La situación mundial ha desencadenado en las últimas semanas un serie de declaraciones sobre los mercados energéticos que analizadas con superficialidad tienen mucho sentido. En el discurso sobre el estado de la Unión, el presidente norteamericano George W. Bush adquirió el compromiso de reducir en un 75% la dependencia americana del crudo árabe. No estamos ante una idea descabellada. Primero porque las necesidades energéticas americanas no pueden depender de una zona inestable como es Oriente Próximo. Los caprichos de los dirigentes de la OPEP pueden hacer tambalear las economías de muchos países y a pesar que la crisis del 73 demostró que son las economías occidentales las que mejor soportan esta clase de chantaje, los países en vías de desarrollo y sobre todo el Tercer Mundo son muy sensibles ante estas arbitrariedades. Bush tendrá que apostar, bien por el petróleo de Alaska o la búsqueda de otros pozos, con lo que significa para los grupos ambientalistas, bien por el desarrollo de nuevas energías aún en fase de prueba como la del hidrógeno o realidades como los combustibles de origen vegetal o bien por la energía atómica que de nuevo tiene la oposición de los ecologistas.
Precisamente en Europa, la crisis entre Rusia y Ucrania ha despertado la inquietud en la superburocracia de Bruselas. Los problemas entre estas dos repúblicas ex comunistas y ahora fraternales enemigos provocó no pocos problemas de suministro de gas natural en varios países del centro de Europa. España que se libró de la carencia, ya que la mayoría del gas viene del norte de África, podría verse en una situación parecida si el Islam se pone a hacer de las suyas. La búsqueda de fuentes de energías alternativas es una necesidad y a pesar de que las energías renovables cuentan con el apoyo de las Administraciones, sólo han cubierto este año el 8% de la energía consumida. La razón no es otra que no poner todos los huevos en la misma cesta, simplemente si el Magreb se calienta y los compromisos y contratos de los países se incumplen, las penurias serán menores. De la misma manera, diferentes fuentes de energía darán más seguridad en caso de que una de ellas falle.
Joaquín Almunia, Comisario de Economía, ha decido romper el melón y ha puesto en la picota la energía nuclear. Uno de los parias energéticos, gracias a la labor de los grupos ecologistas, nace como una alternativa no sólo para suministrar una energía relativamente barata y continua sino para cumplir los compromisos del Protocolo de Kyoto, acuerdo que Europa y en especial España ha firmado pero no parece que vaya a cumplir. Todo un arranque de talante hipócrita. Evidentemente esto ha despertado la desconfianza de los ecologistas, una alegría inusitada en Francia cuya realidad energética es básicamente nuclear y las dudas de Alemania, que no sabe si cumplir su compromiso de desmantelar las centrales.
Pero todos estos planteamientos tienen un punto común que choca indefectiblemente con la libertad. Tanto George W. Bush, como Joaquín Almunia, como los príncipes árabes, como los gobiernos francés, alemán y español son Estado. Algunos Estados se han dado cuenta que la planificación energética que han llevado a cabo hasta ahora presenta problemas y serios. La apuesta por la energía nuclear no sería muy diferente de la actual apuesta por las energías renovables. Es cierto que a simple vista se ve que las decisiones son lógicas y razonables pero la incapacidad para prever el futuro nos hace dudar de que sean necesariamente las más adecuadas.
Lo más adecuado sería que las empresas energéticas se libraran del yugo que gobiernos y lobbies cercanos o subvencionados ejercen sobre ellas. Las energías renovables son opciones tan aceptables como las nucleares si hay gente que en el ejercicio de su libertad quiere pagar los costes que suponen. El desarrollo de nuevas tecnologías que se adapten a las necesidades y a los deseos de los clientes nada tienen que ver con los deseos de gobernantes, por muy presidente de los Estados Unidos que se sea. Las empresas tienen el derecho de invertir en zonas inestables tanto como hacerlo en zonas más estables para conseguir su materia prima. Es su responsabilidad y se deben atener a las consecuencias de la misma manera que sus clientes a la posibilidad de que se puedan quedar sin energía en un momento dado. La planificación energética, como cualquier otra planificación, es una utopía que puede terminar perjudicando a muchos. Me gusta la energía nuclear, creo que sus ventajas son más que evidentes y sus defectos, que los tiene, menos dañinos que lo que nos cuentan los grupos ecologistas. Pero no me gustaría que las nucleares se conviertan en un capricho del comisario de turno por más que sea una realidad inevitable. Nuclear, así no, gracias.
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