otras influencias, como la cultural o la económica, van por sus propios derroteros y viven al margen de lo que los españoles y sus dirigentes decidan. Así, por ejemplo, el español es una de las principales lenguas del mundo y nuestra economía es la quinta de Europa situándose sin demasiado esfuerzo en el Top 10 mundial.
Francia no anda demasiado lejos en esas dos magnitudes pero es, en cambio, un gigante diplomático que enreda todo lo que puede en los foros internacionales, y en los que no lo son. Está algo más poblada que España (18 millones de habitantes más), es ligeramente más rica (3.000 dólares per cápita más), pero, como compensación, el francés está menos extendido y es mucho menos útil que el español. Su vocación, sin embargo, ha sido siempre mundial y, aunque ya no lo sea, los franceses siguen considerando París como el epicentro de la vida civilizada.
La política francesa juega a ser un actor fundamental e imprescindible en el acontecer global, la española a sobrevivir sin hacer mucho ruido y sin que les recuerden lo que son. Los franceses cuidan los pilares de su prestigio mundial como el ejército o la diplomacia, mientras los españoles relegan a uno a ejercer de hermanita de la caridad y al otro a entenderse con bandidos tercermundistas. El resultado está a la vista. Unos se pasan en día en los noticieros de medio mundo, los otros sólo salen por la tele para anunciar compungidos que un avión se ha estrellado en Barajas o que unos desalmados han reventado cuatro trenes de cercanías en Madrid.
No es de extrañar, por lo tanto, que nadie se acuerde de España cuando las cosas se ponen feas y toca tomar decisiones que afectan a todo el mundo. Así lo hemos querido y, en el fondo y aunque nos quejemos, así lo seguimos queriendo. Nada perdemos, a lo más el llamado "prestigio internacional", ese que los políticos se cobran en metálico y al contado. Que se lo queden otros.
1 Comentario
Bueno, eso de que el francés es menos útil depende de cómo se mire, ¿no cree usted? Como todo. Pero intelectualmente hablando no creo que tenga parangón. Menos mal que traducimos todo y que nuestros mayores intelectuales dominaban sobradamente bien el francés, porque de no haber sido así cuántas maravillas nos habríamos perdido, y no solo literarias (que para mi gusto esas las menos). En general coincido bastante con su apreciación: desde al menos tras las guerras napoleónicas, que para los solares patrios supuso poco menos que el acabóse, un siglo XIX embutido en peleas y disputas y guerrichuelas internas, al margen casi de lo que supuso el progreso industrial y la incipiente red comercial que daría lugar al consumismo brutal actual (otros dicen «capitalismo»). Tengo la impresión de que se estudia poco por parte de los historiadores españoles, no sé si por imposibilidad o por falta de interés o de medios; quizá por una suma de todos en el fondo. ¿No será que el individualismo y un cierta mentalidad de frontera nos han caracterizado siempre? Ese castellano recio, ese montañés más recio aún, pero a la vez ceñudo y torvo, encastillado en su soberbia de casta. Y esos dominaron el Imperio gracias a la gracia de la familia Habsburgo, muy interesada en la defensa universal de la fe católica y del esplendor de su propio linaje por obra y virtud de las circunstancias históricas (atiéndase a la vida del emperador Carlos y a la de su hijo Felipe, tan denostados por ciertas corrientes modernas, empeñadas en meternos a las cavernas del paraíso marxista). No resulta fácil abordar tanta desmesura de datos históricos, pero sería muy clarificador. Ya que la historia reciente ha hecho de Francia, Gran Bretaña y hoy los USA y la actual Alemania unas verdaderas potencias hegemónicas mundiales (dejando a un lado lo de la globalización, que es muy aperturista e interesante), parece que la de España ha sido para hacerle perder puestos en el escalafón (si es que eso cuenta para algo). Porque, me pregunto, ¿qué interés tiene ser un país fuerte y poderoso? Creo que la pregunta se contesta sola, al margen de la consabida falta de autoestima que caracteriza al español y que se concreta en la rabia con que atiza contra todo lo suyo dentro y la soberbia mal disimulada con que ataca lo extranjero fuera.