Mil años después, Córdoba nos parece un oasis de convivencia si la comparamos con el sanguinario estado islámico, pese a la carga de impuestos y marginación social que recaía sobre judíos y cristianos.
Les escribo con el título de un coloquio Liberty Fund en el que tuve ocasión de participar hace pocas semanas. Verán que en el mundo anglosajón sigue vivo ese interés por el hispanismo (recordemos los nombres de Elliot, Lynch, Kamen o Parker entre los historiadores; y no hablo por ejemplo de literatura o de arte) aunque en este caso, al celebrarse en los EE.UU., la mayoría de los asistentes fueron norteamericanos.
Como es habitual en esas reuniones, el objetivo de fondo es una reflexión sobre la libertad humana, como requisito para un desarrollo social más eficiente que el logrado por cualquier política restrictiva, discriminatoria o estatalizante.
El acontecimiento de la «invasión» de España por los árabes, con su devenir histórico de emirato, califato y reinos de taifas, junto con la posterior «reconquista» por los incipientes reinos cristianos, sirvió de campo de reflexión para analizar cómo convivieron esas tres culturas y religiones hace más de diez siglos. Fuera de nuestro país suele mirarse con un poco de ingenuidad entusiasta esa época de un supuesto Al-Andalus tolerante y multicultural (en la línea buenista de la Alianza de las Civilizaciones…), que no se ajusta exactamente a la realidad. Es cierto que durante algún periodo la ciudad de Córdoba se convirtió en un foco de cultura y civilización; pero la vida de los judíos y cristianos nunca dejó de estar castigada por una fuerte carga de impuestos (la dhimmah), siendo aquellos colectivos ciudadanos de segunda clase. Y esto cuando no sufrieron el rigor de los integrismos almorávides o almohades, por más que el Corán les llame pueblos del Libro. En general pudieron conservar algunas de sus antiguas iglesias y sinagogas, pero con la restricción de no construir nuevas, ni de manifestar externamente cualquier rito que no fuera el islámico (por ejemplo, una norma que era incuestionable en esa época, y lo sigue siendo ahora en casi todos los países árabes, es la prohibición del sonido de las campanas: algo que a nuestra sociedad posmoderna puede resultarle indiferente; pero entonces no lo era. Porque este asunto de la religión, y lo escribo a propósito del reciente artículo de mi ilustre compañero de Comentarios, Francisco Capella, creo que merecería de un acercamiento más comprensivo con la teología).
Aunque hay un aspecto que sí me gusta destacar como una sorprendente hazaña intelectual entre los siglos IX y XIII: la transmisión a Europa del pensamiento griego (sobre todo, aristotélico) a partir de sus traducciones al siríaco y luego al árabe, hechas precisamente por cristianos nestorianos (como Hunnain ibn Ishaq o Yuanna ibn Haylan) que trabajaron en algunos centros académicos de Bagdad y Damasco, dando lugar a la imponente figura de al-Farabi (conocido entre los árabes como el Segundo Maestro, siendo Aristóteles el primero, claro). Marjorie Grice-Hutchinson lo explicaba certeramente hace más de medio siglo desde su óptica de economista: el punto clave sería la recuperación de la Ética a Nicómaco, que llegó a la España medieval gracias a filósofos como Ibn Jaldún, Avicena, Averroes o Avempace, y que permite formular ese genial concepto de una Teoría del Valor que descansa en la utilidad, la abundancia o escasez, y la preferencia subjetiva. Igualmente hay que destacar algunas formulaciones de tipo sociológico y político, referidas a la organización ciudadana, o la teoría de los ciclos en el devenir de las civilizaciones.
Pero la historia no termina aquí, puesto que aquellos comentarios árabes a las obras de Platón y Aristóteles fueron después vertidos al latín, por ejemplo, en la Escuela de Traductores de Toledo cuando nuestro rey Alfonso X El Sabio escribía sus Partidas. Llegando finalmente a los maestros centroeuropeos de una sofisticada Escolástica medieval que buscaba con afán los originales del saber griego. Hay que añadir, por cierto, que muchas de esas obras se conservan hoy en día gracias a la curiosidad bibliófila de un coleccionista Felipe II, que las reunió en El Escorial con la ayuda de eruditos como Arias Montano.
Por lo demás, el Coloquio analizó también algunas lecturas propuestas sobre los más variados temas: como las vicisitudes de un gobernador judío en la corte mora de Granada, el origen árabe de tantas palabras españolas, o una curiosísima ordenanza social y económica en la Sevilla del siglo XII. Resulta muy llamativo conocer, por ejemplo, las complicadas normativas respecto al mercado de la carne en unas ciudades con tradiciones religiosas muy particulares al respecto: en general, judíos y mozárabes compraban en las mismas aljamas, ya que sus normas sobre el sacrificio de los animales son parecidas; mientras que los carniceros cristianos se quejaban de la venta a bajo precio de las piezas no adecuadas para los primeros. Lo que ocasionaría todo un complejo sistema de tasas e impuestos para regular la convivencia.
Tal vez nos faltó trascender el momento histórico para prestarle un poco más de atención a la situación actual de algunas partes del mundo, hoy bajo la amenaza de un sanguinario estado islámico (junto a preocupantes rearmes nucleares), que pienso requeriría de una reflexión menos idealizada. La matanza y persecución de cristianos, como de cualquier otra minoría o disidencia, exige una respuesta contundente por parte de los que se califican de islamistas moderados. De igual forma, también echaría en falta una postura de mayor coherencia con la defensa de nuestros valores, ahora desde los países occidentales.
1 Comentario
Congreso Ideología y Presente
Estimado León:
Hola, me gustaría invitarlo a un congreso que estoy organizando en la facultad de filosofía de la UCM. Si está interesado, por favor, escríbame a:
moises.barba@hotmail.com
Un cordial saludo.