El cuerpo electoral cambia continuamente: se nos van muriendo los más mayores y cumplen los dieciocho cada vez menos jóvenes. Para analizar hacia dónde vamos hay que examinar qué piensan y por dónde tiran esos nuevos electores. Es cierto que el tiempo nos hace cambiar, y que generalmente hace cambiar más hacia la derecha que hacia la izquierda, pero eso es un proceso lento que tampoco es precisamente universal. También es verdad que es mucho más frecuente ser de izquierdas entre los jóvenes.
Sin embargo, esa supuesta rojez universal de la juventud no se da siempre. A mediados de los 90, incluso en las universidades eran mayoría quienes apoyaban a Aznar y al PP. Porque, como explicaba Milton Friedman en esa cita tergiversada hasta la saciedad por Naomi Klein, en épocas de dificultad y cambio nos aferramos a las ideas que hay en ese momento en el ambiente. La crisis de aquellos años, después de más de una década de Gobierno de Felipe González, y el enorme paro juvenil que padecíamos podría haber llevado a la juventud a la extrema izquierda, como está sucediendo ahora. Y aunque en parte lo hizo, el PP logró en general evitarlo. Porque en aquel momento tenía ideas y las promovía y publicitaba con los medios que tenía a su disposición.
Veinte años después, el panorama ha cambiado mucho. A la izquierda tradicional se la han llevado por delante el huracán del buenismo y su responsabilidad ante la crisis. Y por la derecha… Por la derecha han arrasado Rajoy y los sorayos. Que sí, que mucho abogado del Estado y mucho manejo magistral de los tiempos, pero la última vez que oyeron hablar de una idea maniobraron en la sombra para que se cerrara el medio donde a algún despistado se le ocurrió proferirla. O se echara al director. Lo que fuere, con tal de que la derecha se transformara en un páramo intelectual en el que sólo de vez en cuando pasara rodando un matojo. Y a fe que lo han conseguido. Los pocos que resistimos lo hacemos muy a su pesar.
Arrasar con las ideas liberal-conservadoras tiene sus cosas útiles, no se crean. Permite reducir un poco el descontento de los tuyos cuando les apuñalas por la espalda en repetidas ocasiones, porque no se enteran de la mitad de las cosas horrendas que haces. Pero tiene el pequeño problema de que en el momento en que no logras sacar el país de la sima donde lo dejó Zapatero, cosa inevitable cuando apuestas por políticas socialdemócratas y no liberales, la juventud no tiene ante sí ninguna idea decente a la que aferrarse. Las únicas que hay en el ambiente son las de la extrema izquierda, los indignados. Ideas que cuando se llevan a la práctica, en el mejor de los casos, destruyen un país.
España nunca ha sido capaz de llegar a los extremos de prosperidad y aburrimiento de los que disfrutan en naciones como Suiza, pero sí es cierto que ha recorrido, siquiera brevemente, un camino que nos permitió alcanzar cierta prosperidad y algunas libertades. El temor, siempre presente, es que nos abalanzáramos con entusiasmo por la vía argentina hacia la ruina. Ahora, gracias a Rajoy, se ha abierto incluso la posibilidad de que nos convirtamos en un país bolivariano. Gracias, majete.