Tras el término "rentas de la dignidad", que seguramente resulta populista y atractivo, especialmente después de las marchas del pasado fin de semana, se esconde una antigualla como es la renta que los paisanos pagaban al obispo o al deán (Su Dignidad) simplemente por serlo. Más allá de ese cargo honorífico, la dignidad es la cualidad de digno, que a su vez, y referido a una cosa, se define como lo que puede aceptarse o usarse sin menoscabo de la reputación, la fama o el prestigio de la persona.
La dignidad, por tanto, es un concepto subjetivo que depende en gran medida de cómo encara cada cual su relación con el entorno, su posición en el grupo y su independencia frente a la corriente principal.
Lo que no es dignidad y no lo sabemos
Uno puede limpiar letrinas y mantener intacta su dignidad, o sufrir espantosas torturas y menosprecios y mantener intacta su dignidad, o ser acusado de traidor y ser fusilado sin un juicio adecuado y mantener intacta su dignidad. No importa el qué dirán o lo que la masa de gente hace en tu entorno, eres tú el que mantiene la cabeza alta, sin soberbia pero con determinación, y pasa por encima de miradas malintencionadas, juicios de valor y comentarios del graderío.
La justicia, siendo una virtud, no es dignidad. Son cosas diferentes. Una vivienda puede corresponderse con los cánones de bienestar de una sociedad y parecer justa para una persona con un status determinado, pero no ser necesariamente digna. Conozco algunas personas obligadas a vivir en verdaderos agujeros con sus familias, debido a un régimen que (oh, casualidad) no es liberal sino socialista, y que hacen de él su hogar y viven en allí como si fuera la mejor de las mansiones.
La abundancia material, siendo deseable para muchos, aunque no imprescindible, no es dignidad. No es más digno quien más tiene en la vida, ni aumentas la dignidad del pobre si le llenas los bolsillos de billetes (suponiendo que los billetes valieran lo que dicen que valen). Hay pobres muy dignos y ricos muy dignos y al revés.
Tampoco es más digno quien se adecua mejor a las normas morales de la sociedad. Aunque el prestigio del que goce esa persona sea el máximo y la consideración social sin parangón, no muestra una mayor dignidad si no se respeta a sí mismo. No hay más que echar mano de las innumerables lecciones que nos proporciona la historia para reconocer a esos personajes de fama, nombramientos, premios, cargos, que son perfectamente indignos en la soledad de sus miserias.
Las rentas de la dignidad vuelven del más allá
Las marchas que han invadido Madrid este pasado fin de semana reclamaban no pagar lo adeudado y no recortar los presupuestos públicos. Estas personas quieren bajar impuestos, subir los gastos, aumentar la deuda nueva y no pagar la deuda antigua. ¿Por qué razón? Porque hay millones de personas sin trabajo, miles de familias con todos los miembros en paro, los comedores de Cáritas a rebosar, y una situación que parece clarear pero demasiado lentamente. No entraré a analizar si las cargas policiales fueron más brutales o menos que las de los grupos violentos que acompañaban las manifestaciones, pero me pregunto si era necesario para exigir dignidad destrozar las terrazas del Café Gijón, el Café del Espejo y el mobiliario urbano del Paseo de la Castellana, Recoletos, Colón, etc.
Dejando ese tema de lado y centrándome en las reclamaciones económicas, las más de 300 organizaciones y sindicatos convocantes, aglutinados en la Plataforma 22M, reclamaban, además, la dimisión de todos los gobiernos que colaboraran con la troika europea. Esa petición es realmente inquietante, no por indigna, sino porque la alternativa que queda es la autarquía, la famosa política franquista de pura cepa, que llevó a España a la más absoluta ruina. Ninguno reclamó a los sindicatos que aclararan los fraudes de los EREs, y quedarse con el dinero ajeno sí que es indigno, no importa la institución o la persona que lo haga. Como tampoco es muy digno incumplir los compromisos adquiridos en nombre propio o en nombre ajeno. Porque cuando hay una legítima victoria electoral, lo que ese gobierno decida es legítimo y la deuda adquirida también lo es. No es digno reclamar rentas a costa del trabajo de todos, como los obispos de antaño. No son dignas estas nuevas "rentas de la dignidad", y sí lo es despejar el camino para que haya empleo y posibilidades para todos.
Hoy, mi amigo Luis I. Gómez, padre del blog Desde el Exilio, conociéndome, me preguntaba si yo también soy una indignada, jugando con dos conceptos que, al parecer, nuestros manifestantes también confunden: indigno e indignado. Yo, sí, me declaro indignada, de indignación, no de indignidad. Como tú, Luis.
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