Skip to content

¿Lo privado es más caro pero lo público sale gratis?

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Una de las objeciones más típicas a cualquier propuesta de liberalización, desregulación o privatización es que las empresas privadas harán pagar más al sufrido consumidor. De donde se deduce una segunda objeción, a saber: que este precio resulte prohibitivo a los consumidores y, por ende, que ninguna empresa privada lo ofrezca.

Así, por ejemplo, nos suelen asegurar que si privatizamos todo el sistema de transporte, las empresas privadas se negarán a ofrecer sus servicios a los pueblecitos lejanos porque la demanda sería insuficiente. Lo mismo para las operaciones quirúrgicas más costosas y los pacientes más pobres.

La réplica liberal típica es que si no se lo puede pagar el propio interesado, podría pagárselo un tercero, pero sólo si éste lo hace voluntariamente. Y, de ahí, la importancia de una presión fiscal baja y una regulación suficientemente refrenada como para permitir el desarrollo de las instituciones caritativas. Eso, a parte de otros muchos "detalles" importantísimos, como que con un mercado libre se posibilitará la experimentación empresarial para reducir costes, aumentando la productividad y así mejorar precios y salarios. Y que, a fin de cuentas, todo lo que se gaste el estado alguien lo tendrá que pagar, mientras aquel no siente ningún apremio para reducir costes, mejorar salarios o elevar la productividad, sino todo lo contrario.

Y, sin embargo, en nuestra vida diaria nos encontramos con ejemplos que dejan en evidencia estas objeciones antiliberales. La televisión, por ejemplo. Tanto si usted ve algún canal público (estatal, autonómico o local) como si no, paga por él con sus impuestos. En cambio, puede pasarse el día viendo canales privados sin tener que gastar un céntimo. Esos canales los pagan los consumidores de los productos que se anuncian en esos canales. Si los consumidores dan la espalda a los productos anunciantes, la cadena pierde financiación y habrá de rectificar o cerrar. Si dan la espalda a la propia cadena, con más motivo se impondrá un cambio de política empresarial. Pero a las cadenas públicas eso les trae sin cuidado: cuanto más pierdan, más podrán reclamarle al estado que les financie con cargo de los impuestos que paga usted.

Pongamos un caso extremo: la carrera espacial. Durante décadas, ha habido economistas y comentaristas criticándola en base a que ese dineral podría dedicarse a paliar problemas aquí abajo en la Tierra. Lo que casi nadie ponía en duda eran los faraónicos presupuestos que tal empresa requería y los nulos beneficios económicos que podía obtener. Por todo ello la alternativa privada resultaba impensable.

Y, efectivamente, tan pronto como el estado de turno se ponía a derrochar para poner algo en órbita, se daba el llamado efecto expulsión o "crowding out" por adelantado, es decir, si el estado derrocha a lo loco en un determinado sector, las empresas privadas, constreñidas por su propia naturaleza a evitar el déficit, se veían incapaces de competir.

Pero, ante la menor posibilidad de entrar en ese sector, la empresarialidad descubre caminos insospechados hacia el lucro y el progreso. Como el X Prize, por el que se la nave espacial privada SpaceShipOne recibió diez millones de dólares por realizar vuelos suborbitales. O la primera estación espacial privada Genesis I, con la que Bigelow Aerospace está por impulsar el programa "Fly Your Stuff" (Haz volar tus cosas). La idea es que por cierta cantidad, uno puede enviar cierto objeto al espacio, los de Bigelow Aerospace lo fotografían y así consiguen financiación.

Una excentricidad, dirán algunos. Una chorrada, dirán otros. Un derroche burgués, dirán los de siempre. Les fastidia que los emprendedores se salgan con la suya sin tener que meter mano en el bolsillo del contribuyente, de paso dejando en evidencia al Estado del Malgastar. Es lo mismo que dijeron hace un siglo cuando unos entusiastas se empeñaron en desafiar la ley de la gravedad autodenominándose aviadores. Hoy, todos nos beneficiamos de la libertad que disfrutaron esos pioneros de la nueva.

Quedan muchas fronteras por conquistar, con libertad podremos con ellas.

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Trump 2.0: la incertidumbre contraataca

A Trump lo han encumbrado a la presidencia una colación de intereses contrapuestos que oscilan entre cripto Bros, ultraconservadores, magnates multimillonarios y aislacionistas globales. Pero, este es su juego, es su mundo, él es el protagonista.