Quizá todos los coches son adecuados si se desarrollan tecnologías eficientes que minimicen las externalidades negativas.
Desde el siglo XIX, la tecnología ligada a la investigación científica ha sido un importante determinante en la vida social, política y económica de la humanidad. La búsqueda de la verdad, de los rudimentos que gobiernan la realidad que nos rodea, en forma de principios científicos, ha generado una infinidad de líneas de investigación que han afectado no solo al día a día de las personas, sino a sus propias creencias que, durante siglos, han conformado religiones, filosofías vitales, códigos morales y éticos que han dado estabilidad a sus sociedades.
La tecnología se ha convertido en un factor clave en las políticas de los Estados y sus Gobiernos y, en las últimas décadas, también se han comprometido a luchar contra algunas de las externalidades negativas que se derivan del desarrollo tecnológico: estoy hablando de la contaminación y, en general, de cualquier daño medioambiental. Esta cruzada también ha mediatizado el desarrollo tecnológico de una manera inesperada.
Hasta mediados del siglo XX, cualquier desarrollo era un éxito, una victoria sobre la naturaleza que independizaba a la humanidad de ésta. Después de la Segunda Guerra Mundial, y ligado al desarrollo de las sociedades del bienestar, el desarrollo tecnológico y sus políticas debían evitar en la medida de lo posible cualquier daño medioambiental. Esta línea de acción surgió de manera paralela a la aparición de grupos ambientalistas (en algunos casos extremos, modernos luditas) que no tardaron en conformarse como lobbies y que promovieron una serie de políticas que tenían como último fin la preservación del medio ambiente incluso a costa del freno del desarrollo tecnológico; o quizá no tanto un freno, sino redirección del desarrollo, pese a que ello suponía importantes molestias para los que conforman las sociedades. La reeducación se imponía en este contexto y, por supuesto, la alianza del Estado con estos lobbies.
Dentro de este contexto, el coche eléctrico se ha puesto de moda y parece que no es una que vaya a durar poco, pues grupos medioambientalistas, gobiernos estatales y regionales, así como las propias empresas (automovilísticas y energéticas), están apostando por él de manera clara e inequívoca, y de forma paralela, las mismas organizaciones apoyan y promueven políticas de descarbonización de la economía[1]. Todo ello conllevará importantes cambios en los hábitos desarrollados hasta ahora por los ciudadanos, lo que supone serios problemas que los gobiernos están “solucionando” o plantean hacerlo a través de leyes y normas que no dejan de ser una forma más de ingeniería social[2]. Pero el coche eléctrico conlleva una serie de problemas que unos y otros se empeñan en ignorar, lo que tarde o temprano nos llevará a conflictos, algunos de los cuales tienen difícil solución.
Las tecnologías que se usan en los vehículos eléctricos aún están poco desarrolladas para que sean eficientes. Prueba de ello es que los Gobiernos de distintos países subvencionan su compra. Pese a ello, los precios siguen siendo excesivos, solo aptos para personas con elevado poder adquisitivo y que tengan unas infraestructuras adecuadas en sus viviendas. Uno de los problemas a los que se ven abocadas las tecnologías de sustitución es que deben cubrir las demandas que los posibles clientes ya tienen cubiertas con las antiguas tecnologías y lo deben hacer a un precio similar o incluso menor para que sean económicamente atractivas y sin perjuicios excesivos durante la transición. El ciudadano puede aguantar algunos de estos problemas, incluso considerarlos necesarios para un bien a medio o largo plazo, pero si se extienden en el tiempo o se hacen traumáticos, no serán aceptados. La subvención puede maquillar esa circunstancia, e incluso con una buena propaganda (engaño) prolongar dicha sensación, pero a la larga, los perjuicios derivados se dejan ver[3].
En España se puede dar la paradoja de que el impuesto que el Gobierno socialista de Pedro Sánchez pretende poner a los vehículos diésel sirva para subvencionar a los eléctricos. Durante años, los distintos Gobiernos alentaron la compra de diésel por considerarlo menos contaminante que la gasolina. Estas ayudas y el precio más bajo de su combustible propiciaron su compra por parte de transportistas, comerciales y gente que necesitaba tener costes bajos al no tener tanto poder adquisitivo. Este impuesto, y aquí está la paradoja, gravará a los que más afecta una elevada presión fiscal y beneficiará a los que más podrían permitírsela. En terminología socialista, los pobres subvencionan a los ricos.
Las infraestructuras ligadas al coche eléctrico están lejos de alcanzar aquellas que satisfacen las de los coches que consumen derivados del petróleo. Las mal llamadas “electrolineras” son escasas, generalmente corren de mano de las empresas eléctricas en colaboración con organismos públicos que quieren promocionar este vehículo, y precisamente, por este carácter público, encuentran frenos burocráticos[4]. Además, la velocidad de carga de las baterías es lenta si lo comparamos con la de las gasolineras, que en unos pocos minutos llenan un depósito[5].
Para que nos hagamos una idea, estamos hablando de tiempos de espera de entre 8 y 12 horas de recarga en un punto standard (dependiendo de los modelos); en puntos de recarga acelerada, más caros y escasos, de 2 a 4 horas y, en los puntos denominados ultrarrápidos, se recarga el 80% de la batería en unos 20-30 minutos, aunque esto apenas nos dará para 200 kilómetros de autonomía si no lo gastamos en aire acondicionado o calefacción, dependiendo de los modelos[6].
El coche eléctrico, en su estado actual, solo sirve para trayectos cortos o siendo largos, a sitios donde se puede recargar la batería para otros trayectos. Eso deja demasiados sitios fuera de su alcance. Es cierto que se ha trabajado mucho y bien en ampliar la autonomía, pero si empezamos a comercializarlos vía subvenciones, haremos que la investigación se vea frenada. El actual es un buen vehículo para pequeños trayectos, por ejemplo, el transporte público o ciertos servicios como los de limpieza urbana. Quizá ésta sea una de las razones por las que los ayuntamientos sean tan entusiastas. Pese a ello, no satisface las necesidades presentes en su conjunto, es decir, ni siquiera estamos ante una tecnología de sustitución adecuada[7].
Una de las ventajas que se le adjudica es su carácter más limpio desde el punto de vista del medio ambiente. En un primer acercamiento así parece, ya que no tiene un molesto tubo de escape que emita gases de la combustión y que su combustible es la invisible electricidad. Pero ante un análisis un poco más detallado, no lo es tanto. Mientras la energía para su construcción y la carga de su batería tenga un origen mayoritariamente de combustibles fósiles, no estamos ante un caso real de tecnología “limpia”, quizá con una producción menor de gases no deseados, pero no deja de dañar el medioambiente según los cánones de las políticas medioambientales.
Además, el reciclado de las baterías es complicado y es mucho más económico ir almacenando las que se quedan viejas que optar por otras posibilidades que posiblemente elevarían aún más el coste de este tipo de vehículos[8]. Cuantos más vehículos eléctricos haya, más se incrementará este problema y podemos ir más allá, esta proliferación nos llevará a similares problemas de atascos[9]. No es extraño que en el futuro aparezcan grupos exigiendo el fin de esta tecnología y la necesidad de un cambio drástico de hábitos, ya que el Planeta no puede aguantar más.
Dicho esto, planteo la pregunta que titula este artículo, ¿tiene futuro el coche eléctrico? En una sociedad en la que domine el libre mercado, son los usuarios los que terminarían contestándola, pero desgraciadamente no estamos en ella. El coche eléctrico tiene una serie de ventajas y limitantes que lo hacen bueno para ciertos nichos. Si es inevitable la descarbonización de la economía, por mucho que me pese la ingeniería social que esta afirmación conlleva, apoyarlo puede parecer una ventaja, pero quizá estamos tirando piedras contra nuestro propio tejado, pues otras tecnologías como la de baterías de hidrógeno pueden ser mucho más limpias y efectivas a la hora de conseguir un sistema eficiente de transporte. O no, ya veremos. No estoy en contra de los vehículos eléctricos, como tampoco lo estoy en contra de los que consumirán hidrógeno o los que consumen hidrocarburos. Creo que las personas con su libre elección serán capaces de elegir el adecuado[10] y, por qué no, a lo mejor todos son adecuados si se desarrollan tecnologías eficientes que minimicen o eliminen esas horribles externalidades negativas.
[1] Si al final es o no una medida adecuada lo dirá el tiempo, pero sí muestra el carácter contradictorio de las sucesivas políticas estatales, que no hace mucho recomendaban y hasta subvencionaban tecnologías como la del diésel, que ahora se estigmatizan.
[2] El cierre al vehículo privado de ciertos barrios en ciertas ciudades o los peajes para entrar en ellas son ejemplos de cómo acometen estos cambios.
[3] Algo similar pasó y está pasando con las renovables y cada vez son más los que se percatan de que alguna de las consecuencias del relativo alto precio de la energía se debe a esta subvención de tecnologías inmaduras.
[4] Olvidémonos de las actuales gasolineras con seis, ocho o diez surtidores en un espacio relativamente pequeño. Serán aparcamientos donde el coche tendrá que estar cargándose 20 ó 30 minutos en el mejor de los casos y cada 180-200 kilómetros. Los especuladores del suelo darán saltos de alegría ante estos nuevos “centros comerciales”.
[5] Esta circunstancia haría que, dado el actual desarrollo tecnológico, los trayectos duraran mucho más, suponiendo que existieran puntos de carga repartidos de manera adecuada.
[6] Para el que quiera ejemplos concretos, aquí tiene los de un Renault Zoe o un BMW i3.
[7] Actualmente, para su uso cotidiano solo se puede utilizar en distancias cortas o medias y teniendo la garantía de que, al llegar a casa, tengamos nuestro punto de recarga en el garaje para tener el coche dispuesto al día siguiente. En grandes ciudades como Madrid o Barcelona, donde tantos vehículos “duermen en la calle”, se antoja difícil su sustitución, a no ser que nos planteemos lanzar cables desde las terrazas.
[8] En la UE, actualmente solo se recicla el 5% de las baterías de litio.
[9] De hecho, muchas de las ventajas de los vehículos eléctricos radican en que son escasos y comparativamente parecen ser mejores que los que consumen gasolina o diésel, pero sin cambios de base importantes, pueden ser igual de conflictivos.
[10] Fiarnos de los políticos o de determinados grupos puede llevarnos a situaciones como las que vivimos ahora con el antes loado y luego demonizado diésel o las bombillas halógenas, que pasaron de futuro de la iluminación a peligrosos productos. ¿O ya no nos acordamos de las bombillas del ministro Sebastián? Qué majas parecían y qué mala calidad tenían.
2 Comentarios
Respondiendo a la pregunta
Respondiendo a la pregunta del titular, sí. Sin entrar en las inconsistencias políticas que bien se detallan, hay otros aspectos del artículo que creo pecan de pesimistas. Aunque hablamos de «futuro» ya es presente o presente inmediato (a la venta en lo queda de año) coches con autonomías reales de mas de 400 KM, unos muy caros ( Tesla S o X, Jaguar I-pace, Audi etron) y otros no tanto (Mitsubishi Kona). Cualquiera que haya visto la evolución de los móviles, o la fotografía digital se dará cuenta que esto no es más que el principio y que autonomías superiores a 500Km serán el estándar en muy pocos años, tan pronto se logre reducir los precios de las baterías.
Otra cosa es que no todos necesitemos semejante autonomía con su coste y peso y nos sobre con coches de 200-300Km. Efectivamente se precisarán puntos de recarga pero es otro punto donde la tecnología nos desborda. Hace pocos años se hablaba de al menos varias horas para recargar la batería. Hoy existen puntos de recarga super rápida que en 20-30 minutos llenal el 80% de la capacidad.
No olvidemos que la mayoría de los vehículos privados los usamos en trayectos cortos donde el eléctrico apenas tendría que evolucionar pues nos valdrían los actuales.
Resumiendo, ¿que si tienen futuro? Pues claro que sí, pese a quien pese y a pesar de nuestros políticos.
para muestra un botón ya hay países dondel el vehículo más vendido es un eléctrico.
Y por cierto lo de recargar en la calle por la noche no es ciencia ficción (aunque los cables no caigan de las terrazas). Este verano visité Oxford y (ciertamente para mi asombro) ví que en algunas farolas de la calle tienen puntos de recarga ! y pude ver como efectivamente por la noche varios vecinos de la zona donde tenía el hotel dejaban sus Tesla S cargando aparcados en la calle y enchufados a la farola . En la zona residencial al norte de la ciudad ví un montón, batante cutres eso sí pero totalmente funcionales. No eran super-chargers pero cuando se tiene el coche aparcado 8 o 9 horas eso no es problema.
Esto es el presente. Como se haga en el futuro no lo sé. A veces basta con potenciar el presente y evolucionarlo, otras son cambios disruptivos inimaginables a la fecha, pero futuro, no es que tengan, es que son el futuro.
Alberto, comentó por puntos:
Alberto, comentó por puntos:
El coche eléctrico si es más medioambientalmente más responsable, pues es más eficiente, concretamente se requiere un 70% menos de energía para recorrer la misma distancia. Por lo que aunque toda la producción eléctrica fuera con combustibles fósiles, la cantidad de gases contaminantes emitidos a la atmósfera se reduce sustancialmente. Y evidentemente la producción eléctrica se dirige cada vez más hacia fuentes verdes y más productivas que las actuales.
La autonomía de los modelos que saldrán en 2019 ya es de 600km, por lo que teniendo en cuenta que la mayoría de desplazamientos particulares, son de corta distancia, y que las estaciones de carga rápida logran reponer la energía en 30 minutos…tiempo que todo el mundo usa en viajes largos para detenerse cada varias horas en una estación de servicio a comer y descansar. No veo que exista ya ningún problema en este sentido, cuando se popularice el coche eléctrico, todo el mundo contará con una estación de carga en su estacionamiento.
El reciclaje de baterías es como bien dices un sector empresarial con un gran potencial de futuro, y que hará ganar muchísimo dinero a aquel que desarrolle una forma limpia y eficiente de lidiar con las baterías viejas.
Los impuestos pigouvianos (en este caso medioambientales), no tienen nada de malo, pues desde un punto de vista liberal deberían ser considerados como los más aceptables. Y los vehículos eléctricos es normal que estén exentos o bonificados parcialmente con respecto a los que deben soportar los modelos de combustión. Aunque luego se les pudiera cargar con otro impuesto que busque dar respuesta al problema de las baterías, el gobierno sí puede promover proyectos verdes, haciendo fiscalmente más atractivo el o los sistemas menos contaminantes.