Una de las narrativas más extendidas a lo largo de esta crisis es que se trata de una estafa montada por el gran capital para arrebatarles los derechos laborales a los trabajadores y lucrarse a su costa. Semejante historia de terror se ve, además, avalada por una incontestable evidencia empírica: entre el año 2000 y el 2012, las rentas del trabajo han perdido peso dentro del PIB (pasando del 55% al 51,6%) mientras que las rentas del capital lo han ganado (del 45% al 48,4%). Con una conveniente teoría de la conspiración y un par de datos llamativos ilustrándola, parece que ya no necesitamos más. Pero el asunto es algo más complicado por dos motivos esenciales.
El primero es que cuando hablamos de rentas del capital nos estamos refiriendo en realidad a rentas brutas del capital, es decir, incluyendo el consumo de capital fijo anual (el equivalente a la cuota de amortización anual de las inversiones empresariales). La amortización no supone rentabilidad alguna para el capitalista, sino tan solo la periodificación del coste inicial de la inversión. Por ejemplo, imaginemos que una persona invierte hoy 100.000 euros y que luego, durante cinco años, obtiene unas rentas de 20.000 euros. ¿Habría obtenido ese capitalista alguna rentabilidad? No: simplemente habría recuperado a lo largo de cinco años el capital de 100.000 euros invertido en un comienzo. Si queremos conocer la auténtica renta que están obteniendo los capitalistas debemos calcular las rentas netas del capital, a saber, deducir de las rentas brutas el consumo de capital fijo.
El segundo motivo es que las rentas del capital incluyen una partida de la que no se apropian los grandes capitalistas: las rentas inmobiliarias imputadas. Las rentas inmobiliarias imputadas son una ficción contable dirigida a mejorar el cálculo del PIB: con tal de evitar que un piso alquilado sí compute dentro del PIB mientras que la residencia habitual en propiedad no lo haga, se asume que los propietarios que habitan en sus viviendas se las “autoalquilan”. Así pues, el PIB les imputa a esos propietarios una renta inmobiliaria que, en tanto es una renta derivada de la propiedad inmobiliaria, se inserta dentro de las rentas del capital. Dado que, cuando uno abraza la teoría conspirativa de que los capitalistas están machacando a los trabajadores españoles, uno no debería incluir entre las rentas de los capitalistas el rendimiento que los trabajadores obtienen en tanto propietarios (hipotecados) de viviendas, parece razonable excluirlas de nuestro cómputo.
Así pues, ¿qué sucede con las rentas del trabajo y del capital una vez corregidas por estas dos variaciones? Pues que en el año 2012 las rentas del trabajo alcanzaban el 68,5% del PIB, por encima del nivel que tenían justo antes de estallar la crisis (en 2007, el 68%) o al comienzo de la década (en 2000, 68,1%); por el contrario, las rentas del capital, en 2012, se ubicaron en el 31,5% del PIB, por debajo tanto de 2007 (32%) como del 2000 (31,9%). Peor todavía: el importe de las rentas del capital (netas del coste del capital fijo y de las rentas inmobiliarias imputadas) ha caído en términos absolutos desde el comienzo de la crisis. En 2007, los capitalistas obtenían unas rentas de 237.000 millones de euros y, en 2012, de 221.800 euros: en realidad, si descontamos la acumulación acumulada durante esos años, en 2012 estarían ganando 198.200 millones. Peor todavía, descontando la inflación, los capitalistas estarían obteniendo en 2012 aproximadamente las mismas ganancias que en 2002. ¡Vaya fracaso de conspiración!: montan una crisis y terminan ganando un 16% menos que 2007 y aproximadamente lo mismo que antes de desencadenar el boom inmobiliario. Definitivamente, los capitalistas… con la burbuja vivían mejor.
Pero, así las cosas, ¿no existe ninguna explicación razonable para el hecho de que, antes de efectuar todas nuestras correcciones, las rentas del trabajo hayan ido perdiendo peso dentro del PIB? Sí: una muy sencilla. Los bajos tipos de interés promovidos por el Banco Central Europeo desde 2001 indujeron a las empresas y a las familias españolas a sobreendeudarse para invertir en masa: las familias para adquirir viviendas; las empresas para adquirir bienes de capital. El resultado de la masiva inversión en viviendas ha sido que las rentas inmobiliarias imputadas se han disparado (se han más que duplicado, incrementando su peso dentro del PIB desde el 5,1% al 6,5%); el resultado de la inversión masiva en bienes de capital ha sido que el consumo anual en capital fijo se ha disparado (se han más que duplicado, incrementando su peso dentro del PIB desde el 14,1% al 18,1%).
En definitiva, la evolución de las rentas del trabajo y del capital desde el año 2000 no se ha debido a ningún contubernio capitalista por explotar al trabajador, sino al contubernio bancario por expandir insosteniblemente el crédito merced a sus privilegios regulatorios. Es decir, las causas que la explican son las mismas que explican la crisis: y sus culpables son los mismos.