En medio del sobresalto diario por las denuncias y juicios de casos de corrupción, asistimos a una inquietante escena de negociaciones para formar gobierno en las que el partido más votado está ausente.
Ya siento escribirles este mes con un título tan pesimista. Tal vez porque refleja un poco la situación política española: en medio del sobresalto diario por las denuncias y juicios de casos de corrupción, asistimos a una inquietante escena de negociaciones para formar gobierno en las que el partido más votado está ausente, soportando un discurso de vaguedades, falsas verdades o mentiras descaradas que van cambiando según les parece a sus protagonistas.
El primer término es importante, porque refleja la triste situación moral en la que nos encontramos. Y no solo en España o en el mundo Occidental (incluyo aquí la América Latina; puestos a emplear esa denominación, hay que asumir que lo latino es en origen europeo): basta con echar una mirada a los abundantes regímenes corruptos de Oriente y de África, o al reciente escándalo del banco chino ICBC. Aunque en este asunto conviene distinguir entre las malas conductas personales y los llamados erróneamente “fallos del sistema” (ya saben que me refiero a ese denostado capitalismo salvaje): como bien expresa Vicente Boceta en su artículo sobre “la economía que mata”, o hace poco les explicaba en esta columna José Augusto Domínguez, la crítica más frecuente contra la corrupción es echarle las culpas al sistema de libre mercado. Pero es suficiente tener un poquito de sentido común y espíritu objetivo para darse cuenta de que una gran parte del problema está justamente en la falta de libertad, ya sea por exceso de regulación, tráfico de información privilegiada, desaparición de un sistema abierto de competencia leal, etc.
La otra parte, a mi juicio la más relevante en toda esta cuestión, es la pérdida del sentido de la responsabilidad moral. Eso que antes se llamaba ética, y sobre lo que también suele escribir aquí mi compañero Francisco Capella. Verán que en este campo no es fácil llegar a conclusiones compartidas… Me temo que la filosofía analítica, por una parte (“no hablemos de ética, sino de qué queremos decir cuando nos referimos a la ética”), y un extraño temor ante lo trascendente o lo universal, han facilitado demasiado esa falta de compromiso con lo que toda la vida se ha entendido como hacer las cosas bien. Pienso en los juicios que se celebran en España contra políticos del PP en Valencia y Madrid, sindicalistas de UGT o diputados del PSOE en Andalucía, un cuñado del rey Felipe VI en las Islas Baleares, responsables de varias Cajas de Ahorro, el clan de los Pujol, etc. ¿Qué tienen todos en común? Una mala conducta personal: cada uno de los implicados ha debido tomar una decisión inmoral que, además, al final es torpe y chapucera. La solución pasaría porque seamos capaces de reeducar a las nuevas generaciones en algo más consistente que esa lamentable “Educación para la ciudadanía” que impuso en España el gobierno de Zapatero.
Lo del personalismo es algo mucho más breve y difuso de describir. Tengo la impresión de que estamos atrapados por los egos de unos dirigentes políticos que no es que olviden un fin tan evidente como el bien de todo el país… Ni siquiera se dan cuenta de que están lastimando a sus propios partidos. Claro, me dirán, la Historia está llena de personajes que han llevado a la ruina a sociedades enteras por exceso de protagonismo… Es cierto. También que algunos empeños personales en favor de causas legítimas han obtenido resultados beneficiosos para todos. Tal vez los historiadores tendríamos que investigar y poner en valor aquellas figuras que, dando un paso atrás, han conseguido dejar que otros logren esos buenos fines.
El tercer punto va unido con todo lo anterior: esa insoportable demagogia con la que tantos políticos nos hacen perder la salud mental y la paciencia. Uno se desespera oyendo a ese Concejal en el Ayuntamiento de Madrid que defendía los escraches a políticos del PP, pero que ya no los considera como “libertad de expresión” si al que gritan es a él mismo… Por no hablar de la justificación podemita del régimen chavista. Esto va calando en la sociedad, que se cree cualquier mentira sin más problemas: hasta personas ilustradas como el socialista Joaquín Leguina (que merece mis respetos en muchas otras cuestiones) seguramente cae sin darse cuenta en esa trampa de la demagogia. Le escuché hace poco reflexionar sobre estas dos cuestiones: la mala situación demográfica que hay en España (poca natalidad y excesivo envejecimiento), unida al incierto futuro de las pensiones. No sé si es consciente de que las pésimas políticas de apoyo a la familia que llevó adelante su partido durante décadas (y no hablo sólo de la irresponsable facilidad para abortar que instauró el PSOE) son la principal causa de ese mal del que ahora se queja. Y en cuanto a las pensiones: fíjense en lo paradójico de un discurso político que aparenta preocuparse por ello, al tiempo que es ferozmente crítico con las medidas del PP para elevar los años de trabajo y cotización. A este respecto, quiero añadir algo que me parece meridianamente claro para cualquier análisis: cuando en la Europa de comienzos del siglo XX se empieza a hablar de jubilación, y se establece la edad de los 65 años, la esperanza media de vida del varón era justamente ésa: ¡ahora ha subido a casi los ochenta!
En fin, podríamos seguir con muchos otros ejemplos, incluso en partidos políticos que, evidentemente, están limpios de corrupción por el simple hecho de no haber pisado el poder… No tengo demasiada confianza en ellos, porque el problema es de fondo, es una crisis de valores sobre la que llama la atención con verdadera tenacidad -y casi en solitario- Jaime Mayor Oreja a través de la Fundación Valores y Sociedad.
2 Comentarios
Cuando una persona antepone
Cuando una persona antepone su interés personal a cualquier otra consideración, se encuentra en una posición de fuerza sobre los demás y no es capaz de resolver los problemas a los que debe dar alguna respuesta, pues tiene estas herramientas para ir congeniando tan difícil tesitura. No es extraño que decida usarlas.
Pesimismo ninguno, la vida misma, la superioridad moral de quienes no han cometido estas bajezas porque no han tenido ocasión es discutible.
El señor Mayor Oreja, será un lechado de virtudes pero su comportamiento público cuando el señor Rajoy cambió la dirección del PP vasco y laminó los valores del Partido Popular, no debiera dejarle dormir tranquilo.
En todo caso nada nuevo bajo el sol, sabemos que simple habrá corrupción, personalismos y demagogia, como sabemos que siempre habrá sensatez, mesura e integridad que oponer.
Nunca he entendido por qué
Nunca he entendido por qué robar en provecho uno mismo se condena como censurable corrupción, pero robar igualmente aunque para beneficio de mafias varias deviene santa política que pocos cuestionan. La política respetada consiste básicamente en saquear a unos para dárselo a otros, mientras no se trate de familia directa, claro; si los favorecidos son compinches políticos, victimistas instituidos o acaparadores profesionales, como los de la “cultureta”, sindicalistas, feministas, nacionalistas… o cualquiera que se haya organizado para pillar mamandurrias o mantener privilegios, entonces no se habla de corrupción sino de política de la buena, aunque el bien común brille por su ausencia.
La política es el arte de confundir cualquier interés particular con el bien común, pisoteando el único bien común que en teoría nadie discute: la estricta igualdad ante la ley.
De manera que escandalizarse por la corrupción a mí me parece un cruel sarcasmo. Ojalá los políticos robaran exclusivamente para satisfacer su interés personal, mucho menos onerosos nos saldrían: se limitarían al mal que les conviniera con algún descanso entremedias (el chocolate del loro). Pero nada peor que un infierno empedrado de políticos misioneros a pleno rendimiento.
La triste situación moral es que en general no nos percatemos de la verdadera naturaleza de la política y de que todo el problema, no gran parte, está justamente en la falta de libertad. Corrupción, personalismo y demagogia son inherentes a la política, a cualquier política posible. ¿Han probado a cocinar una paella sin arroz? Bueno, pues quítenle de verdad a la política los ingredientes anteriores (no sólo la pequeña corrupción, el pequeño personalismo y la pequeña demagogia) y a ver qué les queda.