"En economía soy de derechas y en lo social de izquierdas, pero por encima de todo soy francés". Así se definió Jean-Marie Le Pen tras su éxito electoral en la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas de 2001.
Equívocos aparte, el cultivo de la transversalidad por parte del nacional-populista francés no es nuevo. Así, tras ser beneficiado por la reforma electoral socialista de los años ochenta, en 1987 desaconsejó a sus votantes apoyar a Chirac para luego pactar con gaullistas y "liberales" en gobiernos provinciales.
La sociología electoral confirma el éxito de esta táctica en los movimientos extremistas no marxistas. El crecimiento a costa de partidos de centro-derecha, sean conservadores o nominalmente liberales suele ser efímero. Es cuando los ultras consiguen atraer a antiguos votantes izquierdistas o consolidarse entre los nuevos votantes jóvenes, casi todos con perfiles socioeconómicos que en principio los haría proclives a votar a la izquierda, que su apoyo se "cristaliza" y logran un electorado fiel, traducido en una representación política que aumenta de forma directamente proporcional a la abstención.
El resurgimiento del nacional-populismo en Europa es a menudo erróneamente denominado "nacional-liberalismo" por aquellos que, cómo no, culpan a la globalización y a las reformas económicas liberalizadoras emprendidas en algunos países europeos, que según ellos han creado una clase de "perdedores" que se rebelan contra el sistema. Es el caso de buena parte de los análisis sobre este fenómeno aparecidos en el journal Party Politics en los últimos años, o de los comentarios del politólogo marxista y antiguo militante de organizaciones neofascistas Jorge Verstrynge, quien viene usando el término nacional-liberalismo desde principios de los años 90.
Otro error consiste en amalgamar antiguos fascistas, nuevos nacional-populistas y movimientos que se podrían llamar democrático-regeneracionistas –Lista Pin Fortuyn– bajo el epíteto "extrema derecha". Se habla de izquierda y derecha sin explicar el criterio de clasificación, aunque suele subyacer una definición ambigua de nacionalismo. Sin embargo, si en vez de eso aplicamos los criterios de intervención y comunitarismo, movimientos como el Frente Nacional francés y el British National Party no tienen nada de liberales, y su derechismo se basaría en una ideología völkisch compartida por otra parte por algunos movimientos nacionalistas denominados de izquierda, tales como ERC, HB y BNG en España, y cuyos programas difieren en muy poco de los del FN y el BNP.
Las invectivas populistas contra el capitalismo global y el libre comercio y la férrea defensa del corporativismo y de algunas funciones del Estado del Bienestar, banderas abandonadas por muchos partidos socialdemócratas, proporciona una interesante pista en la investigación del crecimiento del nacional-populismo en algunos países. ¿Se corresponde éste con una "liberalización" de la socialdemocracia? Y si así fuera, ¿qué nos dice esto sobre el fuerte anclaje de valores como la dependencia y el clientelismo en la cultura europea?
El caso británico, donde el BNP se extiende en regiones tradicionalmente laboristas, y que al contrario de lo que indicaron algunas encuestas, no está afectando al voto conservador, es particularmente interesante. El agrio debate en el seno del Partido Laborista, con propuestas de mayor intervencionismo en política social y endurecimiento de la política de inmigración como remedios contra el BNP, es un indicio de que el uso del eje izquierda-derecha tiene una validez muy limitada a la hora de analizar el nacional-populismo.
A estas variables debemos unir las tensiones creadas por el multiculturalismo como principio rector de las políticas públicas, algo promovido por una clase alojada en el sector público y que paradójicamente es el grupo social que menos contacto tiene con los trabajadores extranjeros, sobre los que ejerce un paternalismo que raya el racismo. El tono de piel, la cocina y la lengua materna de los padres como factores cuasi-genéticos, es decir, el retorno del rol adscrito sobre el adquirido, es una revuelta de las tribus comunitaristas y posmodernas contra el principal logro de las revoluciones liberales decimonónicas.
Combinado con la lucha por los recursos repartidos por el Estado de forma discrecional, este choque cultural se transforma en un auténtico juego de suma cero y asegura un conflicto social irremisible, alimentado por el ultraje causado por la discriminación positiva y las expectativas frustradas de un Estado todopoderoso y dadivoso.
Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos si el nacional-populismo no será una perversión de la socialdemocracia. O dicho de otro modo, si el lepenismo no es sino el reflejo de la renuncia de muchos europeos a despertar del letargo intervencionista y a asumir que las promesas de bienestar sociales han devenido en un peligroso delirio cuya irrealidad cuesta trabajo asumir.
Sea como fuere, el mensaje liberticida del nacional-populismo y su apropiación por algunos partidos del mainstream hace urgente que la investigación sobre este fenómeno se reoriente hacia conceptos más profundos que la superficial y simplista etiqueta "extrema derecha" que poco describe y nada explica, sobre todo cuando son los votantes e incluso partidos de izquierda los que abrazan o pactan con este auténtico nacional-socialismo.
Si sólo fuera el prestigio de los politólogos que estuviera en juego…
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