La primera entrega de Viajando con Chester, la nueva aventura televisiva del siempre polémico Risto Mejide, quedó este domingo inaugurada con una no-entrevista a José Luis Rodríguez Zapatero. El propio presentador se encargó de fijar los términos del programa advirtiendo a su ilustre invitado de que no iba a realizarle una interviú al uso, sino que aquello iba a ser una conversación descarnada en la que Mejide le iba a poner en aprietos haciendo honor a su trayectoria por todos conocida. Sin embargo, el resultado fue una entrevista todavía más anodina de lo que suele ser habitual cuando el protagonista es un político de relumbrón, como sin duda todavía lo sigue siendo el gran ZP.
Mejide recibió a Zapatero con gafas de sol y un par de andanadas de inicio, pero fueron sólo fuegos de artificio para cumplir con su personaje porque, en el fondo, Risto es muy de ZP. En realidad esa es la prueba involuntaria del perfil iconoclasta de Mejide, pues a estas alturas ya nadie se identifica con Zapatero, ni siquiera dentro de su partido o lo que todavía queda de él.
La entrevista tuvo no obstante momentos de gran interés, porque la ventaja de llevar a un programa al expresidente socialista es que lo dejas hablar y él solo se encarga de dar espectáculo. Es asombroso escuchar a Zapatero valorar su mandato al frente del Gobierno de España y comprobar su incapacidad para atisbar siquiera las grandes catástrofes provocadas por su gestión directa en los casi ocho años que estuvo en el poder. No es que niegue su responsabilidad; es que todavía no ha entendido de qué se le acusa. La negociación con la banda terrorista ha sido un éxito absoluto, su gestión de la crisis económica la correcta y el separatismo catalán un problema creado por el Tribunal Constitucional, que decidió matizar su deseo de que se aprobara el proyecto remitido por el parlamento regional catalán sin cambiar una coma. En todos los casos Risto no podía estar más de acuerdo con él, como dejó claro con sus apostillas, lo que dice mucho de los dos.
Mejide sólo se vino arriba y puso en algún aprieto a Zapatero cuando le reprochó su absoluto desconocimiento del idioma inglés, una cuestión que, comparada con las demás carencias del personaje, a estas alturas no pasa de ser una anécdota. Pero Zapatero no se dejó impresionar por el argumento y contraatacó con una nueva teoría, de las muchas que el expresidente ha brindado a la ciencia política durante su larga carrera, según la cual la meritocracia es contraria a la democracia porque, si pedimos un cierto nivel para ejercer la representación política, los hijos de los obreros no podrían llegar nunca a presidentes del Gobierno y, lo que es peor, él tampoco habría alcanzado tan alta magistratura. Que esto lo diga un dirigente socialista después de 30 años mangoneando la educación para evitar precisamente esos agravios de origen, esmalta perfectamente cuál es la opinión que los progresistas tienen sobre el resultado de sus operaciones de ingeniería social y la farsa sentimental de tan baja estofa a la que tienen que recurrir para ocultar su fracaso. La falta de preparación, la carencia de estudios y la ausencia de un bagaje profesional es, según ZP, un triunfo de la Democracia, y quien insinúe lo contrario, como el pobre Mejide, un reaccionario. Si un triunfito con acné hubiera aducido su incapacidad para el canto como una conquista democrática el Mejide de otros tiempos lo hubiera agredido físicamente, pero el tiempo pasa y uno se acomoda, sobre todo si está en una cadena de mucho progreso y tiene al fundador del nuevo progresismo patrio sentado junto a él en el sofá.
Zapatero quiso hacerse pasar por un estadista y no le salió. Mejide intentó convertirse en la versión malafollá de Jordi Évole y el resultado fue incluso peor. Además, al escritor y experto en comunicación se le escapó un solemne "de motu propio" (que el procesador de texto se empeña en sustituir por la expresión correcta), con lo que quedó claro que anoche Zapatero encontró, por fin, alguien a su altura. Como dúo es difícil que volvamos a verlos reunidos en la pantalla, ni siquiera para presentar las campanadas de Nochevieja en cualquiera de las cadenas de Berlusconi.