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Vota a nadie

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En un muro leí una vez un lema que jamás se me borrará de la mente: "Vota a nadie porque nadie arreglará tus problemas". Cada vez que llegan unas elecciones, me acuerdo de aquella leyenda porque, no nos engañemos, todos los políticos buscan una única cosa, el poder. Necesitan que les satisfagamos sus ansias de dominio, que les hagamos sentir que son importantes, que mandan, que pueden dirigir a la sociedad en conjunto. Su esencia es claramente parasitaria. Nos necesitan para ser. Su autoestima depende de nuestros aplausos.

A pesar de ello, oímos a unos y a otros y evidentemente hay algunos que parecen defender valores similares a los que se sostienen en este Instituto. Incluso hay veces en los que, escuchando a un político, creemos haber encontrado un nuevo Jefferson que nos deleita con bellas palabras hasta embriagarnos… Lo malo de ello es que, cuando llega la resaca, nos percatamos de cuán equivocados estábamos.

En todo momento, no hay que perder de vista que si el político necesita, cual vampiro, la sangre de sus víctimas, perdón, votantes, hará lo imposible para contentarlos. Por tanto, quienes mejor se organicen y expresen sus demandas como una necesidad del colectivo conseguirán captar la atención del político, que les dará lo que pidan porque, al fin y al cabo, lo que demanden nunca será pagado de su bolsillo.

Limitarse a defender la propiedad privada, la libertad económica y política y el Estado mínimo, es una quimera para un político porque con ese programa no le votaríamos más que unos pocos liberales. Ese político acabaría por transigir un poco… y de un poco a un poco más, tampoco hay demasiado trecho y ya que nos ponemos a ampliar el Estado, ¿por qué no dejarlo como está y, si acaso, proponer medidas "más realistas" como cambiarlo todo para que todo siga tal cual?

Además, no existen partidos liberales. Por mucho que alguien les diga que el PP o el Partido Republicano norteamericano son liberales, no se lo acabe por creer o cualquier día acabará por dejar sus calcetines el día de reyes y esperará nervioso a que el famoso trío llegue desde muy lejos con su saca de regalos.

Lo mismo sucede con la pasión que ha embargado a algunos con Sarkozy. Agapito Maestre señala en Libertad Digital que el francés es "el político que busca Europa desde la caída del Muro de Berlín. Es la única esperanza" (sic). Pensar que un ególatra lenguaraz salvará el mundo es como confiar en que Batman salga de su cueva para proteger a Gotham del malvado Joker.

Más bien, la actitud razonable es la del escéptico al que nunca ningún político acaba por convencer y menos seducir, aquel que pone en solfa lo que escucha porque no cree que nadie que quiera poder será capaz de limitar sus atribuciones por principio. Este es el caso de José García Domínguez, quien, con su habitual brillantez, nos recuerda frente a los Agapitos, Arísteguis y demás entusiastas fervorosos de Sarkozy que "la derecha española, siempre tan fiel a esa tradición suya de comprar cualquier burra ciega que huela a perfume francés, bien haría en releer a Revel antes de echar las campanas al vuelo por el candidato favorito de Giscard d´Estaing. Es más, hoy no debería abrir la boca sin haber memorizado aquella advertencia con que el viejo Jean-François nos previno contra los tipos como ese falso vaquero de Marlboro: ‘Hablan de Tocqueville pero, no te engañes, sólo es por buscar en sus páginas el rostro de Luis XV’."

Si un político está llamado a algo es a seguir el ejemplo que nos brindó Mises cuando fue preguntado por lo que haría si llegara a la presidencia y respondió que no le cabía ninguna duda: dimitir.

Cuando no lo hacen siquiera tras reducir sin pausa el Estado hasta su mínima expresión, entonces, ese político será otro más de la larga lista de mentirosos que nos llevan explotando día a día, año a año, esquilmando de nuestros salarios lo que precisan para seguir encaramándose a la cumbre, desde la que mirarnos como a súbditos.

Llegue o no Sarkozy al poder, Francia seguirá siendo un país carcomido por el socialismo, podrido por la corrupción a que conduce la teoría de "cada quien según sus necesidades a cada cual según sus capacidades".

Y en España, no se equivoquen, probablemente sin Zapatero estaríamos mejor, incluso muchísimo mejor, pero sólo porque no tendríamos a un tipo cuyas palabras rechinan al oído y cuyos actos producen vergüenza ajena… no porque Rajoy fuera a aparecer con una capa negra en su batmóvil para defendernos de los malignos.

Por eso, en las próximas elecciones, ya sé a quién votaré. A nadie porque nadie me solucionará mis problemas, salvo, claro está, yo mismo. Por tanto, ¿qué necesidad tendré de votar?

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